25 diciembre 2006

La Nochebuena eterna de Maese Pérez

Cuentan por las mañanas en el mercado de la Encarnación y a la hora de la cervecita en el Tremendo, que la sombra fantasmagórica de Maese Pérez sigue paseando en la atardecida bajo los naranjos de Doña María Coronel. Dicen que sigue viviendo en una casita humilde de la calle San Felipe, que le gusta el tinto del Rinconcillo, donde para a diario y que sale todos los Jueves Santo de nazareno en los Caballos.
Dicen que cuando llega el frío su presencia se hace más frecuente en el barrio, junto al ajetreo navideño del torno de los bollitos, de esa clausura cuyo enorme claustro nos sorprendía cuando de niños lo descubríamos desde la azotea del Colegio.
Dicen que aún merodea nervioso, en los instantes previos a la Misa del Gallo, por ese atrio de Santa Inés en el que un muchacho melancólico del barrio de San Lorenzo escuchó contar esta historia, tal noche como ésta, a dos demandaderas del convento.
Dicen que el órgano de esta secreta y hermosísima iglesia sevillana, donde duerme su sueño eterno el amor imposible de don Pedro el Cruel, sigue sonando por la Natividad del Señor como si fuesen los mismos ángeles del cielo quienes lo tocasen.
Resulta difícil de creer que, siglos después, aquel milagro que nos contó la literatura romántica siga ocurriendo, pero está claro que algo de cierto debe haber en lo que dicen por la collación de San Pedro, porque cuando entramos en Santa Inés nos sigue recorriendo el cuerpo un bello escalofrío becqueriano...
PD: A todos los queridos amigos que honran mi blog con su visita, muchas felicidades y mis mejores deseos en estos días de Navidad.

18 diciembre 2006

Los días en que parece una persona

Muchos somos quienes, durante el año, gustamos de acudir a verla con frecuencia. Contemplarla vestida de hebrea en la Cuaresma, en su paso de palio cuando aún no está la cera por delante, de blanco cuando llega el verano o de negro luctuoso en Noviembre, supone recorrer el calendario de la ciudad de la mejor mano posible.
Como buenos hijos de esta tierra nos emociona verla cada Madrugada, cada nueva mañana de Viernes Santo, cuando la calle Feria es un hervidero y caminamos por la acera junto a Ella, ajenos al bullicio de la delantera de su palio que avanza majestuoso, con sus marchas de siempre, en busca de ese barrio que la espera gozoso.
Es la misma que, en ese impresionante póster de la Caja San Fernando, me da los buenos días cada mañana al despertar, la misma que en la estampa de mi cartera, la misma de la foto del cajón en la Guerra que guardo como un tesoro y la misma que vistieron de luto cuando a tío José lo mató un toro de la Viuda de Ortega en Talavera...
Sé que es la misma, pero no puedo evitar que cada año, llegadas estas fechas, me parezca distinta cuando la veo tan cerca.
No importará el montaje, ni la cola, ésta sólo constituirá el tiempo para pensar aquello que queremos contarle y que después no acertaremos a decirle cara a cara. Vuelve a estar ahí, tan cercana y tan lejos, tan nuestra y tan de todos, tan llorosa y tan sonriente, tan cargada de siglos y tan joven, tan hermosa...
Ante su presencia no se podrá rezar, ni hablar, ni casi respirar. Volverá a sorprendernos lo que nos impresiona, la miramos y parece que su cara es humana, parece tener piel y sus ojos parecen ser reales.
Hemos besado su mano muchas veces, pero cada vez que llegan estos días volvemos a pensar lo mismo: vista así, tan de cerca, no parece una imagen, parece una persona.

12 diciembre 2006

Memoria de los patios del Rectorado

Desde que era niño y correteaba por el vestíbulo del Rectorado los Domingos por la mañana, durante las estancias de mi padre (secretario por aquellos entonces) en la casa de hermandad de los Estudiantes, siempre llamaron mi atención los patios contiguos del edificio principal de la Hispalense.
Entonces suponían un mundo aún muy lejano para mí, el de la Universidad, aquello que uno terminaba por alcanzar cuando se acababan el colegio, con sus diarios partidos de fútbol y sus deberes, y unos años en los que la cosa se pone algo más complicada, tanto que en cuanto te escantillas varias voces te lanzan el dardito de que así no se llega a selectividad, un examen muy largo, con más nombre que otra historia, por el que también hay que pasar para cruzar las rejas de estos patios.
Una vez dentro, comprobé que aquello que con tanto misterio miraba en mi niñez no tenía nada de especial arquitectónicamente. Un reloj el primero, amen de la recién incorporada estatua del fundador Maese Rodrigo de Santaella y una graciosa fuente en su centro el segundo.
Lo más curioso de estos patios es lo que sentimentalmente llegan a suponer en la vida de un estudiante. Dos espacios abiertos que, como muchos otros de tantísimos centros docentes, tanto saben de alegrías y de desdichas, de lágrimas de impotencia y de felicidad desbordada.
Patios del Rectorado que hasta vestido de negro ruán he atravesado en alguna ocasión; patios de frío invernal; de lluvia con el agua cayendo a chorros por las bocas de desague; de sol de primavera, cuando la biblioteca (no digo ya las clases) es obligatoriamente sustituible por la tertulia cofradiera esquivando palomas asesinas, junto a aquellos amigos que en ellos mismos nos fuimos conociendo y con los que terminé teniendo mayor confianza y afinidad que con los de la propia facultad.
Ahora que la edad y los años de estancia empiezan a apretar y hacer que uno apriete, voy teniendo ganas de abandonar esas largas campanadas, el sonido del agua en la fuente cantarina del patio de Arte, el ajetreo de los pasillos de Filología..., voy teniendo ganas de cambiar de aires, pero sin duda sé que, como muchos me dicen, añoraré bien pronto todo aquello.

04 diciembre 2006

Con el sol de Diciembre...

Una de esas coplas de Carlos Cano que tengo grabadas en mi mente, tras mucho escucharlas durante mi infancia en aquel viejo disco que anda por casa, es la que, con letra del maestro Antonio Burgos, rezaba: «Con el sol de Diciembre,/alta en la torre, una bandera./Se levanta en el cielo/la voz de un seise/como una estrella/de pluma y terciopelo,/blanca y celeste,/y al aire queda».
Quizás no exista definición más bella que estos versos, ni símbolo más encantador y secreto que esta bandera que, sobre el campanario de nuestra torre madre, ondea (si los señores canónigos catedralicios no lo olvidan, como algún que otro año) llegadas estas fechas sevillanísimas de la Inmaculada.
El día de la Purísima es el recuerdo de una víspera de tunos en la plaza del Triunfo y el Postigo, de bufanda anudada al cuello y moscatel de Chipiona comprado en Alvarito Peregil en Mateos Gago. Es el repique incesante de campanas en la media noche, como banda sonora en la memoria de una de aquellas noches en las que, siendo más niños, todo nuestro afán era disfrutar de unas horas de la madrugada no tan familiares para nosotros como pueden serlo hoy.
El 8 de Diciembre, en su mañana de dorados reflejos invernales, es uno de esos días en que la plaza de la Virgen de los Reyes, o lo que es lo mismo, el antiguo solar del Corral de los Olmos, viaja hacia el pasado al ser atravesada por sesudos calonges de enrevesadas capas que les protegen del frío de Matacanónigos, cuando cruzan hacia Palacio a recoger al ordinario del lugar, que será quien oficie la solemne función pontifical en honor de María sin mancha concebida.
Pero sobre todo en Sevilla, el de la Inmaculada es el día de los besamanos de la Virgen en múltiples hermandades. Una de esas tardes en que la ciudad nos muestra gran parte de sus encantos casi por sorpresa.
Numerosas son las citas, pero una de ellas es ineludible. En San Antonio Abad, entre banderolas celestes, cirio encendido y espada votiva, la Concepción de blancos azahares nos espera para recordarnos que, así en el sol de Diciembre como en la Luna de Parasceve, no existe pureza comparable a la suya.

27 noviembre 2006

Italia en Sevilla

El Viernes por la noche, cenando con un grupo de amigos en el Restaurante Maccheroni (anda que también nació en Triana el gachó que lo montó), en la calle Harinas, uno de ellos comentaba ante las excelencias de manjares y vino que, de no haber sido españoles, sin duda hubiésemos tenido que ser italianos.
Desde pequeño llamaron mi atención esos futbolistas engominados y cuentistas, de juego tan ultradefensivo como eficaz. Años más tarde, más que el fútbol, me atraen esas presentadoras morenas, increíblemente perfectas y simpáticas y también, cómo no, esas pizzas que de tantos desavíos nos sacan y la pasta bien cocinada y regada por un buen Lambrusco rosado, como la que degustamos la otra noche.
Italia en Sevilla, además de en el nombre de una avenida (la de la Ciudad Deportiva del Real Betis) y de en la lógica herencia arquitectónica renacentista, se encuentra en varios restaurantes, tales como el Mamma Mia de calle Betis, tan ligado a nuestros recuerdos gastronómicos infantiles; los distintos San Marco, que todos conocemos, llamando mucho la atención el ubicado en Mesón del Moro, en lo que fueron unos baños árabes; y junto a estos veteranos, todos esos de novedosa apertura que salpican la ciudad, principalmente por las zonas Centro y Nervión.
Nunca me sedujo especialmente salir al extranjero sin conocer todo lo que me atraía de nuestro país, pero sí soñaba visitar Roma. Hace dos veranos pude hacerlo y prometí volver. Desde entonces, Florencia y Venecia forman también parte de mis anhelos viajeros. Mientras llega la ocasión seguiremos degustando Italia en estos rincones tan sevillanos. Lógicamente se admiten propuestas.

20 noviembre 2006

Llora Noviembre

Ocurrió el pasado fin de semana, allá en San Juan de la Palma, donde nuestros recuerdos infantiles siguen jugando a la pelota a la salida del colegio, donde los Domingos evocan la ilusión en la imagen retenida de unos misteriosos romanos cubiertos de fantasmagórico modo, y donde varias espadañas vecinas se asoman, una vez al año, a ver amanecer la Semana Santa.
En la tarde oscura y fría de Noviembre, la Amargura había descendido desde el altar mayor para tender su mano hacia nosotros y acercar así a nuestra altura su celestial mirada de ojos tristes.
Dicen de este rito que supone la apertura del curso cofrade sevillano, lo cierto es que desde que quien me dio la vida, vecina muchos años de su mismo barrio, me lo enseñó, pocas veces he faltado a la cita.
La iremos presintiendo por la plaza en el olor a incienso, en ese amigo cofrade que nos cruzamos y que regresa del lugar al que acudimos, o quizás la adivinemos sorpresivamente cuando, agotada la estrechez de Regina, la encontremos en la cerámica de su azulejo, en el eterno diálogo con San Juan de cada noche de Domingo de Ramos.
En el interior del templo su presencia lo llena todo. El tiempo vuelve a detenerse cuando la miramos cara a cara, cuando su tez morena y su expresión de dolor sereno vuelven a parecernos difícilmente superables por los cánones de la belleza...
Ocurrió el pasado fin de semana, allá a San Juan de la Palma. La Amargura descendió de su camarín para regar con su llanto inconsolable este Noviembre de dolorosas enlutadas que desde entonces nos sabe a primavera.

13 noviembre 2006

La Amargura de las Glorias

Somos muchos quienes señalamos a la hermandad de la Amargura como la más perfecta expresión de lo que debe ser una cofradía en la calle. Se dice de ella que todo es armonía en su discurrir por la ciudad, desde esa cruz de guía que se eleva sobre los blancos capirotes el Domingo de Ramos, a la última nota de la marcha de Font de Anta sonando tras su paso de palio.
Pues bien, si la de San Juan de la Palma es la más completa cofradía penitencial, muchos somos quienes defendemos igualmente que es la de la Virgen del Amparo la que goza de ese privilegio entre las de gloria.
El Amparo es el broche de oro, elegante y medido, de las procesiones sevillanas. Todo está sumamente cuidado en su cortejo que discurre en la fresca anochecida de Noviembre por el rincón más señorial del centro. Su público es bastante numeroso, pero siempre sin perder ese encanto de ser en gran medida conocido para quienes acudimos allí año tras año. El andar del paso, como corresponde a su gran cuadrilla, suele ser excelente (vaya paseo le habéis dado, Sergio) y el repertorio musical es de lo mejor y más clásico que a día de hoy puede escucharse tras nuestras imágenes.
La estampa de la dulce Señora de la Magdalena, elevada sobre los naranjos de la calle Miguel de Carvajal, a la luz de sus incomparables candelabros rematados por un personalísimo farol, es una de esas que, sólo contemplarla una vez, te hace acudir a reencontrarla de por vida.
Es por eso que el pasado Domingo volvimos a cumplir con uno de esos ritos que nos hacen gozar de la ciudad y de sus días. No podíamos faltar; la maternal y evocadora Virgen del Amparo cruzaba sobre hojas caídas las calles de su collación, marco de las esencias imperecederas e imborrables para la memoria.

06 noviembre 2006

Si Sevilla fuera una calle...

Hace algún tiempo, leyendo un cuestionario de la web Sevillaclick, me llamó la atención una de las preguntas: si Sevilla fuera una calle sería...
Calles hermosas sobran en la ciudad, ahí están Mateos Gago o Doña María Coronel, cualquiera de las múltiples callejas del barrio de Santa Cruz, o esas otras cercanas pero mucho más desconocidas del barrio de San Bartolomé. Pero para mí, sin lugar a dudas, si Sevilla fuera una calle, esta no sería otra que la calle Feria, por numerosas razones.
Feria es vivo retrato de la ciudad, une dos universos; la elegancia suprema de San Juan de la Palma y la algarabía desbordada de la Macarena. Feria es sendero de blancos nazarenos en la atardecida del Domingo de los sueños, haciendo cofradía de barrio a la Amargura, mientras en la mañana del Viernes Santo es retablo de emociones con sabor a calentitos y aguardiente, sonido de tambores antiguos junto a la Sentencia y palio de infinitas plegarias.
Feria es (al menos a día de hoy) hasta Semana Santa de las vísperas. En Feria habita la Niña novia del Jueves Santo de Sevilla, cuyos rosarios son memoria eterna de un torero mejicano a quien enamoró.
Feria es en estos días procesión de gloria, Todos los Santos descendiendo a la Virgen a la ciudad de otoño, en el mes de los que ya no están.
En Feria nacen la Madre y Maestra y también, paradojas de la vida, el Pasmo de Triana. Feria es una cerveza en Vizcaíno a medio día, un apunte de lo que fuera "el Jueves", una tarde de la Cabalgata, camino del Rocío por Junio...
Feria es más Feria que nunca cuando cualquier mañana se pasea, mecedoras y muebles en las puertas de sus comercios y mujeres camino de la plaza.
Feria es sólo un trocito de ciudad, pero a partir de ella podríamos empezar a imaginar el resto.

30 octubre 2006

La otra rosa de San Lorenzo

Si Sevilla me enamora como lo hace es, entre otras cosas, porque una persona muy especial para mí me enseñó a amar profundamente ese rincón tan puro de pequeñas calles salpicadas de patios de pilistras y conventos femeninos, sobrevoladas por becquerianas golondrinas que buscan el cercano río.
Por ella siempre supe que el final de la antigua Capuchinas desembocaba en el mismo cielo, en esa plaza, alfombrada de hojas otoñales, donde habita quien todo lo puede y donde San Lorenzo con su parrilla preside la parroquia en la que la Soledad, de la que abuelo fue penitente y ante la que se casó y se bautizaron sus tres hijos, vigila todo un barrio al que se asoma inmersa, cada Sábado Santo, en la cofradía con más romanticismo de toda la Semana Santa.
Ella me enseñó que la Pastora de San Antonio es la Virgen de gloria que recorre su pequeña ciudad y que al Señor, en una mañana de Mayo y bajo palio con tambores de Tejera por la calle Santa Clara, se le llama "Su Divina Majestad".
Ella llevó a la silla de la Campana durante muchos años a ese niño "fatiga" que, con su primo Juan, tenía que estar sentado allí cuando pasara la primera; y ella, mi abuela, fue quien me contó ese secreto a voces de que la morena más guapa de Sevilla vive en el que siempre fue su barrio y que el Miércoles Santo por la mañana, recién concluida la estación de penitencia, está más bella que nunca en su paso de palio tras los "mocos" de cera de la candelería.
Gracias a esa otra rosa de San Lorenzo siempre supe que Sevilla es más Sevilla en donde ella nació, el mismo año en que Castillo hizo el Dulce Nombre.

24 octubre 2006

Soñando primaveras

Ocurrió el pasado Domingo. Un año más, el otoño llegaba a la ciudad en la fina y delicada sonrisa macarena de esta Virgen del Rosario que, como tantas otras veces, volvió a enamorar con su dulzura hasta a la misma lluvia de finales de Octubre.
Es la primera de esas postreras procesiones de gloria que nos saben a tiempo incierto, a café de media tarde en la calle Feria y a humo de castañas y primeros fríos.
Sabíamos que no podría salir, pero no por ello dejamos de acudir a verla. Repleta la Basílica se levantó su paso y, elevada y majestuosa, avanzó entre la multitud para asomarse al atrio a los sones de sus marchas de siempre.
No hubo Arco, ni callejones, ni ambiente inigualable de la calle Parras, ni siquiera lejanos recuerdos de San Gil..., pero sí estaba Ella y es por eso que, aún sin su presencia física, volvieron a llenarse de sus gracias todos estos lugares.
Todo fue más breve que de costumbre. La Virgen regresó al interior y su paso quedó detenido junto a la puerta. Se apagaron las luces y quedó solitaria la Basílica. Mientras, con la Esperanza como testigo, un Niño soñaba primaveras de sol dormido sobre el hombro de su Madre.

16 octubre 2006

Calentitos frente al Arco

Se empieza a presentir la pronta amanecida en el relente de la madrugada. Es noche de tertulia cofrade y de buenos amigos y no hay, a pesar de la hora, intención alguna de que deje de serlo.
Hemos vuelto a contar las mismas anécdotas que, de nuevo, nos han vuelto a hacer la misma gracia que cuando las vivimos; han surgido las mismas bromas, los mismos comentarios de siempre...
Una vez más, sin darnos cuenta, hemos cerrado unos cuantos bares, "si es que cuando empezamos a hablar de pasos no hay quien nos pare...".
Una vez más hemos vuelto a recoger esa herencia tan sevillana, tan repetida a lo largo del tiempo por distintas generaciones, de acabar la noche tomando calentitos frente al Arco de la Macarena.
Estamos "tiesos", no hay ni para chocolate, pero sí que quedan ganas de seguir riéndonos un rato más.
Ojalá que momentos como éste continúen sucediéndose durante muchos años...
(Y tanto que esto había que contarlo en el Blog...)

11 octubre 2006

Gracias a aquellos locos...

Gracias a aquellos locos acabamos de conmemorar quinientos años de la colocación de esa "piedra postrera" en el cimborrio de nuestra Iglesia Mayor.
Han pasado los siglos y ese sueño imposible de la Catedral se ha ido construyendo para que quienes tuvimos la dicha de nacer al cobijo de su torre, en aquel lejano 10 de Octubre aún musulmana e incompleta, la admiremos y la contemplemos.
Gracias a aquellos locos nos topamos con esa estampa maravillosa de la Plaza del Triunfo al desembocar en ella tras girar por Miguel de Mañara, viniendo de Contratación; ¿no os sigue sorprendiendo tanta belleza cuando de golpe y porrazo os rodean la muralla del Alcázar, el Archivo de Indias y ese cuadro catedralicio y giraldeño vigilado por la Inmaculada desde las alturas?
Gracias a aquellos locos podemos pasear esa Catedral de puertas abiertas para que, como dijo Burgos, "entre la mareíta de la tarde que por el río desde Sanlúcar sube" en las lentas atardecidas de la Novena de la Virgen.
Gracias a aquellos locos podemos transportarnos unos siglos en el tiempo cuando, una fría mañana de invierno, entramos bien temprano a rezar en una Catedral tan solitaria que llega a asustar y nos sorprenden los latines de los canónigos en el coro.
Gracias a aquellos locos las mañanas del Corpus y la Virgen son como son; gracias a ellos disfrutamos del Lunes primero de Cuaresma en uno de los más hermosos marcos posibles para rezar las estaciones del Vía Crucis.
Gracias a aquellos locos existe un epicentro en los días grandes de la semana que soñamos todo un año, gracias a estos señores nuestra mirada nazarena se admira en esos días ante la inmensidad de la Magna Hispalensis y nuestra pisada costalera acelera su andar ante la planitud del frío mármol.
Hace más de quinientos años, un grupo de locos quisieron que los tomásemos por tales construyendo con piedras de las canteras portuenses un sueño que no sólo llegó a hacerse real sino que es hoy orgullo de esta tierra y de toda la humanidad.

05 octubre 2006

Mi pasión por la radio

La radio es una de mis grandes pasiones. Aprendí a escucharla desde muy niño, siendo la Semana Santa, como en el caso de la lectura y la escritura, el vehículo que me llevó hasta ella.
Tengo grabada esa imagen invernal del sofá y la camilla donde, sin entender la mitad de lo que en él se hablaba, oía atentamente con mis cascos el programa veterano de la información cofradiera: "Saeta" de Radio Popular, la COPE, esa emisora tan renombrada en casa ya que en ella mi padre hacía los toros.
Poco a poco fue formando parte de mi vida y distintos programas fueron escribiendo en mi memoria imborrables recuerdos mientras crecía: las mañanas de Carlos Herrera (aquí el mayor de sus fósforos), entonces en Canal Sur y a cuyo programa en directo asistí unas navidades en la Sala Chicarreros; el fútbol local de Radio Sevilla, cuando la Cámara de los Balones era abierta al público y el Maestro Araujo nos recibía a todos, mochilas a la espalda, recién escaqueados del instituto para la ocasión; las tardes del programa cofrade de Antena Médica, que nos permitía soñar con cofradías durante todo un año; y como no, las noches de radio deportiva, que en la Cuaresma se tornaban en continuo cambio de dial para pasar de Radio Voz a Radio Sevilla y de aquí a "El Llamador", con el que a veces nos rendía el sueño.
Llegaron después los años del Concurso de Cultura Cofrade de "Cruz de Guía", en el que tantos amigos hicimos y en el que los que teníamos dentro ese gusanillo de la radio pudimos matarlo perdiendo el miedo al micro y conociendo en profundidad el ambientillo de la sevillanísima casa de la Cadena SER en González Abréu. Me encanta seguir yendo por allí a echar una mano cuando llega la época...
Hoy la radio sigue formando parte de mi vida, sigue siendo la banda sonora de mis mañanas y mis noches. La nota media, como a tantos otros, no me permitió estudiar Periodismo, pero no pierdo la esperanza de algún día dedicar parte de mi tiempo libre a esta hermosa afición mantenida desde la niñez.

25 septiembre 2006

La tarde en la que el Cid doró el albero

Fue una de esas mañanas en las que la lluvia nos hacía imaginar una Maestranza triste y oscurecida, cubierta de lonas en la soledad del mediodía. Una de esas mañanas en las que valoramos aún más lo que debe de ser descansar en la cama de un hotel, mientras el traje de luces espera en una silla la hora de citarse de cerca con la muerte y una vez más burlarla. Fue una de esas mañanas que no hacían presagiar una buena tarde de toros porque el agua primera del Otoño así parecía querer dictarlo de antemano.
Pero dieron las seis y media y allí estaba el Cid, de corinto y oro, recibido por el sol, la luminosidad, el ambiente de los días más grandes en este hermoso patio de sentimientos que es la plaza en la que, como él, vimos los toros desde niños.
Roto el paseíllo quedó la ovación cerrada y cariñosa, recogida en el tercio. Quedó también un ruedo que, aunque en buenas condiciones, aún mostraba en ciertas zonas el recuerdo de la mañana de negros augurios.
No sé lo que pasó, pero salió el tercero para que el Cid comenzará a fraguar esa historia de amor que parece tener con el toro de Victorino. Llegado el momento cogió la mano izquierda, calló la muchedumbre, comenzó a tocarlo, a meterlo en la muleta, a cuajarlo quebrada la figura, arrastrando la bamba de su muleta por el albero húmedo en el que reposaba la espada caída en los primeros compases de la faena. Viendo aquella estampa de torero roto parecía haber regresado el Emilio Muñoz de las mejores tardes, pero aquel que hacía rugir a la Maestranza era el Cid de Salteras, componiendo uno de esos recuerdos imborrables que guardan para siempre los buenos aficionados de esta tierra.
En la tibia tarde otoñal el Cid doró el albero y por eso, cerrada la noche, cruzó la Puerta del Príncipe para mirar el Río desde lo alto.

De bares por Sevilla (y III)

Junto a estos reseñados en las dos anteriores entregas, el centro tiene otros lugares para tapear que me encantan. Sería imperdonable no hacer referencia al Bar Santa Marta, donde tomar unas papas alioli o una punta de solomillo es un placer difícilmente superable; también lo es copear un mediodía de Feria en la barra del Donald, en calle Canalejas, rebosante de ambiente taurino por su cercanía con el Hotel Colón; y no menos recomendable, aunque sí dificultoso por las grandes esperas, es pasarse una noche por el Coloniales de San Pedro esquina con Dormitorio.
Como veréis mi zona de copas es el casco antiguo, lo cual no quita que me encante tomarme una cervecita extramuros, sobre todo en las calurosas noches del verano.
El entorno de la Puerta Osario (Arroyo, José Laguillo y calles adyacentes) se encuentra repleto de alegres veladores que gusto visitar en estos meses estivales. También soy gran aficionado a la zona de la Huerta del Hierro, allá al final de la Cruz Roja. El Fogón del Aragonés, Blanco Cerrillo (bueno, pero sin el arte del que impregna de olor a adobo Tetuán), el llamado Tremendo de Pío XII y sobre todo la cervecería Edu, con sus excelentes sandwiches variados, son mis recomendaciones por si alguna vez os dejáis caer por aquellos lares. No muy lejos de allí, en San Julián, queda la taberna Azahar, pasaros a probar sus montaítos "de autentica categoría" y después me contáis.
Y Triana... No podía faltar Triana en este recorrido por mis bares favoritos. El bar Santa Ana, la Plazuela, la Oliva, la taberna Miami en San Jacinto, Casa Cuesta..., como veis no faltan lugares de culto en el viejo arrabal, pero mi recomendación se centra en dos por los que siento debilidad absoluta, quizás por mi vinculación a ellos a través de maravillosos recuerdos. Uno es Casa Manolo, en la calle San Jorge, otro templo cofrade de los históricos, su huevo bechamel me vuelve loco y sentarse a comer en él es sinónimo de hacerlo en condiciones y a buen precio. No se asusten si está lleno, tiene unos camareros y un equipo de cocina que ni Odonkor subiendo la banda. Mi otro rincón allende el río es la freiduría de Rodrigo de Triana, la mejor de Sevilla. Recibir en ella, ante unos cuantos papelones de pescao, la llegada del Domingo de Ramos, es una de esas tradiciones que quienes la vivimos anualmente firmaríamos seguir cumplimentando de por vida.
Que lo disfruten...
Pd: señores más allegados, no teman, Los Azahares tendrá su mención especial y exclusiva llegadas las fechas propias.

20 septiembre 2006

De bares por Sevilla (II)

Un buen sitio para iniciar nuestra segunda ruta puede ser mi barrio.
Perdida la atalaya del Donaire (no había un lugar mejor desde donde pulsar la Alfalfa que la cristalera de este bar a la hora del desayuno), nos quedan el Horno San Buenaventura y los mejores calentitos de Sevilla. Para cervecear, siempre estarán la Mina (con sabor a mediodía de Corpus) o el cercano Salvador; y para tomar tapas, lugares tan celebrados como el Trastienda o la Antigua Manzanilla, con su cartel de toros en la puerta. Los mantecaos y serranitos de la Espero te esquina tampoco quedan lejos y nos devolverán a la más tierna adolescencia.
La calle Mateos Gago también la tengo más que dominada. Bares en ella hay muchos e interesantes, pero con permiso de la Fresquita y sus tambores de la Centuria, ninguno como el del amigo Álvaro Peregil, señor del botellín y el montaíto, sabio conocedor de las hermandades de todos los parroquianos (las cuales predica a voz en grito) y recurso laboral para jóvenes tiesos. Esta Goleta de Alvarito es un sitio con arte, eso está claro.
Por último, lugares tan perfectos como el Arenal y San Lorenzo también tenían que estar regados de Valdepeña y de Cruzcampo.
Del primero me quedo con el Virgen de los Reyes, en la calle Arfe, una de esas tascas ante las que hay que santiguarse. Las tres Bodeguitas de Antonio Romero y el Pepe Hillo de Adriano son un buen lugar para tomar tapitas más elaboradas.
En el barrio del Señor no hay otra barra como la de la Bodega, sus tapas frías y su vermú con sifón merecen hace años todos mis respetos. Rodríguez en San Antonio, con su muslo de pollo empanao, y el Eslava (a ver si así me escribes algo, Gordo) completan esta entrega.
Pd: lo de Ovidio es un invento de El Llamador, he probado mil croquetas mejores que esas.
Continuará...

15 septiembre 2006

De bares por Sevilla (I)

Arranquemos este recorrido por las barras que más venero de la ciudad en Santa Catalina, en las mismas puertas del Tremendo. Veo complicado que alguien que lea este blog no lo conozca, pero por si se diera el caso les diré que es ese bar ante el cual, haga frío o calor, verá un grupo de gente variopinta y diversa que conviven amigablemente al amparo dichoso de la que quizás sea la mejor cerveza de Sevilla. Si no tienen plan para una noche en la que les apetece salir, pásense por allí, tómense un par de ellas y las ideas se les refrescarán (nunca mejor dicho).
Muy cerca del Tremendo está el Rinconcillo, templo del coronel y la pavía. Debe ser que lo llevo en la sangre, que el tinto y el buen comer son dos de mis grandes debilidades y que las paredes de esta santa casa, fundada en 1670, atraen a los cofrades de tal forma que pocos que se precien de serlo no han tertuliado entre ellas, el caso es que cada vez que entro en él lo hago a empujones para terminar saliendo cuando las persianas están bajadas, el suelo barrido y Fernandito se ha quitado la tiza de la oreja. Por si acaso nunca vayan con prisa.
Otros bares de estos contornos que merece la pena visitar esporádicamente son: los Claveles, la Giganta, la taberna de Pepe Peregil y, algo más alejados, el Rincón del Tito y la antigua Bañera de Alcázares esquina con Santa Ángela. Tampoco dejen escapar el placer de beberse un botellín fresquito de la tienda de Joaquín, en San Juan de la Palma y si es en la mañana de la mudá del Herodes, o en la del mismísimo Domingo de Ramos, aún mejor.
Continuará...

06 septiembre 2006

¿Qué será de la Alfalfa?

A algunas mentalidades, quizás no tan "rancias" como la mía, les puede parecer una exageración plantear esta pregunta por unas simples obras, pero es que verdaderamente, observados los proyectos y los primeros resultados, creo que es digno de valoración, y por mi parte al menos también de crítica, lo que se está haciendo con el centro de Sevilla.
Ver las farolas de la Plaza del Pan tras observar bajo su desagradable luz el transitar solitario (por aquello de lo chocante supongo) de los nazarenos del Cristo de Burgos el pasado Miércoles Santo, asusta a cualquier sevillano de bien y a este que suscribe aún más, pensando en lo que en sólo meses nos pueden convertir la Alfalfa.
Mi Alfalfa querida, la de las copas altas de los árboles centenarios capaces de enmarcar mejor que el propio Puente de su barrio al crucificado de San Bernardo, la de la atardecida de Mayo al paso de la Virgen de la Salud, la de las largas estancias en sus veladores allá en las calurosas noches del verano..., esa Alfalfa que desde niño conocí y que se liga a mis recuerdos más remotos y queridos, puede quedar de aquí a muy poco alejada por completo de esa realidad tan suya que la hace encantadora.
Quizás con lo que se avecina en la Avenida o en la Encarnación, este proyecto Piel Sensible (¿sensible de qué?), ocupe escasas páginas en la prensa local más reacia al gobierno municipal, pero no debemos olvidar que las más bellas ciudades se componen de pequeños encantos como el de este rincón sevillano, un encanto fácilmente evadible a poco que se toque aquello que, como la rosa del poeta de Moguer, no debe ser tocado, al menos por quienes no tienen sensibilidad (paradojas de la vida) para ello.

24 agosto 2006

Suerte Joaquín

En medio de un verano convulso en verdiblanco, fruto de la pésima gestión de la accionista "manolitaria" y sus muñecos, se nos marcha Joaquín Sánchez al Valencia.
A pesar de sus declaraciones a destiempo de la pasada semana, es evidente que este fue un jugador que lo dio todo por las trece barras verdiblancas, sacrificando incluso su salida a otro club, en momentos en que su fútbol fresco y alegre enamoraba a media Europa.
En nuestra memoria quedarán un sinfín de desbordes de ensueño por la banda derecha, varias tardes de gloria, unas cuantas verónicas en el Calderón y su estallido de felicidad en los inolvidables días del "sentir, luchar, ganar, ... podemos" que algunos se encargaron de cortar de raíz.

18 agosto 2006

El mundo se divide en dos grandes partes

Dijo el poeta Fernando Villalón, que nació en la misma casa palacio (hoy convento) en que murió Sor Ángela, que el mundo se divide en dos grandes partes, Sevilla y Cádiz.
No faltó a la verdad sin duda porque, amén de esta tierra nuestra, pocos lugares habrá más bellos en el orbe que ese rinconcito andaluz que abarca desde los confines de Doñana hasta la Cuna de la la Libertad y de la Gracia.
Siento debilidad por esas blancas calles sanluqueñas, salpicadas de cal y de tabernas manzanilleras. No habrá en el mundo un sitio donde suenen las olas más antiguas y hermosas que en la Cruz de la Mar de Chipiona; ni veraneo más puramente sevillano que el de Rota.
Como sigue rezando tío José desde su azulejo de la Puerta Grande, no habrá tardes de toros como las del Puerto, donde las banderas se mecen por la brisa en el recuerdo del capote de Paula.
Y tampoco habrá baños como los de la Victoria, mientras las torres gemelas de la Catedral se pierden en el atardecer de la Bahía...
Tenía razón Villalón; habrá cosas bonitas, ¿quién lo duda? Pero, al menos para mí, el mundo se divide en dos grandes partes.

15 agosto 2006

El Día de la Virgen

Qué mejor día para echar a andar este blog de apuntes costumbristas que este 15 de Agosto, festividad de la Patrona de Sevilla.
Un año más acudimos al repique incesante de las campanas giraldeñas, esas que desde niño tenemos la suerte de escuchar, esta y otras muchas mañanas, desde nuestra misma casa. Un año más nos citamos con Ella en la plaza que lleva su nombre. Fue como siempre, apareció en la Puerta de los Palos y se hizo el silencio en toda la ciudad, sólo roto por el trinar de los pájaros de la amanecida. Un año más pasó ante nosotros, sobrecogió nuestro corazón y de golpe y porrazo nos devolvió a la infancia, esa en que nuestros padres nos enseñaron cómo quererla y cómo hablarle con familiaridad de nuestras cosas.
Un año más pasó la mañana de la Virgen y nuevamente me di cuenta de que sigue siendo algo muy especial en mi vida, tanto que si algún día tengo la suerte de ser padre de una niña sevillana me encantaría que se llamase como Ella.