19 diciembre 2007

El montaje del Nacimiento


Solía coincidir con el regreso de la Esperanza a las alturas; últimos días de clase, nerviosismo ante ese viernes en que daban las vacaciones: los primeros años con una fiesta de disfraces y una cabalgata por los patios del cole, después con una película en el Rialto y su previo partido de fútbol mañanero en Jerónimo de Córdoba, más tarde con el multitudinario almuerzo en San Marco, hoy de cervecitas de mediodía y buenos amigos, como casi todos.
Llegaba una tarde, o una mañana si era fin de semana, en que bajaba del altillo una caja de Lubre, pronto desaparecería Lubre, pero la caja siempre fue la misma. De ella comenzaban a salir figuritas de plástico. Había también una de barro, una especie de morita con un botijo sobre su cabeza que junto a las demás resultaba exageradamente grande, pero que no por ello dejaba de tener su sitio en el Belén. Tras la mesa abierta del cuarto se colocaba un póster con un hermoso y navideño paisaje, se comenzaban a distribuir los corchos y tras los del fondo, se disponían unos matojos recién comprados en el kiosko de las flores de la Alfalfa, o en la calle Alhóndiga, esquina con Descalzos.
Era el momento entonces de, una vez echado el serrín, comenzar a colocar todo aquello que contenía la caja: primero el portal, cada año en un sitio diferente, y en su interior la Virgen, el Niño, San José, a quien parecía crecerle la vara año tras año, hasta que hubo que cortarle su tramo superior, y por supuesto la mula y el buey. Tras esto se colocaban algunas casas y el castillo de Herodes, siempre escondido en las alturas, a veces incluso sobre la cómoda muy cercana a la mesa. La gruta, el río, el puente con los Reyes pasando y con los camellos cayendo una y otra vez por la inestabilidad del mismo..., carros, animales, pastores, lavanderas... Toda una obra de arte la cual, en determinados años, incluso iluminábamos con unas lucecitas de horribles cables que, aunque mi madre se encarga de negarlo, se veían mucho.
El Nacimiento durante días se convertía en el exclusivo juguete de dos niños que, tras la tradicional visita a los de el Monte, la Caja San Fernando, San Juan de Dios y otros muchos, intentaban retocarlo afanosamente con la intención de que se pareciera a ellos mínimamente. Todo un clásico era buscar un recipiente, por impropio que fuera el mismo, para que el río tuviese agua de verdad...
La mudanza a la mesa redonda del salón, la pérdida de muchas figuras y, principalmente, la edad de los dos niños hicieron que se le dejara de echar la misma cuenta. Pese a todo se mantuvo su montaje durante algún tiempo, recordando esos otros de la niñez, aquellos sueños infantiles de contar con uno mayor, los villancicos ante él en Nochebuena... Desapareció la mesa del salón y desde hace unos años ha sido sustituido por un bonito Misterio completado con los tres Reyes Magos y que, originalmente, colocamos en el interior de una cesta plana de mimbre.
Por numerosas razones no es lo mismo que antes, pero lo verdaderamente importante es que el Niño que en unos días le nacerá a la Virgen de la Salud en lo más alto de la Costanilla, sigue estando presente en mi hogar e impregnándolo del nombre de su Madre.
Muchas felicidades a todos y que disfrutéis junto a los vuestros de una entrañable Navidad.

03 diciembre 2007

Encuentro infantil con la Sevilla oculta


Desde muy niño, uno de mis mayores pasatiempos consistía en bichear la biblioteca de mi casa. En ella llamaban mi atención sobre todos los demás los libros de temática sevillana que, junto a los taurinos, eran sin duda mayoría. Me atraían principalmente aquellos grandes volúmenes que habitaban acomodados en uno de los mayores y más altos espacios del mueble del salón. Entre estos destacaba uno dedicado a las clausuras conventuales de nuestra ciudad: Sevilla Oculta, prologado por Morales Padrón, con textos de los profesores Morales y Valdivieso y fotografías del genial Luis Arenas y sus hijos.
Quede claro que era demasiado pequeño para entender una sola letra de lo que allí se decía, pero sin embargo las muchas imágenes que lo ilustraban sí que conseguían despertar mi interés. Me costaba creer que, justo detrás de aquellos muros tan cercanos a mi vida cotidiana, se alzaban imponentes esos patios exquisitamente cuidados, aquellos frescos huertos, o esas bellas estancias tan sólo paseadas por un muy limitado número de mujeres anónimas que, por habitar aquel remanso de paz casi paradisiaco, pagaban el alto precio de conocer bien poco de nuestro mundo externo. Recuerdo cómo me impactaban aquellas fotos e incluso me apenaba asumir que jamás, por muchos años que viviese, conocería aquella Sevilla oculta tras las tapias conventuales.
Poco a poco fui asumiendo que aquel hecho formaba parte de la más pura lógica; cada persona se mantiene ubicada en su espacio y sus circunstancias. Fue entonces cuando un mediodía, al subir a la azotea de mi colegio, descubrí por sorpresa el claustro mayor de Santa Inés. Me parecía imposible que la explosión de luz tantas veces vista en las fotografías estuviese ahí, directamente tras el muro blanco con el que me topaba por dos veces, tras salir de clase a la una y a las cinco. Por un instante, ajeno a los juegos de mis compañeros, contemplaba a tan sólo unos metros esa otra vida donde el trinar de los pajaritos, el sonido de las cercanas campanas de San Pedro y el griterío infantil de cada tarde debían de percibirse de una forma bien distinta, por no calificarla directamente de mucho más hermosa...
Desde entonces Santa Inés me pareció un convento diferente al resto de los del libro. Supe poco después que era aquel en cuyo coro bajo de su iglesia (una joya con obras de Mesa y Ocampo) descansa la figura imponente de su fundadora, el amor imposible del rey cruel. Aquel en el que sigue sonando cada Nochebuena un órgano, tocado magistralmente por un tal Maese Pérez, escapado de la pluma de Bécquer para vivir por siempre en la calle San Felipe, hacerse nazareno de los Caballos y devoto del tinto del Rinconcillo...
Fue ese encuentro sorpresivo, y a estas alturas de mi vida muy lejano, con el claustro mayor de Santa Inés, el culpable de que en días como ayer, cuando me adentro en su compás, el del encantador torno de los bollitos, sienta la satisfacción de que, por mucho que quieran transformar Sevilla, hay rincones que siempre permanecerán inalterables.

19 noviembre 2007

Hay unos culpables


Sabemos de sobra que son inofensivos, que no deben tener el más mínimo atisbo de inteligencia para aprovechar este momento en que a cuatro iluminados se les ocurrió recordar donde está enterrado Queipo, ese señor que parece que murió antesdeayer, porque de repente a una legión de rojos les ha entrado una preocupación inmensa porque no descanse en una iglesia. ¿Qué les importa a ellos la Iglesia? Al menos me refiero a quienes realizan públicamente esas defensas desmedidas de la muy oportuna (como casi todo lo que hace) Memoria Histórica del señor Rodríguez.
Sabemos de sobra que no tienen ideología ninguna, son payasos absurdos que buscaron el instante de gloria que desgraciadamente les hemos dado, el de ver reflejadas en los periódicos la fotografía del azulejo ya limpio y la noticia de la quema del póster. Quienes así actúan no pueden tener ni un ápice de formación y por tanto es imposible que maduren sus actuaciones. ¿Qué culpa tendrá la Macarena? Ella que nunca supo de guerras y que a todos acoge entre quienes le adoran, que son legión. ¿Qué les importa a ellos el fajín que luzca, si en su gran mayoría se acaban de enterar de su existencia? ¿Pese a su manifiesta torpeza, tan complicado les resultará asimilar que todo lo que tiene es suyo y de nadie más?
Pero en toda esta historia hay unos culpables con nombre y apellidos. No son otros que quienes permiten que en la calle Pedro del Toro, en pleno corazón del barrio más históricamente señorial de una ciudad, vivan unos ocupas asquerosos, en contra de la ley, que lanzan huevos contra una cofradía de gloria.
La tiene quien con poco más de 25.000 votos, vamos con poco más del apoyo de la mitad de las personas que van al fútbol en Sevilla los domingos, se cree en el derecho, no de gobernar que desgraciadamente lo tiene, sino de faltar el respeto a una ciudad mayoritariamente cristiana y que por mucho que intente impedirlo seguirá celebrando la venida al mundo del Señor con el nombre que siempre la conoció.
La tienen, a la postre y a escala nacional, quienes han reabierto heridas más que olvidadas. Heridas de ambos bandos, cerradas hace años por el bálsamo de una Constitución democrática. Pero claro, para entender eso hay que tener luces y estos culpables es evidente que tienen casi tan pocas como vergüenza, que ya es decir...

05 noviembre 2007

Sor Ángela


Desde muy pequeño me enseñaron que en mi casa es ella quien "cura los resfriaos". Apenas tenía uso de razón cuando ya advertía como formaba parte de mi paisaje cotidiano: la foto en mi mesilla de noche, en la del cuarto de mis padres, en el salón, en el mueble de entrada... A veces me llamaba la atención como dos de sus hermanas tocaban a la puerta un sábado por la mañana y mi madre les daba una limosna a cambio de un pequeño papelito amarillo y, llegado el comienzo del año, de un calendario con su foto.
Muy pronto me llevaron a verla, quizá por eso, por haberla conocido tan niño, jamás me impresionó su sueño eterno. Durante muchos años la tuve muy cerquita, muy cerca de su casa aprendí mis primeras letras e hice mis primeras y mejores amistades. Era el tiempo en que su entorno constituía mi universo: el colegio, el olor a pan del horno de la calle Alcázares a la hora del recreo, las tardes de lunes a jueves jugando a la pelota en la puerta de atrás de San Pedro o las de los viernes, en las que el partido se hacía ya algo más serio, concurrido y largo y se trasladaba a San Juan de la Palma. A muchos de aquellos amigos se la descubrí por vez primera y fue tal la aceptación de mi propuesta que, durante algún tiempo, llenábamos el oratorio de hombrecitos tras sonar el timbre de salida de la una.
Fui creciendo y abandoné ese trozo de cielo donde vivía instalado. Después supe mucho más de ella. Pude leer que fue un ayuntamiento republicano quien a su muerte le dedicó esa calle; la calle que durante algún tiempo habitó aquella niña de dorados cabellos y reflejos del Guadalquivir más secreto de Sevilla en su mirada; la calle desde donde la abuela, que tanto le rezaba, voló a su encuentro hace poco más de un año; la calle donde, pasada la puerta de su convento, me gusta reencontrarme puntual con esa Semana Santa eterna, en la que el público es tan escaso y respetuoso que se escucha incluso el caminar pausado de los nazarenos del Silencio Blanco.
Pasaron los años y terminé por darme cuenta de que las devociones transmitidas desde temprano por quienes más nos quieren quedan en uno marcadas para siempre. Por eso, cuando algo me preocupa de verdad, siento la necesidad de acudir a su casa y tocar la campana. Ha transcurrido mucho tiempo, ya no soy el pequeño que acaba de salir de San Francisco, pero ella sigue ahí.
Está canonizada, sí, hoy es su día, pero para mí y para casi todos siempre será Sor Ángela, esa estrella de la madrugada que ilumina a la Amargura cuando, como una sevillana más, viene buscando su consuelo cada Domingo de Ramos.

22 octubre 2007

Por fin llegó la hora


A muchos nos parece mentira, pero por fin llegó la hora. Es de ilusos no pensar que hace años, décadas, que Antonio Burgos merecía el honor de ser pregonero de la Semana Santa, el mayor de los galardones posibles para un sevillano, cofrade y aficionado a escribir. Hace años que Burgos merecía ese honor y Sevilla ese privilegio: el de escucharle.
Me cuesta leer en Internet como algunos dudan de este pregonero. Sin duda debe de ser gente sin la capacidad de diferenciar entre sus opiniones políticas y su visión de la ciudad eterna, verdaderamente triste cuando, muchos de los que así piensan, son los primeros en discutir que fulano o mengano no alcancen la tribuna por ser: divorciados, homosexuales, medio ateos o costaleros de varias cofradías de las que no son hermanos. Es así de lamentable, en Sevilla algún poeta de los grandes se nos fue sin darnos el pregón porque le gustaba el tinto más de la cuenta y nunca tuvo relación interna con las hermandades, algo difícil de creer pero cierto.
Gracias a Dios con Burgos no ha ocurrido eso, pese a que incluso en materia de cofradías ha sido capaz de llamar a las cosas por su nombre, con lo difícil que es eso y lo atrevido que hay que ser para ello. Muchos le achacan que a través de sus artículos ha podido parecer que despreciaba a ciertas cofradías de nueva creación, pero ¿verdaderamente es desprecio pensar que la Amargura (valga el ejemplo), por siglos de historia, por imágenes, por devoción, por tantas cosas, tiene más peso en la ciudad y su literatura que la última hermandad aprobada, sea cual sea?
Me cuesta creer que quienes critican esta elección anhelada por muchos hayan leído su discurso de ingreso en la Academia de Buenas Letras sobre el Patrimonio inmaterial de Sevilla. No pueden haber leído sus artículos "Farol de Cruz de Guía", "Romance de las palmas", "Armaos en San Lorenzo" y tantos otros. Deben vivir ajenos a ese pregón a cuentagotas que Burgos viene pronunciando a la ciudad desde hace más de cuarenta años; el pregón que todos escuchamos cuando la paseamos en las tibias tardes cuaresmales, o en la mañana temprana de un Domingo de Ramos; el pregón de las horas intermedias entre el Jueves y la Madrugá; o el de aquellas primeras del Viernes en que en el Arenal nace a la luz la cofradía que, como a él, a muchos nos cautiva. Es el pregón que desde niños venimos escuchando, pero que sólo el columnista de ABC y quizás esos otros que se fueron en silencio, serían capaces de pronunciar una y otra vez.
Me declaro seguidor de Burgos, muchos lo sabéis, pero que mi escasa objetividad no empañe que estamos ante una de las plumas más privilegiadas y premiadas de nuestro país. La pluma que por fin va a dibujar la Semana Santa de los sueños. Enhorabuena maestro, enhorabuena Sevilla.

08 octubre 2007

A solas con la luna


Nunca fue, tan sólo, aquella dolorosa de mirada baja que llegaba a la Campana de mi niñez cerrando la Semana Santa y con ello sumiéndome en la anual nostalgia, a veces ni siquiera contenida. La Soledad siempre significó mucho más que el sonido de las sillas que se cierran, de los besos de despedida hasta una próxima ocasión o si no hasta el Domingo de Ramos venidero. Tiene ese privilegio, sí, el de abrochar la semana de los sueños; pero también su rostro, su llanto silencioso, su tristeza calma..., tienen mucho que ver con Sevilla, con su barrio de siempre, con mi propia existencia.
Tiene la Soledad hechuras de becqueriana cofradía, no lo fue, pero sí que puede enorgullecerse de ser la más murubesca de esta ciudad de los versos eternos. La Soledad es uno de esos retazos de la Semana Santa que sabes que nunca cambiará, que permanecerá inalterada como el sonido de esas campanas de San Lorenzo, recuerdos de mujer emparedada y de hermosa Madrugada de Dios.
La Soledad vive en el templo que habitó el Señor por muchos siglos, en el que se casaron Enrique y Amalia, que bautizaron a mi padre y a sus otros dos hijos ante Ella. Vive muy cerca del colegio donde estudió mi madre de pequeña, del diminuto taller en un compás de fuente y de naranjos donde se restauraba eternamente mi Niño Jesús prometido, de la bodega donde paraba quien fue su nazareno, de la farmacia, de la lechería, de la frutería de la calle Santa Ana... La Soledad era la guardiana de todo ese universo, tan metido en mí que cada vez que piso San Lorenzo me sigo sintiendo el niño que está pasando el fin de semana en casa de la abuela.
Mucho debe tener que ver todo esto en que, cuando cada Sábado Santo veo regresar las largas filas de nazarenos de escapulario y manguitos por la estrechez de Capuchinas, todos ellos me parezcan salidos a media tarde de una casa de patio sevillano de la calle Santa Clara. Es el momento en que la cofradía discurre más señorial que nunca: cortejo de elegancia para la Soledad de paso presuroso camino de la plaza, llorosa al pie de la Cruz, tan sólo acompañada en su dolor por la luna de Rodríguez Buzón, la última luna de la Semana Santa.
(A mis primas pequeñas: Ángela de la Cruz y María, en el CDL aniversario de la hermandad que rinde culto a la Virgen por culpa de la cual vinieron al mundo).

26 septiembre 2007

Desde mi azotea (a Glauca)






Atardece un miércoles de principio de otoño en la azotea de mi casa, en la calle Águilas, muy cerca de la Alfalfa. La temperatura es perfecta y la vista mucho mejor de lo que recordaba. Qué poco aprovechados están estos espacios, al menos por mí y pienso que por todos los que vivimos en un bloque de pisos junto a muchos otros vecinos.
Pese a que en la collación de San Nicolás se han restaurado y elevado muchas viejas casas -como la que frente a mi balcón, en Almirante Hoyos, me privó de la visión diaria del Giraldillo- he logrado encontrar un lugar desde donde retratar, sin apenas trabas, nuestra torre madre y algo de Catedral. La recién restaurada cúpula del Salvador, la de San Alberto junto a su torre, la espadaña de Santa Cruz o la torre de San Bartolomé, perdida entre azoteas, rodean esta visión central.
Hacia la fachada principal, la torre de San Pedro parece juguetear con el Alamillo. En su entorno se observa la de los Descalzos y más cercanas que ninguna las de San Ildefonso, con ese aire colonial que las caracteriza. Águilas abajo se adivina la pequeña torre de San Esteban; más al fondo Nervión y sus altos edificios sobre los que se eleva la luna llena.
Sólo falta que un día aprenda a hacer fotos. Mientras os cuelgo algunas. Ni que decir tiene que quedáis invitados a contemplarlo en vivo.

12 septiembre 2007

100 años 100


Hoy, 12 de septiembre de 2007, el Real Betis Balompié cumple 100 años de historia. Camino de los 27, siempre le recuerdo ligado a mi existencia, vistiendo su camiseta verdiblanca desde mis fotografías más remotas, sufriendo con sus sinsabores y estallando de júbilo con sus alegrías y sus celebraciones incomparables.
Felicidades Betis y gracias por ser siempre distinto al resto, gracias por estas casi tres décadas que he vivido a tu lado. No cambies nunca, si lo hicieras nada sería lo mismo para tus seguidores.

29 enero 2007

Maravillosamente distintos
Puede parecer oportunista hacerlo hoy, después del mejor partido de la hasta ahora flojita temporada, pero también debéis tener en cuenta que es, sin duda, una semana importante para el fútbol sevillano que el jueves vivirá la primera de sus tres fiestas en un sólo mes y qué mejor manera de sumarme a ella que hablando del que siempre ha sido, es y será mi equipo. Soy bético desde que nací, quizás porque así lo quiso mi padre, pese a que mi abuelo, oriundo de Granada, era sevillista como también lo son mis tíos. Sé que en mis primeros años de vida el Betis realizó unas cuantas buenas campañas, pero mis recuerdos más remotos se ligan a un equipo ascensor que en ciertos momentos invitaba a la desesperación de un niño tan pequeño. Hoy, mucho tiempo después, me alegro de no haber sucumbido a ella. Eran los años de Pumpido, cuya equipación tuve no sé para qué ya que nunca me gustó jugar de portero; los años de aquel delantero centro ídolo de mi infancia: "No diga gol diga Mel"; los años en los que no era fácil ser del Betis rodeado de amigos sevillistas, pero en los que un llavero, que todavía conservo y que reza rodeando al escudo: "Aún en los peores momentos que grande es ser bético", me convenció de que indudablemente no hay equipo que sepa sufrir como el nuestro, capaz de sobreponerse a lo que pocos lograrían hacerlo. Gracias al sentimiento resumido en esa frase, tan grabada en aquel llavero como a partir de entonces en mi corazón, pude vivir gozoso aquel rescate de los infiernos por obra y gracia de un señor con bigote ligado a mi mejor memoria en verdiblanco; aquellas primeras goleadas en casa tras el retorno a la cumbre; aquellos derbys en los que fuimos intratables; aquel tercer puesto en la liga, logrado en el mismísimo Bernabéu; y aquella final copera in situ, en ese mismo lugar, que perdimos pero merecimos ganar. Después vinieron etapas mejores y peores; otro ascenso de inolvidable celebración y una temporada de ensueño que nos permitiría, meses más tarde, escuchar en nuestro estadio el himno de la Champions, no sin antes traernos para Sevilla un título, varios años después de que nosotros mismos nos trajésemos el último desde ese mismo campo en el que, tras un día inolvidable inundando Madrid con nuestros colores y nuestros cánticos, muchos descubrimos que también se llora de alegría. Esto es sólo el resumen, más sentimental que preciso, de veintiseis años entre cien posibles; cien años de beticismo en los que, desde el Porvenir a Heliópolis pasando por el resto del mundo, fuimos como siempre seremos: maravillosamente distintos.

07 septiembre 2007

Corrales de vecinos


Tendría unos 11 ó 12 años cuando cayó en mis manos un libro del Profesor Morales Padrón sobre los corrales de vecinos de Sevilla. En aquellos momentos me encontraba sumido en una etapa en la que devoraba toda obra relativa a Sevilla, sus costumbres, sus personajes..., pero sin duda, aquella del escritor canario llamaría particularmente mi atención, tanto que no sólo me limité a leerlo, sino que me propuse investigar cuántos de esos patios vecinales quedaban en pie, ya que los textos y las imágenes que los ilustraban constituían una reedición de lo publicado por el mismo autor en la década de los setenta.
Bien pronto me di cuenta de que las cosas habían cambiado, y mucho, en los poco más de quince años transcurridos.
Los patios que aparecían medioderruidos en las fotografías habían sido demolidos y en su lugar se hallaban nuevos bloques de pisos, algunos de ellos buscando respetar la estética de lo que allí se levantó, bien remodelando lo que había o simplemente disponiendo las nuevas construcciones en torno a una agradable estancia central.
En otras ocasiones, aquella vida, quizás indigna de la España de finales del franquismo, pero alegre en su cotidianidad, había dado paso al más triste silencio sepulcral. Puertas entornadas, patios de verdina y jaramagos crecidos, gatos melancólicos sobre las barandillas y otros elementos propios del abandono, componían la estampa de aquellos ámbitos en los que, en contra de la voluntad de mi madre, me colaba para cotejarlos con los recuerdos de mis lecturas y mi visión de los testimonios gráficos.
Fue mucha Sevilla la que pateé e hice patear a los míos en sus ratos libres, tanta que terminé descubriendo muchos más corrales de los estudiados por Morales Padrón. Certifiqué que era en la zona de la Macarena y en Triana donde subsistía en mayor medida esta forma de vida, mientras en el centro y sus alrededores prácticamente había desaparecido.
En ocasiones, de forma sorpresiva, encontraba un corral que mantenía su existencia y gran parte de su estética. Muchas veces, ante mi curiosidad fácilmente apreciable, algún vecino me preguntaba si buscaba a alguien; era entonces cuando le contaba mi inquietud respecto a aquellos incomparables ejemplos de la arquitectura local, que en ocasiones habían pasado de conventos o casas palaciegas a encantadores patios de vecindad, en los que transcurrió la vida de buena parte de la sociedad sevillana del XX y que ahora parecían vivir sus últimas horas de vida. Os aseguro que tan sólo cinco minutos de conversación con aquellas gentes suponen una de las mejores lecciones posibles sobre ese ayer de la ciudad del que muchos somos auténticos enamorados.

26 agosto 2007

Ánimo, Puerta


Como tantas veces he escrito, este es un blog sobre Sevilla y sobre todo lo que tiene que ver con esta bendita ciudad. Sus principios fueron estrictamente costumbristas, sentimentales, si me apuran hasta tópicos, en esa línea del amor profundo a lo tradicional que muchos sevillanos mantenemos. Poco después creció de forma sorpresiva y en ocasiones creí necesario abrir su temática algo más allá, hasta donde los ciudadanos, sus sentimientos y sus preocupaciones pudieran llegar a demandar.
Hoy en toda España no se habla de otra cosa, y es que ayer por la noche, las imágenes de un niño de Sevilla, caído inconsciente sobre el césped del Ramón Sánchez Pizjuán y más tarde las de su evacuación en camilla del estadio, nos sobrecogieron a todos.
La gran mayoría de vosotros sabéis de mi beticismo de cuna y por qué no decirlo, también de mi antisevillismo manifiesto, algo que llevado con respeto no es nada extraño en estos lares nuestros, sino la sal del fútbol y de la convivencia. Pero esto no es óbice para que hoy, en este rinconcito que creé hace poco más de un año para expresarme libremente de la forma en la que más disfruto haciéndolo, mande todo mi apoyo a Antonio Puerta, un excelente futbolista a cuyo crecimiento, como todos vosotros, he asistido en estos últimos años; un sevillano del mismo barrio de Nervión que en un jueves de Feria llevó a su club de toda la vida a los días de gloria en los que aún hoy vive instalado.
Esperando las mejores noticias, porque es un chico joven y porque como hijo de la tierra forma parte de esta historia, desde El Blog de Pregonero: ¡ánimo, Puerta!
Nota a posteriori: dos días después de ser publicada esta entrada, Antonio Puerta se marchó a los cielos junto a su Esperanza de Triana.
Fue una jornada triste y emotiva, en la que toda la ciudad se unió rota por el dolor. Difícilmente la olvidaremos.

14 agosto 2007

Tardes solitarias de la Novena


Lloran estas tardes solitarias de la Novena de la Virgen la muerte de Pepín Tristán. Lo lloran las elegantes corbatas del palio de Subterráneo, las altas cresterías de Montserrat y de los Dolores de San Vicente, y el balconcillo de su grada de la plaza de toros, desde donde siempre supo seguir poniendo banda sonora a la primavera de Sevilla.
Lloran estas atardecidas de vencejos bajos en torno a la Giralda, la soledad de la calle Francos, los atardeceres melancólicos del estío, la añoranza de las tardes de frío y bullicio, de humo de castañas, de ajetreo comercial...
Suenan las campanas de la torre mayor. Contemplamos una Catedral de puertas abiertas, de abanicos incesantes, de batas de verano, de señoras mayores con cara de sevillanísimas. Cantos litúrgicos, ajetreo de albas blancas ante la Patrona. Toda la vida de una ciudad concentrada, ante su mirada de siglos, en estas tardes solitarias, calurosas, melancólicas de una Sevilla más viva. Si no las conocéis acercaros, pasead la inmensidad catedralicia mientras la luz apura su existencia tras la espadaña de la Encarnación. Id a ver a la Virgen en estas horas muertas de la ciudad y rematad el plan tomando un botellín fresquito en Álvaro Peregil.
Mañana será como siempre, tan igual, tan distinto, tan de toda la vida y tan nuestro. Pero estas tardes son tan secretas y tan bellas que merece la pena disfrutarlas como antesala del amanecer único de la Reina de Reyes.
Felicidades Dama. Muchas gracias a todos. Mañana 15 de Agosto, día de nuestra Patrona, hace un año que existe este blog.

07 agosto 2007

Una ciudad para volver

Rompiendo con lo habitual, que es hablar de las cosas de Sevilla desde este rinconcito de la red en el que muchos queridos amigos os citáis, y a petición popular de varios de vosotros, no tengo más remedio que contaros siquiera unas breves impresiones de mi viaje a París.
No es fácil, os lo aseguro. Me consta que sois bastantes los que la conocéis y que el resto a buen seguro la imagináis como hasta hace unos días lo hacía yo.
Hace dos veranos amplié horizontes visitando Roma; viaje inolvidable y, en cierto modo, pensaba que ciudad insuperable por mis gustos artísticos y culturales. París es diferente, es otro mundo bien distinto. Puede que de mis cuatro salidas europeas nada me haya gustado más que Roma, pero a buen seguro pocas ciudades, por no decir ninguna, más completas que París podremos encontrarnos por el mundo.
Su catedral no es superior a otras y mucho menos a la nuestra, pero tiene algo. Su río propicia estampas inolvidables. Su símbolo mayor no tiene el peso de los siglos, pero impresiona y enamora como pocos. Sus calles tienen una vida sorprendente y única, capaz de aunar la diversidad con la belleza sin que apenas se note.
Puede que el encanto de París radique en eso, en que sus barrios son tan distintos como sus gentes, en que no es necesaria la existencia de la armonía propia de otras ciudades para que nazca uno de los rincones más maravillosos del orbe.
Indudablemente, ciudad para volver.

24 julio 2007

Un rincón del paraíso

Para mi corta edad, aunque uno va teniendo ciertas dudas cuando afirma esto, tengo la suerte de conocer bastante España e incluso hasta un poquito de Europa.
Muchos no logran comprenderlo, pero pese a que no me gusta el verano, no es el hecho de pasarlo en Sevilla uno de los motivos de que así sea. Me agobian el calor y la escasa actividad de estos días, pero no cambio las comodidades de mi casa: mi aire acondicionado, mi ordenador, los libros de mi biblioteca..., por un mediodía de playa achicharrándome al sol; y aunque me encanta bañarme en el mar y ver atardecer en la playa, no dejo de afirmar que a esas mismas horas en el Tremendo, tomando un cervezón fresquito cuando comienza a irse la flama, tampoco es que se esté pasando un mal rato.
Pese a todo existe un lugar, al que por vez primera acudiría con unos 12 años, en el que sin duda cargo las pilas como en ningún otro sitio. Se enclava en ese rinconcito del sur que es una de las dos grandes partes en las que Villalón dividió el mundo: muy cerca de la Cádiz que me enamoró desde niño; de Jerez y Sanlúcar, dos lugares que aún quedándome tanto por descubrir de ellos amo profundamente; de la mar conocida de Rota y Chipiona...
Es una ciudad con encanto de pueblo o un pueblo con encanto de ciudad. Lugar medido, serenamente hermoso, tranquilo a la vez que bullicioso. Sus calles saben casi tanto a Sevilla como a Cádiz y sus esquinas se salpican de tabernas, de secretos patios, de escudos palaciegos y de cierros bajos...
Su plaza de los toros es de segunda, pero tan histórica y bella que quien no ha visto una corrida en sus gradas, afirma tío José desde su azulejo, no sabe lo que es un día de toros. Su iglesia prioral parece recién sacada de una ciudad castellana y trasladada misteriosamente junto a la Bahía gaditana.
Quizás en un futuro mi economía me permita disfrutarlo algo más que un par de días sueltos durante el verano. Aún así, mientras tanto, no tengo dudas: El Puerto es un rincón del paraíso y me encanta perderme en él.

06 julio 2007

Crónica machadiana

Se cumplen en este 2007 cien años de la llegada del poeta sevillano Antonio Machado a Soria, la tierra castellana que le enamoró y que propiciaría su encumbramiento como uno de los principales autores europeos del siglo XX.
Pese a aquella idea de un Machado triste, melancólico y solitario, que me fueron trazando distintos profesores de literatura durante mi etapa colegial, siempre sentí especial predilección por este poeta nacido en el Palacio de las Dueñas.
En cierto modo creo que se ligó a mi vida de manera indisoluble a través de ese personaje suyo de don Guido (aquel al que cantó Serrat), magistralmente reconstruido en las novelas del maestro Burgos Las Cabañuelas de agosto y Las lágrimas de San Pedro, las cuales me hicieron disfrutar (especialmente la primera) de inolvidables tardes veraniegas entregado a la lectura. Aquel don Guido, idealizado por Burgos como señorito andaluz, criado en su palacio de la calle San Vicente, desde el que asiste a la decadencia de su clase social, fue una figura que me cautivó en los albores de mi adolescencia y que despertó mi inquietud literaria hacia el escritor que lo creó y también hacia el que lo adaptó a la trama novelesca.
En mis años del instituto -tras un tercero de BUP en el que dediqué gran parte de mi tiempo y mis afanes a la lectura de La Regenta, otro de mis libros capitales- conocí a través de la Literatura de COU mucho más de aquel Antonio Machado, padre de mi recordado don Guido. Junto a otros autores como Juan Ramón, Pío Baroja o Miguel Mihura, Machado fue uno de los culpables de que me matriculase en Derecho con muchas dudas acerca de si verdaderamente las leyes eran mi segunda opción tras la imposibilidad (a causa de la nota) de estudiar Periodismo. Pronto me di cuenta de que no.
En la facultad poco más he aprendido de Machado y de casi nada relativo a la literatura española. El actual plan de estudios de Filología Hispánica es demasiado penoso como para dar el sitio que se merecen a nuestras principales figuras.
Don Antonio siempre se sintió lejano a esa Andalucía que, en sus años de abatimiento tras la muerte de Leonor, reencontrará en Baeza. Allí el pasado año visité su aula en la universidad, donde parece que el tiempo se detuvo.
Pese a esta escasa identificación con nuestra tierra, siempre nos quedarán ese arranque de su Retrato: "mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla.." (curiosamente el poema que me tocó en suerte en selectividad); los dos últimos versos encontrados en su bolsillo: "estos días azules, este sol de la infancia", que parecen regresar desde Francia a una mañana primaveral de la collación de San Pedro; y como no, aquellos referidos a mi querido don Guido, "aquel trueno, vestido de nazareno"... de la Quinta Angustia.

25 junio 2007

No olvides regresar

Porque en este tiempo lleno de ilusiones, de retornos y de momentos dulces, pese a todo, sigue haciendo falta un torero distinto.
Porque tu personalidad es tu bandera, el hecho que motiva que tengas el duro y con ello el privilegio de poder cambiarlo.
Porque eres de esos nombres que llama la atención, cuando aparece en un cartel de toros, hasta a sus propios detractores.
Porque si faltas, Sevilla se volverá a sentir huérfana al comenzar a perfilarse los sueños una temporada más.
Porque sin la esencia de tu toreo no son lo mismo un verano del Puerto, un mediodía de copas por Sanlúcar sabiendo que después haces el paseíllo, una tarde calurosa de Huelva en Colombinas...
Porque sin ti (con permiso de El Cid) Madrid no sabe arrodillarse ante Sevilla.
Porque si no lo haces tú, será difícil ver a alguien toreando con el cuerpo, abandonarse, mecer la figura al aire cálido de una plaza del sur...
Porque si no sale de tu cabeza, no existe la improvisación, no existe la genialidad de inventar lo imposible.
Porque sin tus gestos, sin tu estampa de torero del ayer, no creeremos volver a ver la de Joselito el Gallo en la Maestranza, como en la pasada Feria de Abril.
Porque si tu no estás, habrás podido comprobar que todo es distinto.
Por eso y por mucho más, no olvides regresar a derramar retazos de Sevilla por España.

10 junio 2007

El Niño de mi cabecera

Desde que tengo uso de razón lo recuerdo sobre la cabecera de mi cama. Túnica roja, mirada baja, como atemorizada por no se sabe qué. Siendo muy pequeño me contaron que aquella imagen, tan cotidiana para mí, era la del Dulce Nombre de Jesús de la hermandad de la Quinta Angustia, a cuya casa acudió mi madre una tarde para que, tras descubrirlo años atrás en una desaparecida procesión vespertina, fuese Él quien custodiase cada noche mis sueños infantiles.
Algún tiempo después, fui yo quien lo descubrí, inmerso en otra procesión a la que desde muy niño me llevaban, la de la Sacramental de la Magdalena, y que me gustaba especialmente por su paso, tan alegre y original. Con el transcurso de los años fui comprobando que toda ella es maravillosa.
Mañana atemporal de la Sevilla más secretamente hermosa: calles levemente alfombradas de romero, altares puntuales en palaciegas casas, colgaduras y banderas de España en los balcones, plata de los palermos, calzón corto, barroquismo de María Inmaculada, Dios en su Custodia de plata por la ciudad de los señores... Y todo esto, a tan sólo unos metros de la otra Sevilla, popular y bulliciosa, del otro lado del río, donde el viejo arrabal trianero también honra a Jesús Sacramentado en estas horas primeras de la dominical mañana de junio.
Pronto convertí aquella procesión, sin duda una de las más bellas y medidas de la ciudad, en una cita ineludible de mi calendario sevillano. Año tras año, después de levantarme pronto y de desayunar en la Alfalfa, me gusta reencontrar por entre los naranjos del Museo a aquel Niño rodeado de niños; niños de cera azul, azules pantalones cortos y rubios cabellos repeinados; pequeñas niñas de lazos en el pelo y vestidos de florecitas, que se agolpan cogidas de la mano tras su paso, con la medalla de la hermandad casi arrastrándole.
Puede que uno de los principales encantos de esta procesión eucarística sea el de que ante el Niño de la Quinta Angustia todos volvemos a ser tan niños como estos pequeñines que lo acompañan. Quien os escribe estas palabras sólo puede deciros que siempre mantendrá con Él un vínculo inquebrantable; y es que pocos sabrán más de mis preocupaciones, mis inquietudes y mis sueños que quien los ha velado cada noche desde que abandoné la cuna.

06 junio 2007

Las dos tardes del Corpus

Mucho se habla de la mañana, temprana y encantadoramente templada en sus horas primeras. Mañana de calles alfombradas de juncia y de romero; mañana de señoras mayores luciendo sus mejores galas; de trajes de chaqueta, saludos, desayunos e incesante repique de campanas que desembocan en las horas de sol y de calor; de cervezas y tapas en la Alfalfa o Santa Catalina.
Mucho se ha dicho de la procesión y de sus pasos, de las del Señor de la Cena o la de la Hiniesta Gloriosa, que desde hace algún tiempo son antesala y epílogo de la fiesta. Pero, sin embargo, bien poco suele hablarse de las dos tardes que enmarcan este Jueves que brilla más que el astro rey.
La primera, la de la víspera, es quizá más concurrida que la propia celebración. Tarde sudorosa, de ajetreo priostil por la calle Francos; atardecida sevillana, con hechuras de noche esperada. Toda la ciudad paseando su centro conquistado. Altares, escaparates, comentarios, reencuentros, eterna sensación de que todo se repite conforme al guión preestablecido mentalmente. Bares repletos y Catedral secreta donde se ponen flores y cirios.
La segunda es distinta pero igualmente hermosa. Tarde desconocida y callada en la carrera del Corpus, calles vacías cuando se han terminado de recoger los efímeros monumentos que honraron a Dios. Cera gastada y romero pisado, agobiante sudor, tambores de las Cigarreras y largas cuentas en las barras del Rinconcillo y los Claveles.
Pasan las horas y se acrecienta la sensación de que ayer, cuando paseábamos la ciudad, aún era primavera y que ya hoy es verano, verano de Sevilla, tan detestable como encantador.
La ciudad parece respirar allá en la Maestranza, o en la plaza de San Francisco, donde vuelven a sonar los tambores, pero sigue apoderando al paseante esa sensación de casa señorial a la hora de la siesta.
Sevilla, en duermevela, sueña como una elegante y clásica atardecida de paseo se hizo mañana grande y, en sólo veinticuatro horas, humilde y solitaria tarde del estío.

28 mayo 2007

Para mayor vergüenza

Por si no fuera ya bastante vergonzoso pasear por la Avenida y ver la Catedral rodeada de palos y de cables.
Por si no fuera bastante vergonzoso asistir a una falsa peatonalización del centro, capaz de terminar con gran parte del comercio tradicional que siempre caracterizó a Sevilla.
Por si no fuera bastante vergonzoso ver como una ciudad se paraliza todo un año por las obras de un trenecito absurdo, de poco más de un kilómetro de recorrido.
Por si no fuera bastante vergonzoso ver que en plena Encarnación aparece algo raro que muchos llaman seta, pero que no tiene más calificativo que el de mamarrachada que cuesta un dineral.
Por si no fuera bastante vergonzoso ver las plazas del Pan y la Pescadería, con sus bancos de Ikea y sus farolas ducha, la nueva moda sevillana frente a las fernandinas que se nos fueron...
Por si no fueran ya bastante vergonzosos los escándalos de las facturas falsas, los Bermejales, la mezquita... Por si todas estas realidades no bastaran, este señor sin ninguna presencia (norma de la casa) e irrisoria preparación y curriculum para ser alcalde de Sevilla, perdió ayer, por segunda vez de las tres en que ha comparecido, las elecciones municipales. Que nadie lo olvide.
Seguirá gobernando, pese a todo, por obra y gracia, entre otros, del hombre de la pipa, comunista residente en el barrio de Santa Cruz, y de un niñato, que pasó de tener pinta de acólito de la Quinta Angustia a disfrazarse de progre y viajar a Cuba con nuestro dinero.
Seguirá gobernando en contra de la voluntad de la muy socialista ciudad de Sevilla (para mayor vergüenza), intentando que nuestra capitalidad desaparezca y que su construcción de un sueño sea nuestra pesadilla. Tengan por seguro que no lo logrará, son ya muchas vergüenzas juntas para resistirlas.

21 mayo 2007

Impresiones rocieras

Pocos son mis recuerdos en torno al Rocío, pero he de reconocer que, al contrario que la Feria, es algo que me llama la atención y que me gustaría vivir de cerca en un futuro no demasiado lejano.
Hasta hace unos diez años ni siquiera conocía la Aldea. Nunca había visto la Virgen en directo y para mí el Rocío eran unos cohetes, un jueves por la mañana muy temprano, que parecían metérseme en la cama antes de levantarme para el colegio.
Años más tarde, tras un breve camino desde Hinojos, visité la ermita por vez primera; descubrí las carretas el día de su salida, escapándome de clase en el instituto o, poco después, abandonando los apuntes sobre la mesa de la biblioteca. También conocí el regreso de los rocieros de Sevilla, los más cercanos a mi casa, de los de Triana en alguna que otra ocasión e incluso de los de Sevilla Sur, que nunca olvidaré como me sorprendieron una tarde corriendo por el Parque.
Pero, quizá porque es la de mis tíos y la de mucha gente que conozco, es la Macarena la hermandad que siempre me ha atraído más. La corporación de San Gil tiene algo que admiro en muchas hermandades de nuestra Semana Santa, sin ser antigua tiene tanto sabor que lo parece.
Poco más puedo añadir de algo que sólo conozco a través de breves paradas camino de la playa o de dos días puntuales: un lejano Lunes de Pentecostés y un Domingo de regreso de la Virgen desde Almonte envuelta en su guardapolvo.
He mamado y vivido muy poco Rocío, pero como os decía tengo pendiente conocerlo y a buen seguro disfrutarlo. Cada año me siento más seguro de ello cuando, en la misa televisada del Domingo de Pentecostés, me vuelven a emocionar aquellas sevillanas de Muñoz y Pabón a esa Virgen que "no es obra humana/ qué bajó de los cielos una mañana..."

09 mayo 2007

Salud de la Costanilla

Mis primeros recuerdos en torno a Ella se remontan a un lejano sábado de Mayo de mi niñez. Regresaba a la Anunciación por la calle Lineros y yo la descubría junto a mis padres, que me llamaba la atención como saludaban a muchos de los integrantes de la procesión. Gran parte de los mismos también formaban parte de mi paisaje habitual y cercano.
Después comencé a visitarla en la sede provisional de San Isidoro y, cuando la parroquia se reabrió al culto, en una original capilla a donde nuestra madre siempre nos acercaba cuando terminaba la misa. Era curioso ver como gran parte de los asistentes hacían lo mismo.
Recuerdo muchas salves tras las misas de ocho de los sábados; muchas adoraciones del Niño, tras la misa de Nochebuena. Un Niño que, tras haber dejado huérfanos los brazos de su Madre por unos días, regresaba hasta ellos con la misma sonrisa picarona de siempre.
Mi vinculación a la hermandad de las Penas, allí radicada por las obras de San Vicente, hicieron que poco a poco la parroquia me fuese resultando cada vez más familiar. Me gustaba oírla nombrar cuando se fundía el palio: "altar, Tres Caídas, Salud..." y también por mi asiduidad fui conociendo a quienes cuidaban de Ella todo el año. Sin apenas darme cuenta, aquella Virgen de mi barrio y su "Chato" me habían robado el corazón.
Fue entonces cuando mi hermano, mi madre y yo ingresamos en su nómina; fue entonces cuando, durante dos años, el "tito" Miguel me convenció para salir de acólito en la procesión, algo que le agradezco porque, pese al calor sufrido, nunca lo olvidaré. Como aún menos olvidaré que fue bajo su paso donde descubrí que aquello que siempre había vivido en casa también me cautivaba. Fueron tres años, con sus ratos buenos y malos, aprendiendo el oficio junto a muchos buenos amigos.
Sale el Domingo por la tarde; recorrerá la Costanilla y su barrio, nuestro barrio, de la Alfalfa. Para mí siempre será especial por estas y otras muchas cosas. Lo compruebo cuando algunas tardes entro en una desierta iglesia de San Isidoro; saludo en la lejanía a Manolito, a punto de cerrar; me acerco hasta su nuevo altar y contarle mis cosas, como si de alguien terrenal se tratase, me sigue reconfortando plenamente.
(A mi amigo Paco; no olvides en estos días que Ella siempre vela porque el rico tesoro de su nombre se esparza en los hogares de quienes la hemos paseado por Sevilla).

30 abril 2007

Breve elegía a Garmendia

Cuando, como muchos cofrades, me registré en el desaparecido Foro el Nazareno decidí utilizar un nick que reflejara algo de mí que me enorgulleciera. Por eso y no sin temer que muchos viesen en él al personajillo, tan habitual por estos lares, ansioso de trepar hacia un atril, decidí rebautizarme como pregonero_de_sevilla. Y es que pregonero de Sevilla no sólo lo soy yo, ni tampoco ese señor que cada primavera nos habla de lo que más amamos desde el Maestranza. Pregoneros de Sevilla somos todos los que vivimos enamorados de esta tierra, tenemos el atrevimiento de cantarla y a través de nuestra afición a las letras, dejar por escrito nuestras vivencias y nuestros sueños en torno a ella. Todos vosotros que reflejáis la ciudad en vuestros rincones, sois por tanto pregoneros de esta Sevilla nuestra.
Pero, como en cada gremio, tenemos unos maestros y esta semana pasada, en plena Feria, se nos marchó sin duda uno de los más grandes.
Don Antonio Garmendia era un tipo arrolladoramente original en todo lo que hacía. Desde muy niño lo veía pasear por mi barrio de la Alfalfa, me llamaba la atención su larga barba cana y aún recuerdo cuando, llegadas las fechas propias, mi madre me contaba que aquel señor era un paje de los Reyes...
Más tarde, cuando fui descubriendo la ciudad, sus personajes, su literatura y sus encantos, supe que Garmendia era un excelente escritor, un sevillano profundo y distinto, casi tan irónico como sembrado de gracia y hasta tuve el placer de conocerlo y de que me dedicara su libro "Historias y Leyendas de la Semana Santa" con las siguientes palabras: "A Enrique Henares junior, joven sabio cofradiero, con sincero afecto por su padre transmitido", a las que acompañaban una graciosa caricatura de su personalísimo perfil, demostrando que, además de un gran conocedor de Sevilla y de sus tradiciones, era un excelente dibujante.
En los últimos tiempos tuve el placer de sentirme compañero suyo en las páginas de Casco Antiguo y también de escucharle, de manera asidua por las mañanas, en el programa de Carlos Herrera, que junto a Antonio Burgos, en mi diaria visita a sus espacios periodísticos, fueron quienes me comunicaron la inesperada noticia de su muerte.
Descanse en paz el bueno de don Antonio Garmendia, pregonero de Sevilla, paseante de la ciudad de sus sueños, parroquiano y señor de sus tabernas, amante del tinto y bético confeso; pero sobre todo hermano de Santa Cruz, cofradía a la que cada año volverá a asomarse, desde el mostrador de los cielos, para tomar nota en su libreta de cómo el Cristo de las Misericordias mira atardecer el Martes Santo junto a la muralla del Alcázar.

23 abril 2007

Mi Feria

Lo siento queridos lectores, pero esta semana no puedo cantar las excelencias de la fiesta local coincidente con la publicación de la presente entrada. Y no es que odie la Feria ni nada por el estilo, simplemente es que no siento hacia ella ese vínculo que de manera innata sí mantengo con las otras celebraciones propias de esta ciudad.
Recuerdo desde niño pasos, muchos pasos, Semanas Santas imborrables en la memoria, cofradías de gloria, procesiones extraordinarias... Recuerdo lejanas vísperas de Corpus por las calles del centro y mañanas de juncia y romero, junto a mi abuela en las sillas de la plaza del Salvador. Recuerdo en las calores estivales noches de la Velá de Santa Ana, a la orilla del río y, días más tarde, creo que sólo una vez en mi vida, y de forma justificada, falté a la cita de cada 15 de Agosto con la Virgen a la que siempre acudo cuando algo me preocupa de verdad. Con la Feria no me ocurre lo mismo; lejanamente sí tengo grabados algunos mediodías de sol y albero, correteando por alguna caseta con mis primos mayores, pero después hay un vacío en mi mente hasta los tiempos más recientes, diez o doce años atrás, cuando comencé a ir solo.
Es curioso, la Feria tiene todo lo que me gusta: copitas, risas, colorido, niñas guapas, amigos para charlar de cofradías... pero, quizá porque no la he mamado y porque me resulta espantosamente incomoda, no me siento para nada cercano a ella. La gran mayoría de las veces, cuando voy, me lo pasó mejor que aquellos que tanto han insistido en llevarme; eso es una de las cosas que no me gustan de la Feria, la insistencia de la gente en que la tienes que vivir con la misma intensidad que ellos, si no es que eres un muermo, aunque durante el resto del año demuestres ser todo lo contrario y hayas crecido en el seno de una familia que le gusta la calle como a pocas.
Pese a todo, me encanta Sevilla en estos días; tiene en esta semana una luz especial, un ambiente muy agradable. Me gusta el bullicioso mediodía del centro, tomar en los alrededores del Hotel Colón o el Arenal una copa de vino de Jerez (la manzanilla está buena en Sanlúcar y el invento ese del rebujito en ninguna parte) y esperar a que llegue la hora de reencontrase con ese hermoso sueño de la primavera que es la Maestranza una tarde de farolillos. Y es que, como sabéis, la Feria que me hace disfrutar es la taurina.

17 abril 2007

La Maestranza más secreta

El pasado viernes tuve un privilegio al alcance de muy pocas personas. Me enviaron del periódico a la Real Maestranza, para visitar su desconocido museo, con el fin de realizar un reportaje sobre el mismo para el especial de Feria. La cita, una visita guiada, estaba concertada a las 9,15 de la mañana, antes de la apertura al público.
El museo recorre la historia de la tauromaquia local desde el siglo XVIII a nuestros días, pasando por la época de Goya y por los años dorados de la dualidad sevillana entre Joselito y Juan Belmonte, a comienzos del XX.
Pero como ya he señalado en el artículo, que en pocos días verá la luz, sin lugar a dudas, lo más interesante de la visita no es este curioso itinerario por las cuatro salas expositivas. Cuando Natalia, la señorita que me explicó hasta el más mínimo detalle del museo, me invitaba a visitar la pequeña capilla del patio de cuadrillas, sentí que veinte años acudiendo a ver toros en nuestra plaza no son los suficientes para conocerla.
A pocos metros, junto a la cuadra, se oían los primeros preparativos para la novillada que, horas más tarde, abriría el ciclo continuado de festejos. En el interior, quietud entre paredes blancas, la diminuta talla de la Virgen de los Dolores presidiendo; azulejos del Señor, de la Macarena, de la Caridad del Baratillo y dos velas rizadas, a buen seguro provenientes del paso de palio de esta ilustre vecina. Llaman nuestra atención otros tres azulejos con versos de poetas sevillanos: Rodríguez Buzón, Caro Romero y Manolo Lozano, alusivos a esos instantes mágicos, previos al inicio del paseíllo. En un rincón reposa un misterioso botijo de barro, Natalia soluciona nuestra duda, es el llamado "botijo del miedo", con el que los toreros refrescan la garganta seca antes de pisar el albero liados en el capote de paseo.
La belleza de este lugar se antoja insuperable, pero no lo es; apurada la escalera de uno de los accesos, pocas estampas más hermosas podremos contemplar en nuestra vida que la de una Maestranza solitaria y serena, cubierta por un cielo claro en el que el sol, por lo temprano aún de la hora, no ha terminado de imponerse en plenitud. Visión inesperada, sorpresiva, capaz de aunar la belleza propia del rincón en que nos encontramos, cuna y cima del toreo, con un sabor de secreto patio sevillano al descubrir tan despoblados sus tendidos.
De regreso, por las calles de ese pueblo que es el Arenal por las mañanas, pensamos que a eso de las 6, cuando acudamos a los toros, nos parecerá mentira haberla disfrutado de esta forma tan inusual. Así ocurrió y así ocurrirá desde entonces.

09 abril 2007

En el recuerdo

Hoy, Lunes de Pascua, la gélida e incierta en lo meteorológico Semana Santa de 2007, forma ya parte de esos recuerdos imperecederos para los sevillanos que, durante todo un año, aguardamos ansiosos la llegada de estos días de ensueño.
En lo particular comencé mis vivencias el Viernes de Dolores en el Claret, sacando junto a muchísimos amigos (ese y ningún otro fue el motivo de mi presencia allí) el paso del Señor de la Misión. Lo pasé genial, no sabéis como os agradezco a todos vuestro apoyo en los malos momentos que pasé unos días antes. Aún dentro de estas vísperas, la noche del Sábado de Pasión fue tan maravillosa como siempre: recorrido por los diferentes templos durante la puesta de flores, fraternal convivencia de los más íntimos dando cuenta de varios papelones de pescao frito en Triana, nervios, expectación...
Un día después amaneció la gloria y como siempre fue algo inolvidable: ilusión con la Paz, clasicismo y elegancia medida con Subterráneo por Doña María Coronel, vivencias únicas pegado al respiradero del palio lleno de sevillanía de Gracia y Esperanza, redescubrimiento de la Estrella de Triana... Un año más volvió esa sensación de no saber dejar de ver el paso de Cristo de San Julián, qué estampa más bella cuando lo vemos alejarse desde su trasera. Y cómo no, la cofradía completa de la Amargura y su paso de misterio, con esto sobran las palabras por repetitivas.
Llegaron otros días, otros momentos; la revirá increíble de las Mercedes del Tiro en la Puerta del Arenal, la de la Virgen de los Dolores con La Madrugá de vuelta a San Vicente, el mal rato en el Cerro que terminó de consumar el catarro que aún arrastro, San Bernardo (¡qué pedazo de cofradía!), el descubrimiento del misterio de la Lanzada de regreso por San Andrés, San Pedro un año más por la oscuridad de su plaza, la decepción del Jueves junto a la Victoria más hermosa que nunca, la belleza de la dolorosa de los ojos verdes por Cuna, a los sones de Valle de Sevilla...
Y llegó la Madrugá, y con ella el Señor de rostro limpio y poderoso andar y el palio del Mayor Dolor y Traspaso, increíble que después de verlo caminar haya gente que siga defendiendo que la exclusividad de los palios en Sevilla la tiene Antonio Santiago. Volvió la Esperanza de Triana de los azulejos, volvimos a amanecer junto al Calvario; y cómo no, volvieron a empañarse nuestras miradas junto a la más hermosa de las mujeres, cuando caminábamos a su vera de regreso por Feria, hasta perder la trasera de su paso por la calle Amargura, tras cruzar el mercado.
El Viernes tuvo la luz de siempre, la estampa antigua del Cachorro contrastando con los toldos del puente que lleva su nombre, el sabor a cofradías de ayer de la Carretería, San Isidoro y la Mortaja y, como broche final, el regreso de Montserrat, paseando como pocas cuadrillas lo han hecho a su paso de Cristo y admirándonos con la elegante belleza de su dolorosa. ¡Qué pena seguir sin poder disfrutar de esta jornada en todo su esplendor!
Lo del Sábado, con su epílogo eterno en San Lorenzo, porque es allí y en ninguna otra parte donde termina la Semana Santa, fue un sueño cumplido bajo la Piedad de los Servitas. La reafirmación (ahora me enorgullezco de decirlo con conocimiento de causa, al haber conocido lo opuesto) de que no hay cuadrillas como las de los Villanueva. ¿Disfrutaste amigo calleferia?
Sí, un año más todo concluyó, pero allá en el Arenal, desde la azotea de una plaza de toros recién encalada, podemos certificar que la primavera sigue atardeciendo cada día sobre las aguas de un río que se enamoró de esta ciudad, en la que nunca se dejan de vivir cosas hermosas.

28 marzo 2007

Últimas impresiones

Compruebo en vuestros blogs que no soy el único que en estos días no tiene tiempo ni ganas de escribir, pero el cariño con que honráis este rincón hace que al menos os deje mis últimas impresiones, antes de que amanezca el Domingo más hermoso de la primavera.
Todo parece comenzar y empezar a acabar en la mañana dorada y expectante de la mudá de la Amargura. Plaza repleta, botellines fresquitos, vieja parihuela, canasto cubierto de maderas y figuras enfundadas en sábanas. Son las primeras sensaciones, la primera vez que sentimos ganas de detener el tiempo en un Domingo en que Valle y Estrella, cita con la belleza, tienden sus manos para que las besemos.
Todo continua cuando acaba el pregón, alturas del teatro de la Maestranza, ovación cerrada a un hombre con hechuras de estar tocando el cielo, repeluco recorriendo los cuerpos de un grupo de amigos impecablemente vestidos. Todo se sucede, hay otras risas, más bromas que nunca, más alegría durante el almuerzo compartido, durante la tarde hermosa y tibia en que recorremos la ciudad y sus templos.
Llega la semana previa, se pasará volando entre tertulias, nervios, incertidumbres meteorológicas, traslados y preparativos anualmente repetidos. Se cumplen los ritos, pero uno sobre todos. No se lo pierdan, está en la Basílica, en su palio y sin candelería...
Pd: a todos mis lectores la mejor Semana Santa de sus vidas (esa que siempre está por llegar). Cuando la nostalgia nos invada, espero no dejar de contar con vuestra compañía para juntos seguir soñando y pregonando Sevilla.

15 marzo 2007

De azul y plata

No sé por qué cada noche víspera de Domingo de Ramos, cuando entro en San Julián por la puerta de la casa de hermandad y me reencuentro con el paso personalísimo del crucificado de la Buena Muerte con la Magdalena a sus pies, siento ese cosquilleo en el estómago. No sé por qué ese instante, en que el ajetreo desbordado de los preparativos florales llena de vida el templo, es para mí quizás el más feliz del año, aquel en que se toca con las manos lo soñado, pero a la vez aún no se vive como para poder sentir la nostalgia primera de perderlo.
No sé por qué desde muy niño aquellos nazarenos azules despiertan en mí sentimientos muy especiales. Quizá sea el colorido de la cofradía, quizás esa composición perfecta del Señor en la Cruz contemplado por una mujer guapa y rota de dolor, quizá los sonidos eternos de Arahal, quizá la belleza castiza de la Virgen de la Hiniesta... No lo sé, pero me sigue llamando la atención que siempre sentí como mía propia esta hermandad de la que hasta hace poco apenas conocía algún hermano, que no se vincula al corte de las que siempre frecuenté, que no está especialmente cercana a mi casa...
Puede que el encanto de la Hiniesta radique en su sevillanía. La Hiniesta de salida por el Pumarejo, por la calle Feria o enmarcada entre las columnas de la Alameda es Domingo de Ramos en estado puro. Su paso de Cristo de regreso por Doña María Coronel, acariciado por el azahar de los naranjos y por la primera brisa de la noche primaveral, es estampa usual de la Semana Santa de nuestros días y cita ineludible para buenos cofrades en las postrimerías de la jornada de los sueños cumplidos.
Sí, hay mucha Sevilla en esta cofradía, como la hay en su barrio de espadañas y huertos conventuales, de cal en las fachadas, de casas derruidas, de modernos bloques de pisos viveros de sus niños nazarenos, de tabernas y pequeños talleres artesanos.
Nunca he sido hermano y quizá nunca lo seré porque no se rompa esa magia que siempre tuvimos entre nosotros. La Hiniesta es para mí ese amor imposible que disfrutas sólo con mirarlo, esa debilidad de todos conocida y muchos compartida, esa imagen grabada de un día o de una fecha concreta, ese símbolo de lo anhelado durante todo un año...
La Hiniesta es como un novillero que allá donde toree, por muy lejos que esté, se anuncia como "de Sevilla" y a Sevilla siempre regresa. Cuentan las crónicas que tiene una costumbre de siglos; cada Domingo de Ramos vuelve a debutar hecho Semana Santa, en la Puerta de Córdoba y vistiendo un traje azul y plata. Mientras siga teniendo salud jamás faltaré entre su público.

07 marzo 2007

La Dolorosa que enamoró a un Rey

¿Qué importa dónde esté? A buen seguro que su lugar no es una capilla revestida por oscuros ladrillos y enclavada en un barrio tan poco sevillano como impersonal (que nadie se me enfade). Pero, eso qué más da... La Victoria es infinitamente hermosa porque así la hizo Dios, o Juan de Mesa, atribución fundada en que tanta belleza no pudo estar al alcance de cualquiera. Qué más da quién la hizo...
Amargura, Valle, Estrella, Esperanza Macarena y entre ellas, en mis predilecciones, siempre la dulce Victoria de las Cigarreras. Victoria Cigarrera llegando a la Campana en mi niñez, con la Banda de Tejera tras su paso; Victoria Cigarrera en aquella calurosa madrugada de 1992, regresando desde el Salvador a los Remedios y cruzando el Puente de San Telmo con el telón de fondo de la Velá de Santa Ana; Victoria Cigarrera de mis primeras Semanas Santas con los amigos, recorriendo Triana de salida, tocada por el sol inconfundible del Jueves reluciente...
A buen seguro no os descubro nada. Llevaréis muchos años viéndola llorar por Sevilla, en su regio y majestuoso paso de palio, ejemplo de buen gusto y de delicada y cuidada armonía. Faltan palabras en el mundo y en el vocabulario de servidor de ustedes para describir esa mirada suya de ojos bajos, vencidos pese a su incuestionable Victoria; faltan palabras para calificar con precisión en qué instante de la tarde del Jueves Santo se desborda su dolor sereno.
Faltan palabras para poder contaros lo que se siente bajo su paso, donde el destino me llevó a conocer la más auténtica Semana Santa, la del sudor y el compañerismo, hermanados en el esfuerzo por lograr culminar de manera exitosa el trabajo bien hecho. No sabría deciros con palabras qué se siente al mirarla, entre la cera consumida, cuando todo concluye; todo menos su llanto, liberado a cuenta gotas mientras pequeños sollozos parecen escapar de entre sus finos labios de niña sevillana.
Es difícil encontrar palabras para expresar todo lo que Ella encierra, quizá por eso nunca fue tan cantada como otras. Quizá por eso el mejor de los versos que se le podría escribir a la Virgen de la Victoria es el de contemplarla, contemplarla y dejar que te vaya enamorando, como enamoró a un Rey..., y a un costalero.

03 marzo 2007

Viernes de Marzo en el Cautivo

Este primer viernes de Marzo que vivimos ayer sigue teniendo un sabor muy especial. El tiempo parece detenerse entre tanta polémica y debate cuaresmal y regresar a lo que siempre fueron y serán estas horas.
Esta jornada, como estos viernes cuaresmales en general, es quizás uno de esos tesoros mantenidos por las viejas costumbres y usos sevillanos. Primer viernes de Marzo y sábado siguiente en los que visitar al Dulcísimo Nazareno de San Antonio Abad; primavera presentida en el atrio, incienso y lirios, pie adelantado... Primer viernes de Marzo en la Casa de Pilatos; atardecida tenue, galerías de un hermoso patio, faroles encendidos, apunte de cuaresmas lejanas camino de la Cruz del Campo... Primer viernes de Marzo en el Tiro de Línea, en San Lorenzo, en la Puerta de Carmona...
Los viernes de Cuaresma retornan a mi mente los recuerdos de las largas colas del besapiés de Jesús Cautivo; ya no son tan largas, pero allí sigue el Cautivo, atemporal, recibiendo el peso de la devoción de una ciudad. Recuerdo regresar del colegio o del instituto y ver aquellos auténticos regueros humanos por Descalzos, por la Pila del Pato... San Ildefonso se hace la plaza principal de un pueblo; ajetreo, vendedores de recuerdos, pedigüeños que animan un paisaje diariamente tranquilo y secreto; rincón de paz donde la belleza de lo desconocido se da cita en hermosas casas de patio, en las gemelas torres de aire colonial de la parroquia, en el torno de las yemas, en el balconcito siempre cerrado, clavado en las cales del convento, desde donde el alma de Rodríguez Buzón despide a Gracia y Esperanza cada noche de Domingo de Ramos, porque Caballerizas ya no es lo que era...
El Cautivo en su templo, junto a la Virgen de los Sastres y a esa dolorosa de Astorga tan parecida a la Presentación, sigue significando mucho para estos viernes cercanos a los días soñados. Él no sabe de Semana Santa, pero sabe mucho de la verdad de la Cuaresma y también de Sevilla.

21 febrero 2007

Los caminos del gozo

Hace unos días que le daba vueltas a lo que hoy, fecha inicial del tiempo cuaresmal, escribiría en este nuestro rincón común. Pero ha sido esta misma mañana, leyendo el blog de mi amigo Migue y tras revivir a través de su fantástica y desconocida prosa uno de esos instantes mágicos que nos lega la Semana Santa, cuando he tomado la decisión de hablaros acerca de cómo veo el camino que nos lleva desde estas horas a aquellas otras tan distintas.
El de hoy es el día de los recuerdos imborrables de esos Miércoles de Ceniza nerviosos de nuestros años de colegio e instituto; años en los que el Domingo de Ramos, en este punto y hora, nos parecía mucho más cercano de lo que aún está. Y es verdaderamente hermoso que no esté tan cerca, porque de este modo y no de otro, podremos y sabremos disfrutar de cada uno de los pequeños detalles que conforman este trayecto hacia los gozos de cada primavera.
Podremos y sabremos disfrutar de ese cosquilleo mirando el calendario, contando los Domingos que faltan, hacedlo, ¿habéis visto qué poquitos parecen?; podremos y sabremos disfrutar de esa primera torrija que sabe tan distinta a la que nos deja nuestra madre para cuando volvemos de ver cofradías; podremos y sabremos disfrutar de esas atardecidas, cada vez más largas, más luminosas y más tibias y que nos parecen, año tras año, el más bello pregón posible de la Semana Santa . Pese a todo, nos resultará paradójico como a pesar de lo que estamos disfrutando, sólo querremos que el tiempo pase, raudo y veloz, hacía una fecha única y marcada.
Llegarán los pasos a las iglesias; llegarán ese Viernes y ese Sábado de ritos anuales e ineludibles, para sentirnos plenamente felices y predispuestos; y por fin, amanecerá el más hermoso día que Dios nos pudo regalar.
En él nos desbordarán tantas emociones vividas, tantos momentos ..., pero llegarán las horas finales y será entonces cuando, como bien dices Migue, querremos detener el tiempo en esa última vuelta del Herodes en la oscuridad de San Juan de la Palma. Hasta entonces no nos habremos dado cuenta, pero en aquel instante sabremos que, cuando llegue el paso de palio y como si fuera un sueño pase ante nosotros, revire para dar cara al pueblo y entre en su templo, habrán concluido de nuevo los días en los que más gozamos de nuestra existencia. Queda mucha Semana Santa sí, pero si lo vivido hasta ese punto no es distinto, ¿por qué nos queda ese vacío en el alma cuando entra la Amargura?

15 febrero 2007

Sobre Montoto y una esquina sevillana

Además de por los libros de José María de Mena, un autor que ha aficionado a leer sobre Sevilla a un gran número de gente, seguro que muchos de vosotros comenzasteis como yo a curiosear sobre estos temas, a través de las obras imprescindibles de don Santiago Montoto, el llamado patriarca de las letras sevillanas.
Don Santiago publicó muchos libros sobre Sevilla, algunos directamente como tales y otros recopilatorios, de artículos y opiniones en prensa, llevados a cabo por sus muchos discípulos. El que nos ocupa pertenece a este segundo tipo y es un ejemplar gastado, por el mucho uso que le di durante algún tiempo, que permanece en la biblioteca de mi casa bajo el título muy sugerente de "Esquinas y Conventos de Sevilla".
Hace unos días lo rescaté y, echando un vistazo al índice, llamó mi atención la primera de las esquinas (algunas no son ni siquiera tales) a la que se refiere el escritor nacido en la calle Levíes. Ésta no es otra que la de la Cabeza del Rey Don Pedro.
Se trata de un lugar que desde pequeño llamó mucho mi atención. Me resultaba atractivo conocer que aquella famosa leyenda de La Vieja del Candilejo se había supuestamente desarrollado tan cercana al balcón de mi propia casa, que asoma a la calle Almirante Hoyos, aquella que desemboca frente a la cabeza del rey, para unos Cruel, para otros Justiciero.
Mi curiosidad infantil hacía que imaginara aquella escena, e incluso intentaba averiguar qué lugar ocuparía en la encrucijada aquella casa a la que se asomó una señora con un candil en la mano, dejándolo caer asustada al contemplar como uno de los dos combatientes caía herido de muerte en la madrugada.

08 febrero 2007

Un trozo imprescindible de Viernes Santo

Decir que la celebración del Viernes Santo tiene una importancia fundamental para todo cristiano me parece una obviedad, pero nunca es mal asunto recordar este tipo de cosas. Sin embargo, decir que en nuestra ciudad es una de las jornadas procesionales más completas en todos los aspectos, quizás sorprenda a muchos sevillanos, e incluso a otros tantos "nuevos cofrades" faltos de cierta sensibilidad.
Para aquellos que vuestro amor y respeto por nuestras tradiciones más íntimas os permiten apreciar esos pequeños detalles, no será un descubrimiento que os hable de esa luz peculiar de la tarde del Viernes Santo. No sé si habéis acertado a comprobar como las cinco de la tarde de este día, cuando el barco romántico de la Carretería avanza majestuoso por el entorno de la Plaza Nueva, no tienen absolutamente nada que ver en su luz con las del ilusionante Domingo de Ramos, o con las del aún más cercano Jueves Santo. Hasta ese aspecto, para muchos intrascendente e inapreciable, es partícipe de la fina elegancia de este día que parece hecho a medida de sus maravillosas siete hermandades.
El Viernes Santo, por esa luz descrita, por su público tan distinto al del resto de la semana, por sus cofradías..., tiene para quien os habla un encanto exclusivo. Debo confesaros que no es ajeno a ello una hermandad, la de las Tres Caídas de San Isidoro, casi tan mía como las propias, e incluso alguna vez he confesado que hasta un poquito más.
Sus dos imágenes forman parte de mis recuerdos infantiles, cuando acudía cada Domingo a Misa a la sede provisional de la Parroquia en sus años de cierre, a causa de las obras. Reabierta la misma, el paso de palio de la Virgen de Loreto constituía en mis inquietas tardes cuaresmales ese monumento a la ilusión que cada cofrade ve crecer, casi mágicamente, muy cerca de su casa; quién me iba a decir a mí, por aquellos entonces, que un buen día y gracias al inolvidable privilegio brindado por un excelente prioste y mejor amigo, iba a poder disfrutar con mis propios ojos de la ceremonia íntima y hermosísima de la subida de la Virgen de Loreto a su paso...
Muchos han sido los buenos ratos vividos en su casa, muchas las buenas gentes conocidas en ella; pero por encima de todo, mi cercanía física y sentimental con esta hermandad me ha servido para valorarla como tal, tanto por su activa labor y vida diaria como por su presencia en nuestras calles, tras tres años más imprescindible que nunca, llenando de sabor añejo e infinito buen gusto ese aire personal y envolvente de una de las tardes más bellas de la Semana Santa.

29 enero 2007

Maravillosamente distintos

Puede parecer oportunista hacerlo hoy, después del mejor partido de la hasta ahora flojita temporada, pero también debéis tener en cuenta que es, sin duda, una semana importante para el fútbol sevillano que el jueves vivirá la primera de sus tres fiestas en un sólo mes y qué mejor manera de sumarme a ella que hablando del que siempre ha sido, es y será mi equipo. Soy bético desde que nací, quizás porque así lo quiso mi padre, pese a que mi abuelo, oriundo de Granada, era sevillista como también lo son mis tíos. Sé que en mis primeros años de vida el Betis realizó unas cuantas buenas campañas, pero mis recuerdos más remotos se ligan a un equipo ascensor que en ciertos momentos invitaba a la desesperación de un niño tan pequeño. Hoy, mucho tiempo después, me alegro de no haber sucumbido a ella. Eran los años de Pumpido, cuya equipación tuve no sé para qué ya que nunca me gustó jugar de portero; los años de aquel delantero centro ídolo de mi infancia: "No diga gol diga Mel"; los años en los que no era fácil ser del Betis rodeado de amigos sevillistas, pero en los que un llavero, que todavía conservo y que reza rodeando al escudo: "Aún en los peores momentos que grande es ser bético", me convenció de que indudablemente no hay equipo que sepa sufrir como el nuestro, capaz de sobreponerse a lo que pocos lograrían hacerlo. Gracias al sentimiento resumido en esa frase, tan grabada en aquel llavero como a partir de entonces en mi corazón, pude vivir gozoso aquel rescate de los infiernos por obra y gracia de un señor con bigote ligado a mi mejor memoria en verdiblanco; aquellas primeras goleadas en casa tras el retorno a la cumbre; aquellos derbys en los que fuimos intratables; aquel tercer puesto en la liga, logrado en el mismísimo Bernabéu; y aquella final copera in situ, en ese mismo lugar, que perdimos pero merecimos ganar. Después vinieron etapas mejores y peores; otro ascenso de inolvidable celebración y una temporada de ensueño que nos permitiría, meses más tarde, escuchar en nuestro estadio el himno de la Champions, no sin antes traernos para Sevilla un título, varios años después de que nosotros mismos nos trajésemos el último desde ese mismo campo en el que, tras un día inolvidable inundando Madrid con nuestros colores y nuestros cánticos, muchos descubrimos que también se llora de alegría. Esto es sólo el resumen, más sentimental que preciso, de veintiseis años entre cien posibles; cien años de beticismo en los que, desde el Porvenir a Heliópolis pasando por el resto del mundo, fuimos como siempre seremos: maravillosamente distintos.

23 enero 2007

San Bartolomé, un barrio olvidado

El pasado fin de semana, releía bajo este mismo título un capítulo que, en su obra Visión de Sevilla, dedica el profesor Morales Padrón a este desconocido y hermoso barrio sevillano.
Muchos de los rincones de la antigua Judería descritos en 1975 por este excelente historiador canario ya ni siquiera existen, fueron cayendo presos de la piqueta destructora, tan activa en aquellos años y más aún en un lugar que paulatinamente, como en el caso de otros viejos barrios de nuestra ciudad, fue siendo abandonado por sus vecinos, emigrados a nuevas construcciones alejadas del lugar en el que nacieron y vivieron gran parte de sus vidas.
Morales Padrón recorre un barrio lleno de encantadoras casas de vecinos, un barrio misterioso de casonas abandonadas, de femeninas clausuras conventuales...; un barrio en el que todavía perviven, junto a la de la Virgen de la Alegría, dos hermandades penitenciales: las Aguas y Jesús Despojado, radicadas por aquellos años en el templo parroquial, lógicamente no restaurado aún con tan notable desacierto.
Más de treinta años después, San Bartolomé sigue siendo ese secreto misterio sevillano que no aparece en las guías turísticas a pesar de su importancia histórica, los nombres de sus calles siguen siendo los más hermosos de todo el nomenclátor de la ciudad: Archeros, Verde, Céspedes, Tintes, Armenta, Vidrio... Introducirse sorpresivamente en él, en una atardecida, constituye alejarse del bullicio y el ajetreo comercial de la zona de la Alfalfa, del intenso tráfico de la cercana Ronda.
San Bartolomé son mis más lejanos recuerdos escolares, cuando en el colegio de las Madres Mercedarias aprendía mis primeras letras. En sus estrechas callejas y en sus plazas he jugado a la pelota en mi niñez, he disfrutado de mis primeros besos...
Es una verdadera pena para nuestros visitantes, pero a la vez una inmensa alegría para quienes lo tenemos tan cerca, que San Bartolomé siga siendo ese barrio olvidado, uno de esos rincones estratégicamente escondidos para poder encontrarnos, casi sin pretenderlo, con la Sevilla más imperecedera.

16 enero 2007

Otra de bares

Estaba claro que tres artículos no serían suficientes para pasearos por mis bares predilectos de la ciudad; a decir verdad, tampoco creo que lo sean cuatro, ni los que después de este vayan llegando, ya que si el sevillano es novelero por naturaleza, en mi persona eso de dar boato a todo lo recientemente disfrutado se convierte en norma de inexcusable cumplimiento
Comencemos esta cuarta entrega en el mejor sitio posible, una tasca de las clásicas, tan céntrica como desconocida. La Goleta (no confundir con la de Álvaro Peregil) se sitúa en la parte estrecha de la calle Santa María de Gracia y es uno de esos despachos de vinos cuya visita esporádica es forzosa. Dicen los que les gusta el mosto (no es mi caso) que en ella está excelente.
Nada lejos queda Blanco Cerrillo, por su olor lo reconoceréis, buen lugar de desayunos, magnífica cerveza, famoso y exquisito adobo..., pero no por todo ello dejen de probar su ensaladilla, una auténtica desconocida, ¿verdad primo?
En el entorno de la Plaza Nueva tenemos otros tres lugares que me vienen cautivando. El primero de ellos la Taberna El 10, un bar de tapas que me recomendaron hace tiempo, pero que no visité por vez primera hasta hace un par de meses. Prueben su carrillada y pese a que suele estar lleno, harán todo lo posible por hacerse un hueco en su barra cada vez que pasen por la calle Albareda.
Muy cerquita, en Mateo Alemán, queda una abacería muy coqueta donde, con permiso del de mi madre, puede tomarse un salmorejo difícilmente superable. Tampoco está nada mal el que sirven en Casa Cuesta, establecimiento hermano del trianero, que han abierto en la calle Zaragoza, donde hasta hace poco estaba Casablanca. Son muy curiosas en este bar las numerosas fotografías de toros que ocupan sus paredes.
Otro lugar del que se viene hablando mucho es la Bodega Torre de la Plata, en la calle Santander. Recientemente recuperada, cuenta con un amplio salón y un agradable patio en los que se pueden degustar unas exquisitas y originales tapas acompañadas de una buena botella de vino. Es económico, personal y muy recomendable.
Por último, y regresando muy cerca de donde comenzamos nuestro periplo, invito a los más exquisitos a que se pasen un mediodía de invierno por La Reja. La comida es de calidad, pero además la visita constituye una oportunidad única para disfrutar del aperitivo en una simpática barra baja y rodeado de paredes de madera, decoradas con pequeños cuadros, espejos y lamparillas que dan a este veterano bar restaurante un atisbo de ese aire romántico de las bellas cafeterías del centro de Madrid, hoy prácticamente perdido en nuestra ciudad tras el fuego de Ochoa hace unos años.
Les toca comentar y seguir ampliando la lista.

10 enero 2007

La mirada más desconocida

Entre el gran público de la calle no llama mucho la atención su imagen, ni tampoco su cofradía; puestos a ser sinceros, tampoco llamó nunca la mía cuando era un niño de silla en la Campana, apasionado desde bien temprano por la Semana Santa y todo aquello que la rodeaba.
Las Penas era para mí una hermandad de negro, que salía de San Vicente y que tenía un hermano mayor, hermano del entonces presidente de mi equipo. También recuerdo muy lejanamente como fue la única en salir en un lluvioso Lunes Santo y que no pude verla porque ya estaba en casa hacía unas horas...
Pasó el tiempo y avatares del destino me llevaron allí. Tenía diecisiete años y comencé a vivir en ella todas esas cosas que, pese a mi vinculación desde la cuna al mundo de las cofradías, nunca había disfrutado tan de cerca: la limpieza de plata, los montajes, el salir de acólito en los cultos, las copitas y las convivencias en la casa de hermandad y en las de otras hermandades, los muchos amigos que fui haciendo...
Aquella hermandad además se había venido a residir de manera provisional muy cerquita de mi casa y quizás por eso, poco a poco me fui enamorando de su dolorosa con los ojos elevados al cielo, una de las más personales de toda la Semana Santa de Sevilla...
Tras varios años, circunstancias de la vida hicieron que mi participación en la hermandad se viera reducida únicamente a los días más señalados de la misma. Quizás ha sido entonces cuando, desde la distancia relativa, he aprendido a valorar esa mirada dulce a la vez que sobrecogedora, serena e infinitamente misericordiosa de Jesús de las Penas que, debo confesar, siempre fue para mí algo secundaria frente a la de su Madre.
La tarde del Lunes Santo mi corazón queda dividido entre la de San Vicente y esa otra hermandad que, además de ser mi sueño como costalero, fue el lugar en el que un día se conocieron quienes me dieron la vida: Santa Marta.
Pese a pertenecer a ambas, el pasado fue el primero, tras ocho años consecutivos como acólito y penitente en las Penas, en que disfruté de la jornada desde fuera. Si hermoso fue reencontrarme después de tanto tiempo con la más bella plasmación posible del entierro de Cristo, no menos lo fue hacerlo con su cuerpo abatido y su mirada redentora, esa mirada tan desconocida en la ciudad que ni yo mismo, tan cercano entonces, supe recrearme en ella como merece; la mirada de Jesús de las Penas, que en estos días celebra su Quinario.

02 enero 2007

Retrato en sepia de la Cabalgata

Estos primeros días de Enero son para mí, junto a la Nochebuena, los más encantadores de estas fiestas. La tarde serena y reposada del primer día del año es uno de esos regalos con que Sevilla premia a quienes tanto la amamos, cantamos y disfrutamos. Pasear sus calles, quizás algo más solitarias frente al habitual ajetreo navideño del centro y visitar al Señor en el arranque de su Quinario, sintiendo que la cuenta atrás comienza, es una de esas tradiciones no escritas que muchos gustamos de cumplimentar en esta jornada.
Pero sin duda estas horas son, en nuestra memoria, las de la ilusión infantil, contenida hasta su desborde en la tarde mágica del día 5. El de la Cabalgata siempre fue un día especial y la edad no es un óbice para que, año tras año, lo continúe siendo.
Ya por la mañana tiene ese aire personal y atractivo que nuestra Sevilla sabe aportar a sus celebraciones, por muy distintas que estas sean. Desde primera hora de la tarde el mágico cortejo discurrirá por la ciudad; volveremos a acudir a ese mismo punto estratégico en que la venimos viendo, volveremos a disfrutar, a ser partícipes de la alegría predominante y esos rostros infantiles que nos rodean, entre nerviosos e ilusionados, serán ese retrato en sepia de las cabalgatas de nuestra niñez.
Un año más regresaré en mis recuerdos a la Plaza Nueva, o ante la desaparecida zapatería Garach, en la calle Tetuán, donde tantos años vi los Reyes; y también volverán a mi mente las primeras cabalgatas junto a los amigos, en esa Ronda histórica que en esta tarde se nos muestra con todo su sabor añejo, repleta de público, de globos, de tambores...
Tras tomar una copa, inconscientemente, llegaremos a casa más temprano que nunca y al dejar el puñadito de caramelos sobre la mesa nos inundará la nostalgia de aquellos años pasados que en esta tarde volvimos a rememorar.
Las circunstancias de nuestra vida la irán haciendo distinta, quizás en un futuro nuestra ilusión se torne más hermosa al contemplar la de quien más querremos, pero que nadie dude que, mientras estemos vivos, la del 5 de Enero será la noche en la que nos acostaremos siendo el niño que fuimos.