26 noviembre 2008

La Estrella Sublime


Porque siempre fuiste mi gran debilidad, proclamada a los cuatro vientos.
Porque con esto te pagamos en parte tantos años llenando de azul y plata sevillanía los Domingos de Ramos de nuestra casa.
Porque fuiste tan generosa que, en el título de la marcha entre tus marchas, quisiste hacer un guiño a la más fina Alfarera de Triana, Aquella que cautiva a mi madre y a mi hermano.
Porque tu Estrella Sublime siempre será para mí "Estrella Sublín", como la nombraba una y otra vez cuando apenas levantaba dos palmos del suelo, pese a la insistencia del hoy pregonero en corregirme.
Porque estamos seguros de que don Juan Moya y su hijo Juan sentirán un pellizco al escucharla, desde ese palco del cielo en el que el 29 de marzo no va a caber tanta gente buena como se va a reunir, en torno a un pescao con mucho tinto, a disfrutar del Pregón de mi padre.
Por todo esto y mucho más, en el Maestranza este año sonará tu marcha, que representa como pocas la alegría del día soñado en que te contemplamos en la calle y del cual, lo que ahora se fragua entre estas paredes desde las que escribo, es mero anuncio gozoso.
Hágase el silencio y arranquen las notas que Farfán dedicara a la Virgen de la Hiniesta, "esa Estrella Sublime...".

10 noviembre 2008

Pregonero de Sevilla (la crónica que no saldrá en ningún medio)


No sé qué hora sería exactamente, creo que en torno a las ocho. En la tele un partido, el Córdoba-Celta. Mis padres en el salón, cada uno en su sillón habitual. Mi hermano en el ordenador, haciendo un trabajo y actualizando Pasión en Sevilla continuamente para ver si publicaban ya quién era el pregonero. Yo en mi cuarto, hablando por el móvil. Todo transcurría de forma parecida a la tarde de cualquier sábado en casa. Ni siquiera había escuchado sonar el teléfono de mi padre, lo primero que oigo en la lejanía son sus palabras: "Adolfo, buenas tardes". Creo que si me hubieran llamado a mí no se me hubiera acelerado tanto el corazón. Cuelgo y me voy para el salón.
Previamente, nada más descolgar el teléfono, el secretario del Consejo había saludado al pregonero: "Enrique, soy Manolo Nieto, te puedes imaginar para que te llamo..., te paso con el presidente". Fue entonces el: "Adolfo, buenas tardes" que me sorprendió mientras yo hablaba en mi cuarto... Cuando llego al salón escucho a mi padre decir: "no me digas eso..." y acto seguido "por supuesto que sí", supuse que estaba aceptando el nombramiento. Mientras, Adolfo Arenas le recuerda que tiene muchos buenos amigos en el Consejo, entre ellos él y le comunica que, para evitarle el follón a su mujer, le dan la opción de una rueda de prensa en la propia institución; mi madre no se imagina lo segundo y su cara es un poema, pensando en cómo iba a poder organizar una copa para tanta gente en un tiempo record, sin por supuesto tener nada comprado.
El hombre que pregonará la próxima Semana Santa sigue hablando con el presidente, que le vuelve a pasar con Manolo Nieto para concretar algunos aspectos. Se ha ido hasta mi cuarto, que se había quedado encendido. Fue allí donde al colgar se produce el abrazo, primero el mío, después el de los tres en forma de piña. Al pregonero se le saltan las lágrimas porque se acuerda de sus padres, que no lo van a vivir, ellos hubieran disfrutado esto como nadie.
Pues nada, a correr se ha dicho; hay que ducharse, vestirse e irse para la calle San Gregorio. Parece que el teléfono de momento lo va a permitir. Pero nada más lejos de la realidad. Llama Manolo Nieto de nuevo para decir que ya lo saben el cardenal y el alcalde; la noticia se hace pública. Llama el cardenal, llama el alcalde, llama Joaquín Moeckel, llama Manolo Villanueva, llama media familia, llama la otra media, llaman mil amigos, mil cofrades amigos, periodistas... Cinco teléfonos -un fijo y cuatro móviles- para cuatro personas. Como mi padre no deja de comunicar, el mío no para, se juntan las llamadas de mis amigos con las de los que lo buscan a él, entre ellas la de Isa Serrato, la nueva pregonera universitaria, que quiere felicitar a quien fue el primero en ocupar dicho atril.
No sé cómo, logramos salir de casa sobre las nueve. Camino del Consejo los teléfonos siguen echando humo. Cuando doblamos la esquina de la plaza de la Contratación empiezan las flashes. ¡Dios mío, qué vergüenza! Ni que decir tiene que después del primero me echo a un lado. Hay algunos consejeros -no diré cuales, ya que las cofradías, pese a que ciertos señores lo pretendan, no son la prensa rosa- que están con las lágrimas saltadas mientras se abrazan a mi padre. Ellos y muchos de los que formaron parte de anteriores juntas superiores han luchado lo indecible para que este costalero, prestigioso abogado y hombre sobradamente experimentado en los atriles llegase a la tribuna más alta de la ciudad. Todo lo que pasó después lo habréis visto en los periódicos y las webs cofrades, así que no tiene sentido contarlo en esta crónica puramente personal.
Tras la rueda de prensa, la noche fue muy larga, pero eso que lo narren quienes lo vivieron junto a nosotros, que dicho sea de paso fueron muchos y muy queridos.
De vuelta a la rutina diaria, ya sólo queda vivir todo con intensidad y en el caso del pregonero, además, trabajar en un texto que si Dios quiere va a sorprender a algunos, mientras otros muchos disfrutamos de lo que sabemos a ciencia cierta será un éxito y llevamos tanto tiempo soñando.
La cita, el próximo Domingo de Pasión: 29 de marzo. Que no le falte vuestro aliento, aunque no sé ni para qué os lo digo, porque no me cabe la menor duda.

03 noviembre 2008

Adrián Gómez: un torero


Para quienes no anden muy puestos en materia taurina, comenzaré diciendo que Adrián Gómez es ese banderillero, habitual tercero de la cuadrilla del Fundi, al que la voltereta de un novillo, en Torrejón de Ardoz hace unos meses, ha dejado tetrapléjico de por vida.
Hace ya una semana que escuché como Manolo Molés le entrevistaba en su programa nocturno-dominical de la Cadena Ser y aún continúo sobrecogido por su entereza y por su forma de enfocar la auténtica tragedia que constituye que un hombre joven, felizmente casado y padre de un niño, se quede sentado en una silla de ruedas el resto de su existencia.
No conocía a Adrián, pero en los días posteriores a la grave cogida supe, por la prensa y las webs de toros que habitualmente visito, que su vida, como la de tantos en este mundo, no había sido fácil. Además de haber sufrido un par de accidentes laborales ajenos a su actual profesión, había recorrido muchas de esas plazas madrileñas del llamado valle del terror, donde se curten los toreros valientes y se aprende la dureza del toro ante corridas que asustan al miedo. Ahora le había llegado una buena colocación, junto al Fundi, que además de un gran torero es su amigo. Con él hubiese recorrido las principales ferias, en las que el veterano matador de Fuenlabrada por fin ha tenido la oportunidad de alternar corridas de las denominadas duras -las cuales lleva toda su carrera matando y a las que nunca debe renunciar- con otras de ganaderías comerciales, de esas que tanto gustan a las figuras que pueden permitirse andar con exigencias.
Adrián comenzaba a disfrutar los frutos de su esfuerzo: del ajetreo viajero de torear día tras día; de los buenos hoteles en las grandes ciudades, donde se ubican las tertulias taurinas más exquisitas y expertas; de las ovaciones cerradas de los públicos llenos de aficionados de verdad... Todo parecía un sueño hasta que un novillo de Antonio San Román se cruzó en su camino, en una tarde en la que, puntualmente, actuaba a las órdenes de Miguel Luque. Hizo hilo con él y lo volteó dejándole inerte sobre el albero, para mandarlo pocos días después al hospital de tetrapléjicos de Toledo en el que continúa.
La otra noche habló por vez primera y después de escucharle a muchos nos costó un mundo conciliar el sueño. Lo más parecido a una queja que manifestó fue que siente impotencia al ver que ya no puede jugar con su niño pequeño. Todo lo demás fueron agradecimientos hacia sus compañeros y hacia todos aquellos que se preocupan y cuidan de él. Palabras salidas del corazón, como las que dedica a una profesión que siempre amará y considerará la más hermosa de las posibles, pese a que formando parte de ella se corre el riesgo de pasar en un segundo de la gloria al abismo.
Terminó la entrevista y desde Manolo Molés al último de los oyentes, todos quedamos con un nudo en la garganta. Emocionados, qué duda cabe, pero también dando gracias a Dios por tantas cosas y cuestionándonos otras muchas, entre ellas qué respeto merecen cuatro impresentables con pancartas y pinta de no haber visto una ducha en meses, que saltan al ruedo a mitad de un espectáculo a llamar asesinos a hombres que, como éste, están hechos de una pasta especial.
Mucha suerte, torero. Gracias por la lección de la otra noche.

22 octubre 2008

Salidas innecesarias


No cabe duda que voy para mayor. La siguiente opinión -que, dicho sea de paso, lanzo desde el respeto que me merece toda hermandad y la soberana decisión de su cabildo de hermanos- es fruto de la reflexión realizada en la tarde-noche del pasado sábado, mientras me afeitaba escuchando el derby madrileño en la radio.
Desde el mediodía, ya anduve al tanto de las noticias llegadas desde la iglesia de Santiago, de donde a primera hora de la mañana debía haber salido el Señor de la Redención camino de la Misericordia, el templo donde fue bendecido y desde el cual realizó su primera Estación de Penitencia. La lluvia frustraba una vez más una salida procesional (vaya añito cofrade-taurino), pero la junta de gobierno del Beso de Judas no se resistía a poner el paso (de la Sed) en la calle si la tarde abría. Así fue, aunque bastante más tarde de lo que tenía previsto haberlo hecho desde la Misericordia. Serían las nueve y media cuando, desde el cuarto de baño, escuché los tambores de la Agrupación Musical de la Hermandad. Fue entonces cuando, reflexionando, me pregunté a mí mismo cuál era la necesidad de sacar una procesión, sin tratarse ya de un traslado de vuelta a casa tras una misa conmemorativa.
No os imagináis, al menos quienes no me conocéis personalmente, lo "fatiga" de cofradías que he llegado a ser desde los 16-17 años hasta hace bien poco. He visto todas las procesiones de gloria imaginables, por lejanos que fueran sus barrios y en el extraño caso de que hubiese una salida de carácter extraordinario, allí estaba el primero para disfrutar de la misma. Mientras, quienes me enseñaron a amar nuestra Gran Fiesta, me recordaban que las cofradías salen en Semana Santa, hecho en el que radica gran parte de su encanto y que para matar el gusanillo hay durante una época del año buenos pasos de gloria de esos que gustan ver los sevillanos profundos, como el que sale el próximo Domingo de la Macarena. Ni que decir tiene que no comprendía como alguien que se autodenomina cofrade podía pensar así...
Ha pasado el tiempo y el abuso de pasos en la calle me ha hecho empezar a ver las cosas de ese modo. Lo respeto, pero no entiendo porque hay que sacar una imagen en procesión porque cumpla cincuenta años y mucho menos dos dolorosas por un simple hermanamiento.
Al salir de casa, un inmenso tapón se deshacía desde la plaza de Pilatos hasta la zona de la Alfalfa. Mientras, los bares del entorno se encontraban repletos de cofrades variopintos (recordemos que la de Santiago es la Hermandad de moda según algunos). No pude ver al Señor porque se había marchado Águilas arriba y, como siempre, iba con prisas; pero el caso -por eso os decía que me estoy haciendo viejo- es que tampoco me importó en demasía.
El Beso de Judas sale de verdad el Lunes Santo, cuando al afeitarme tengo de fondo el Llamador de Canal Sur en vez del fútbol; y porque sale ese día y no otro, siento los nervios en el estómago al escuchar que su paso de Cristo va ya por San Pedro y veo que, con mi habitual lentitud al arreglarme, no me va a dar tiempo de cogerlo pronto con idea de disfrutarlo un rato antes de la vuelta de Orfila, que es donde lo dejamos antes de buscar Santa Genoveva. Eso, amigos, sólo se siente si es Semana Santa.

04 octubre 2008

La otra maravilla


Ya sabéis que me encanta, en cuanto tengo ocasión, pegar una escapada de dos o tres días, cinco a lo sumo y descubrir en ellos nuevos lugares o regresar a aquellos por los que siento especial afinidad. Os hablaba este verano de El Puerto, mi espacio ideal para cargar las pilas; meditar, pasear por sus calles, recorrer sus tabernas y excelentes barras de tapas, pasar la noche en uno de sus encantadores hoteles... Pero ando descubriendo otro rincón de nuestra Andalucía que me está cautivando, a pasos agigantados, en cada una de mis, últimamente, muy frecuentes visitas: Granada.
Pese a tener mis orígenes en ella -mi abuelo paterno era nacido allí, en Maracena, que es casi un barrio de la capital- me llevé muchos años escuchando hablar de su belleza, hasta que a los 22 la pisé por vez primera. Fue un fin de semana algo lluvioso y en el que -no podía ser de otra forma- descubrí la Granada prototípica: Alhambra, Catedral, Capilla Real, plaza de las Flores... Me marché de allí consciente de la belleza del lugar, pero totalmente ajeno al verdadero encanto de esta ciudad de ensueño.
Una tarde de junio, tras una parada en ella para almorzar a deshoras, comencé a sentir verdadera atracción por el entramado callejero de su casco antiguo. Tanto a mí como a quienes me acompañaban nos costó regresar a Sevilla... Tardé algo más de un año en volver, acompañando a mi hermano a buscar piso. Su decisión de estudiar allí su segundo Magisterio y su instalación en pleno corazón de Granada, en plaza Nueva, son en gran parte los culpables de que me esté enamorando de una ciudad de la que, por otra parte, pocos no se han enamorado alguna vez.
Este año ya, a finales de agosto, regresé y he vuelto a hacerlo nuevamente hace unos días. En estos dos últimos acercamientos atendí a un consejo que alguien me había dado: "piérdete por Granada". Así lo hice. Fue entonces cuando terminé de rendirme a sus encantos de los que, imagino, aún me queda tanto por conocer. Que nadie dude que Granada es mucho más que la Alhambra, que por otra parte es una maravilla... Es un cúmulo de retazos y como nuestra Sevilla, de pequeñas dualidades.
Granada es una mañana de paseo por la Gran Vía, donde se va asomando la Catedral, casi por sorpresa o un atardecer tibio en el Mirador de San Nicolás. Granada es un colacao calentito con un pionono en una de esas elegantes cafeterías que no se supieron conservar en Sevilla. Granada es un mediodía de tapas por la plaza de toros o una noche fría de invierno en las tabernas de la calle Navas. Granada es un paseo reposado desde la fuente de la Reina Católica hasta las Angustias. Granada es la bandera de España al viento ante los jardines del Triunfo, muy cerca de donde duerme eternamente Fray Leopoldo. Granada es el bullicio de sus estudiantes, alegres como un par de banderillas del Fandi. Es la elegancia de las fachadas de su centro urbano y las casas ocupas del Albaicín. Es Darro y es Genil. Agua y nieve. Noche y día...
Ando plenamente convencido de que Granada es mucho más, por ello, y aunque éste casi por norma es un blog de acento sevillano, os invito a que me la sigáis descubriendo por unos días. Yo, por mi parte, intentaré seguir haciéndolo durante este próximo invierno en particular y durante el resto de mi vida en general. A fin de cuentas, esto último, es lo que hacemos de manera inconsciente con todo aquel lugar que nos cautiva.

18 septiembre 2008

Retablo otoñal sevillano


Estoy totalmente de acuerdo con el maestro Burgos en su reflexión, sensible y a la vez profunda, como todas las suyas, sobre el Otoño sevillano. Don Antonio señala que la que ahora recibimos es la verdadera estación de Sevilla, el tiempo en que nuestra ciudad se muestra como es. Lejos de una primavera que, aún amada por todos, no deja de reflejarnos como algo bien distinto a lo que supone el día a día de esta gran urbe hermosamente provinciana; la caída de las hojas nos hace reencontrarnos con la Sevilla de siempre.
En una ciudad donde todo llega de forma sorpresiva, el Otoño también lo hace de esta guisa, a través de una de esas tardes oscuras, como ésta en la que escribo, o quizás de una mañana de sábado, metida en agua que parece bañar de color antiguo cada calle de los viejos barrios sevillanos. Ver llover sobre la Sevilla que se asoma a una nueva estación es como ver hacerlo sobre nuestra memoria, siempre presente, guardiana de los recuerdos infantiles y de aquellos que eternamente se repiten, año tras año.
El Otoño de nuestra niñez eran tardes de compra del material escolar en la desaparecida papelería de Antonio, en la calle Alfalfa y mañanas de descubrimiento paulatino de una nueva vida cotidiana que, aún siendo prácticamente simétrica a la del curso anterior, no dejaba de llamarnos la atención.
Siempre pensé que en Otoño Sevilla se nos vuelve más nuestra, más llena de secretos encantos, tan sólo conocidos por nosotros; tales como el reencuentro con las naves desiertas de la Catedral, en las primeras horas de una mañana que, inesperadamente, ha amanecido mucho más fría que la anterior. De música de fondo los latines de los canónigos que cantan en el Coro y allá fuera Sevilla, aunque no lo parezca desde este punto, inmersa en el ajetreo de una nueva jornada laboral.
El Otoño llega pegando coletazos de calor del membrillo, pero pronto trae lluvias y fríos nuevos que propician estampas y colores antiguos. Trae cofradías de gloria de infinito sabor sevillano, para recordar a muchos que no es necesario echar a la calle pasos impropios de este tiempo, mientras la Virgen del Rosario siga cantando nanas a su Niño dormido por San Gil, Todos los Santos desciendan a la calle Feria, o la Virgen del Amparo se enseñoree por noviembre del corazón de la ciudad más señorial.
El Otoño es olor a tierra mojada, humo de castañas sobrevolando una tarde de compras por el centro, anochecida temprana, primer escalofrío, vuelta a las noches de tapeo por el Arenal, Mateos Gago, Santa Catalina o San Lorenzo...
Así pues, disfrutad o aguantad (según gustos) estas últimas calores del estío, porque apenas pasen unas semanas vamos a asomarnos al inmenso retablo del Otoño de Sevilla, fiel reflejo de lo que fuimos, somos e, indudablemente, seguiremos siendo por siempre.

10 septiembre 2008

Petición atendida

Pese a que no soy muy amigo de este tipo de historias y menos aún de publicarlas en el blog, ya que no encajan mucho en su temática; aquí tenéis el listado de catorce de las cosas que más me agradan. No podía negarme viniendo la invitación desde el Rincón de Sevilla. Allá vamos:

Reglas:
Copiar las reglas.
Escribir 14 cosas que me hacen feliz.
Seleccionar 6 blogs para que sigan con el meme y avisarles

Catorce de las cosas que me hacen feliz (porque ni que decir tiene que hay muchas más):
Que tanto los míos como yo tengamos salud al despertar cada mañana.
Oír repicar desde mi casa las campanas de la Giralda u otra torre cercana.
Sentirme periodista cada vez que preparo un nuevo reportaje para el periódico.
Escuchar la radio y vivirla desde dentro cuando acudo a la tertulia de "Cruz de Guía".
Acabar los exámenes, no os digo nada el día que logre acabar la carrera...
Tapear y copear con la gente que más quiero. Es entonces cuando surgen conversaciones con ellos que no lo harían en otro ambiente menos distendido.
Los sábados por la noche de los últimos tiempos...
La comida italiana e Italia en sí.
Viajar por España y el resto del Mundo.
Ir a El Puerto cada cierto tiempo.
La Cuaresma, con su cumbre en el Domingo de Ramos.
Sacar la Piedad de los Servitas y soñar con sacar Santa Marta.
Un gol del Betis.
Ver torear a Morante o Manzanares.

Ahora viene esa parte en que quedas de latoso, pero no hay más remedio. Los 6 blogs seleccionados son: La Quinta de Txomin, Volantes y Lunares, Renacimiento, Por el callejón del Agua, Alamares de Pasión y La vida entre Triana y Almería (todos ellos enlazados en el mío).

Pd: lo de avisarles ya es mucha tela; cuando pasen por aquí que decidan si aceptan la petición.

12 agosto 2008

El Blog de Pregonero en Punto Radio Sevilla


Hoy el Blog de Pregonero se ha vestido de gala para recibir a Fernando García Haldón y su joven equipo de "Protagonistas Sevilla", el programa que ameniza las mañanas de Punto Radio Sevilla. Desde aquí mi más sincero agradecimiento a Fernando, Teresa y Carlos por el buen rato que me han hecho pasar durante la entrevista, la cual espero poder colgar en unos días.
Sirva este gozoso acontecimiento para conmemorar el segundo aniversario de esta casa sevillana en internet, que llegará Dios mediante el próximo 15 de Agosto, cuando los nardos perfumen la mañana única de quien inspiró su primera entrada: la Virgen de los Reyes.

28 julio 2008

José se quedó corto...


Me tienen que volver a permitir la licencia. Un verano más, este blog de apuntes sevillanos se descubre de nuevo ante el que, estoy cada día más convencido, es uno de los rincones del paraíso, al menos del paraíso terrenal: El Puerto de Santa María.
Desde pequeño siempre sentí especial predilección por la provincia de Cádiz, ese "rincón del Sur" (como lo denominó Juan Posada en su obra "De Paquiro a Paula", sobre toros y toreros gaditanos) donde en un reducido espacio físico tienen cabida multitud de sensaciones distintas, diferentes formas de crear arte y de disfrutar de la naturaleza y el espacio urbano. Quedé prendado de Cádiz bañándome en sus aguas de plata, mientras la atardecida comienza a oscurecer las blancas torres de la Catedral. Pronto descubrí que las olas rompen más antiguas y bellas en la Cruz de la Mar de Chipiona, o que Rota es la playa familiar más hermosa de Andalucía. Pronto valoré Jerez como cuna de tantas cosas y me enamoré de su vino como de ningún otro y pronto también, conquisté las blancas calles sanluqueñas, tan llenas de sabor y si me apuran, de sevillanía, traída por las aguas del Río Grande. Pero, por encima de todo, cuando descubrí El Puerto, hallé ese entorno concreto que todos escondemos, como el más preciado de los tesoros, en el fondo de nuestro corazón. El lugar en el que nos gusta perdernos de vez en cuando, para cargar las pilas, descansar o simplemente disfrutar de lo que consideramos unas minivacaciones perfectas, ya sea verano, primavera o invierno.
Ya de niño llamaba mi atención la vida de sus calles, tanto en las bulliciosas mañanas del verano, como en las noches de velador y pescao frito. Su playa de Santa Catalina, a la altura de Vistahermosa, me sorprendía por su extensión, su mar abierta y ondulada y su visión lejana de Cádiz, encendiendo sus luces cuando la noche comenzaba a cubrir con su negro manto la Bahía.
Pasaron los años y mi afición taurina me hizo acudir en numerosas ocasiones a disfrutar de excelentes tardes de toros en su Plaza Real, la cual pese a su personalidad indudable viene a ser, por distintas razones, como una Maestranza estival. Poco a poco, esas jornadas de toros en El Puerto me hicieron descubrir delicias del calibre del Patio de las Siete Esquinas, personalísimo establecimiento arropado por las bodegas de la zona en que se enclava y por la suya propia; la calle Misericordia, con sus múltiples bares de tapas siempre repletos; las barras exquisitas de Los Portales o de Casa Flores; las madrugadas en La Pontona, con la brisa del Guadalete refrescando; la copa de Miura con hielo en el Santa María, mientras bajan de sus habitaciones los toreros, camino de la plaza; las noches calmas y elegantes en el patio central del Monasterio de San Miguel, un bellísimo hotel cargado de historia...
Hoy lo tengo muy claro, parafraseando a dama "si me pierdo que me busquen..." en El Puerto; en cualquiera de sus múltiples tabernas bebiendo fino de la tierra; en una de esas calles que alternan las casas de cierros bajos con las de balcones palaciegos; en la cubierta con aires marineros de su popular vaporcito...
Como escribió en este mismo blog mi querido calleferia: "José se quedo corto...", quien no ha visto toros en El Puerto no sabe lo que es un día de toros, pero es que "quien no ha visto El Puerto no ha visto ná de ná".
(A mi amigo Migue, compañero de pasión portuense. Para que en los momentos de agobio recuerde siempre que, en un rinconcito de la Bahía, tenemos nuestra válvula de escape).

11 julio 2008

Memoria de la Alfalfa


La gran mayoría de vosotros conocéis que vivo en la Alfalfa. Es algo que, como casi todos los que habitamos este trozo de ciudad, gusto de reivindicar con frecuencia; no por el privilegio de vivir en el centro o en una zona en la que muchos sevillanos desearían hacerlo, ya que considero que cada barrio, cada rincón de nuestra Sevilla, por alejado del casco antiguo que se encuentre, tiene su propio encanto (y en estos tiempos incluso más sabor que ciertas partes enclavadas en el mismo corazón de la ciudad); sino por el simple hecho de que vivir en este entorno es hacerlo en el primer retazo de Sevilla que existió y quizás en el pueblo más cercano a la misma, tan cercano que como os decía estuvo presente en ella desde al arranque de su propia historia.
La Alfalfa y la Costanilla Alta fueron la zona más elevada de Híspalis, aquella en la que, sobre las aguas, comenzó a construirse el germen de lo que hoy es Sevilla. Por ello y como escribe el dermatólogo Ismael Yebra en su reciente libro "Sevilla vista desde la Alfalfa" (el cual os recomiendo no dejéis de leer) ha sido un lugar testigo privilegiado de la historia de la ciudad, puede que por ese misterioso atractivo que la gran mayoría de hijos de esta tierra sentimos por esa plaza y su habitat cercano, sin más encanto que el de su constante vida, su alegría...
Para este "pregonero", residente en la Alfalfa desde el día de la Inmaculada de 1982, con dos años recién cumplidos, su barrio constituye mil recuerdos y una forma de vida. La Alfalfa es la memoria de sus bares, como el Danubio (Casa Ramón para nosotros), con sus porras futbolísticas que en varias ocasiones me llevé siendo un niño y sus proyecciones de diapositivas cofrades, los sábados por la noche en la trastienda del establecimiento. Precisamente en el mismo local hoy existe otro bar con el nombre de Trastienda. La Alfalfa son las desaparecidas tostadas del Donaire, con esa cristalera mirador del barrio y esos veladores en los que tantas noches de verano viví. La Alfalfa son lejanos recuerdos, como el del cierre de aquella enorme tienda de electrodomésticos, que significaría la apertura del Horno San Buenaventura; o el de cuando íbamos a misa los Domingo a la sede provisional de San Isidoro, una iglesia fantasma para mí que se hallaba tras un muro de obras y que durante muchos años soñaba conocer, revitalizada, con sus cofradías y sus pasos dispuestos, cofradías las tres (San Isidoro, Salud y Penas provisionalmente) que tan buenos momentos me hicieron disfrutar, dentro y fuera de los muros parroquiales, años más tarde. La Alfalfa, como no, son tambores tempranos, los mediosdías del Martes y del Miércoles Santo (desde este año también el Lunes con el Cautivo del Polígono); es bulla del Pilatos; negros nazarenos de ruán camino de la parroquia, como escapándose del sueño de la Semana Santa, en la atardecida del Viernes Santo; es procesión de gloria, por mayo o por septiembre; campanita de la Majestad de San Nicolás, anunciando la llegada de Dios bajo mi balcón, una mañana de Domingo de junio... Podría pasarme horas enumerando instantes, sensaciones..., pero no es cuestión de aburriros.
Hoy la Alfalfa es una plaza extraña, llena de bancos modelo Ikea y farolas ducha. Debo reconocer que, a pesar de su horrorosa visión, en mi opinión la plaza ha ganado en vida y alegría, más si cabe, con el hecho de su peatonalización.
Sea como sea, la Alfalfa, mi barrio, cuna de toreros y cantaoras, siempre será distinta, especial y sevillanísima.

27 junio 2008

Mi Colegio


Llegan las vacaciones para los más pequeños y éstas, como septiembre, como las navideñas, son fechas en las que de manera inconsciente suelo recordar el niño que fui. Alguna vez lo he referido de pasada, pero si hubo un espacio vital destacado en el que situar a ese niño, éste no es otro que el Colegio San Francisco de Paula, un lugar en el que transcurrieron la mayor parte de los días de ocho años de mi vida; un lugar en el que fui creciendo y en el que, como no, hice amistades difícilmente superables.
En San Francisco siempre hubo dos tipos de alumnos; los que con mayor o menor éxito completan en él los once años de su formación académica y los que antes de que esto ocurra lo abandonan para proseguir sus estudios en otro centro. Ni que decir tiene que pertenezco al segundo grupo. Las fatiguitas veraniegas pasadas en "Costa Paula" los dos últimos cursos de la E.G.B para superar, principalmente, las asignaturas de ciencia y el dibujo, aconsejaron mi huida de aquel lugar, marco de tantos buenos recuerdos pese a todo.
Dice mi amigo Paco que los que hemos sido alumnos del Colegio llevamos un sello en la frente, ese sello que, pese a no haber cruzado palabra alguna en muchos casos, nos hace reconocernos en la barra de un bar, en una bulla de Semana Santa o dando un paseo por la playa, aunque el paso del tiempo vaya haciendo de nosotros algo muy distinto física y mentalmente. Estoy de acuerdo con él y es indudable que debe ser por tanto compartido durante años. Quienes fuimos alumnos de San Francisco nos seguimos santiguando ante el retablo de la Virgen que hay en el zaguán, cuando pasamos por esa calle Sor Ángela de los recuerdos, y nunca olvidaremos que fue don Juan Plata (mientras le vendía a nuestros padres la lotería de "Montensión") quien nos enseñó que así debía de ser por siempre. Quienes fuimos alumnos de San Francisco hemos tenido la habilidad de jugar veinte partidos de fútbol a la vez en un mismo patio, impregnados por el olor antiguo del pan recién hecho en el horno de la calle Alcázares. Quienes fuimos alumnos de San Francisco hemos hecho la Primera Comunión ante el misterio de la Cena, o ante la Amargura, en aquel año en que los Terceros permaneció cerrado por obras. En sus patios reímos, lloramos, nos enamoramos por vez primera, recibimos incipientes lecciones de amistad...
En la memoria de cada uno de los que estuvimos en San Francisco quedarán grabados ciertos nombres, en mi caso: don José Manuel Escamilla, don Juan Oropesa, don Juan Parrilla, el ya citado don Juan Plata... En él nos dieron clase destacados personajes locales, entre otros el entrenador Paco Chaparro, que años después obró el milagro de salvar del descenso a un Betis cogidito con alfileres; o el desaparecido canónigo sevillano don Manuel Benigno García Vázquez, el cura que casó a Felipe González y que medió en ciertos conflictos cofradieros.
Mirar atrás y contar los años que hace que salimos del Colegio nos asusta. Parece que fueron ayer aquellas fiestas de disfraces por Navidad; aquellos pregones de Semana Santa, en los que cantaba Pepe Peregil y a los que acudíamos sobre todo por la copa de después; aquellas cruces de mayo, cuya protagonista, descubrió el niño en una escapada al servicio mientras se preparaba la misma, era una cruz de penitente de la Mortaja revestida de flores... Parece, en definitiva, que no ha pasado el tiempo y que cuando Rufino nos eche hasta de la calle, vamos a coger la pelota para seguir el partido en la puerta de atrás de San Pedro, o si es viernes en San Juan de la Palma...
(A cuatro niños que como yo corretearon esos patios y que hoy son mis mejores amigos. No hace falta nombrarlos. Y a mi amiga Lucía, que nunca olvide que, pese a su marcha del cole, siempre formará parte de él en la memoria de otros niños, aunque como nosotros cinco también crezcan algún día).

10 junio 2008

Nuevos descubrimientos (una más de bares)


Hace tiempo que no escribo de bares y como imaginaréis, aunque a veces cree uno que no le queda nada por descubrir en este sentido, van apareciendo nuevos lugares que en muchos casos se sitúan entre las devociones más particulares.
Hasta cerca de casa puedes recibir la agradable sorpresa de que existe un buen bar que no conocías, o del que al menos no esperabas tanto. Es el caso de El Refugio, en la calle Huelva, bar cofrade que hace poco me cautivó por su San José (una especie de flamenquín), sus croquetas y sus excelentes tablas. Eso sí, es algo caro. No queda lejos Mateos Gago, donde las habituales visitas a Alvarito Peregil y La Fresquita me habían hecho olvidar las excelentes tapas que tiene el bar Giralda, un establecimiento que tras un breve período de cierre ha sido recuperado por los responsables de otro bar de mención, el Estrella. Conserva sus tapas de siempre, entre las que la ensaladilla y la tortilla en salsa merecerían un monumento.
Busquemos ahora el Arenal bajando por Alemanes, no sin antes detenernos en el pequeño bar que, en la esquina con Placentines, ha sido abierto recientemente formando parte de la oferta comercial del Hotel Eme: Milagritos. La carta de tapas no es amplia (si lo es la de raciones), el servicio no es muy profesional; pero la visión de la Giralda desde sus mesas de fuera y su montadito de solomillo y panceta merecen con creces la visita. Por García de Vinuesa llegamos al nuevo Coloniales, donde es igual de complejo encontrar sitio que en el de San Pedro o en el establecimiento hermano Casa Duque, en Nervión. Al menos nos queda el consuelo de que es mucho más amplio que los otros. A sólo unos metros, en la misma calle Fernández y González, está la Casa de Extremadura; junto a La Taberna de la calle Gamazo son dos bares que tengo pendiente visitar tras las múltiples recomendaciones al respecto. De este fin de semana no pasa. Otro bar que sigo sin conocer, pese a lo mucho que frecuenté de pequeño el anterior, es el nuevo Casablanca, frente al antiguo Coliseo de la Avenida.
Por último una ojeada extramuros y de camino un apunte para los cerveceros: prueben la de Casa Coronado, magnífica tasca en Menéndez Pelayo, casi esquina con el Puente de San Bernardo. Digna de compartir honores con las del Tremendo, el Jota y si me apuran la del mismísimo Vizcaíno. Pero busquemos la sombra de un puente que ya no existe, el de la Calzá y hagamos un inciso en La Revirá de la calle Amador de los Ríos, otro bar de corte cofrade que convierte sus agradables veladores en un lugar inmejorable para disfrutar en estas fechas casi veraniegas de sus especialidades, entre las que se encuentran las papas bravas y el solomillo carbonara. Volviendo a Luis Montoto, La Chicotá, el bar de Diego, el capataz del Cristo de la Sangre, nos ofrece unos caracoles de nota y un montadito de bacalao con salmorejo que estoy ansioso por volver a probar. Muy cerca, al final de la calle San Benito, queda Raimundo, con sus serranitos y su amplísima variedad de tapas; pero eso déjenlo para otro día que vengan con más fuerzas...

30 mayo 2008

Dos calles para un Patrón


En toda localidad que se precie una de las calles principales dentro del entramado de las mismas debe ser la dedicada al santo patrón del lugar. En Sevilla, la Patrona de la Archidiócesis: la Virgen de los Reyes, tiene su plaza ante la misma Catedral, rotulada con esta denominación en sustitución de la de plaza del Cardenal Lluch, que llevó hasta el siglo pasado. Se trata de uno de los principales enclaves turísticos de la ciudad y de un espacio cargado de historia, ya que en él se levantó el famoso Corral de los Olmos, que fue sede de los Cabildos secular y eclesiástico de la ciudad. En su conocida obra “Las calles de Sevilla”, que vio la luz en noviembre de 1940, señala don Santiago Montoto que “el 15 de agosto de 1928 se dio a la calle de Jerez el nombre de plaza de la Virgen de los Reyes, de tanta devoción en Sevilla”. Años más tarde se elimina la denominación de esta vía cercana a la puerta del mismo nombre y se rebautiza en honor de la Patrona su actual plaza a los pies de la Giralda.
Pero a lo que vamos; también San Fernando, conquistador y Patrón de Sevilla, cuya festividad celebramos en estos días, tiene su lugar de privilegio en el callejero de nuestra ciudad y no con una, sino con dos calles, en concreto una calle y una plaza, ambas muy conocidas y transitadas por los sevillanos. Señala don Luis Germán y Ribón, en su “Anales de Sevilla”, que en la segunda mitad del siglo XVIII comienza a utilizarse una nueva puerta que da acceso a la zona en que acaba de concluir su construcción el edificio de la Fábrica de Tabacos. La misma se denomina de San Fernando y es origen de una calle denominada Real de San Carlos (en honor de Carlos III) que tiene su final en otra puerta principal, la de Jerez. González de León señala su estreno en 1757 y su denominación en honor del Santo Rey, sin hacer referencia a la denominación de Real de San Carlos señalada por don Luis Germán. Apunta Montoto que en 1877 se acuerda que esta vía “se llame de Alfonso XII, por estar dedicada al Santo Rey la plaza principal”. El acuerdo nunca fue realidad. De este modo, la calle San Fernando, prácticamente desde sus orígenes recibió tal denominación y fue evolucionando junto a la propia ciudad, siendo un alegre escaparate de las graciosas cigarreras durante largo tiempo y aún hoy de bulliciosos estudiantes de la Universidad de Sevilla, con sede central en el bello edificio dieciochesco. La calle sufrió un ensanche en los años veinte y muy recientemente ha sido peatonalizada y adaptada al paso del famoso metrocentro.
Lo que quizá pocos conozcan es que el verdadero nombre de la plaza Nueva es el de plaza de San Fernando, en honor de quien la preside sobre su caballo. La plaza nace en el siglo XIX, tras la destrucción del inmenso Convento Casa Grande de San Francisco, recibiendo en su inauguración el nombre de la Infanta Isabel, primogénita de la Duquesa de Montpensier. En septiembre de 1868 se acordó que llevase el título de plaza de la Libertad. Más tarde, el triunfo republicano la denominó plaza de la República y de la República Federal. Por último, recurriendo nuevamente a don Santiago Montoto, podemos verificar que, desde el 30 de enero de 1875, recibe el nombre de plaza de San Fernando. Pese a tantas nomenclaturas distintas la plaza siempre se llamó en Sevilla plaza Nueva y de este modo se le seguirá conociendo de por vida. Menos mal que el Patrón ya contaba con su calle...

19 mayo 2008

Hora de reflexionar


Sabéis que muy de vez en cuando gusto de intercalar, entre los artículos vivenciales y costumbristas que caracterizan mi blog, alguno de opinión. Habitualmente son reflexiones de carácter crítico y cierto tono polemista, adecuadas a la actualidad de un instante concreto. En este caso, más que de hechos pasados o presentes, se trata de reflexionar sobre el futuro: futuro en verdiblanco color. Me consta que sois muchos los béticos habituales de este "atril", por ello estoy seguro de que no os sentiréis ajenos a mis palabras, originadas de una más que infundada preocupación por lo que se adivina en el horizonte.
Con el trámite de ayer en Getafe se cierra una temporada que el máximo sinvergüenza, en una muestra más de la misma, ha calificado con una nota de 8 sobre 10. Una temporada en la que por tercer año consecutivo sufrimos la cercanía de la tragedia deportiva que constituye un descenso a la categoría de plata. Puede que ese sufrimiento no haya acontecido de forma tan dramática como el pasado año en Santander, ni tan inesperada como en el de la Champions, pero en un punto determinado de la liga (justo antes de que Paco Chaparro cogiera el equipo) la gran mayoría asumíamos que la debacle se produciría, que a fin de cuentas es algo mucho peor que en los dos casos anteriores, aunque el final haya sido menos agónico.
No nos debe extrañar que el Betis pase este calvario cuando en su plantilla sólo hay un futbolista de Primera División, entendiendo por tal un profesional que combina la calidad con la ambición, las ganas, la vergüenza y si me apuran hasta el sentimiento, si es que eso existe hoy en el fútbol. No nos debe extrañar porque dejamos pasar la oportunidad de crecer, un hecho factible para un equipo respaldado por una masa social de tales dimensiones; ahí está el ejemplo del eterno rival para hacer más sangre, al que todos recordamos arruinado económica y deportivamente hace no mucho y levantando cinco títulos hace aún menos. A fin de cuentas, para bien poco sirve mirar atrás...
Nuestra situación es otra historia, una historia que va a peor y que no hay que ser muy listos para darse cuenta de que no tendrá un final feliz si no se modernizan ciertos aspectos. Ya no es cuestión de que se nos conceda lo que sería lógico: por historia, por afición, por número de socios... Sabemos cuáles son las circunstancias ajenas aunque ligadas al actual Betis, pero qué menos que dejar trabajar a un grupo de hombres de la casa para que armen un conjunto de profesionales humildes, con ansias de triunfo. Ahí están el Getafe de los últimos tiempos, el Almería, o el mismísimo Betis que quedó tercero recién ascendido por Serra.
Puede que todos seamos culpables, porque gritar Lopera vete ya no debe ir de la mano del mal juego o de un mal resultado. Nacimos y crecimos como una afición que se contenta con lo mínimo, pero quizás haya llegado la hora de cambiar. No se pueden consentir hechos como el de que al adiós de un bético de pro no acuda nadie representativo del club y que se le organice una misa, deprisa y corriendo, para tapar la trascendencia pública de algo tan lamentable. Y como esto, tantos otros aspectos que están poniendo en peligro esa identidad señorial, a la vez que simpática en medio mundo, que siempre fue nuestro gran bastión, en los buenos tiempos y en los no tan buenos.
Las cosas pueden salir bien o mal, pero al menos hay que pretenderlas. Llega la hora de reflexionar y ya que sabemos que hay quien no tiene dignidad suficiente para hacerlo, nos tocará a nosotros para tras ello actuar en consecuencia.
(Nueva dedicatoria: al profesor de Gimnasia que nunca me suspendió, pese a mi poca agilidad deportiva, y que esta temporada obró el milagro inexplicable de que el Zaragoza bajara antes que mi Betis).

02 mayo 2008

El Señor de las Capuchinas


Cuando leí en la prensa hace unos meses que el Señor del Gran Poder pasaría un tiempo en Santa Rosalía me pareció un hermoso sueño sevillano que quien hubiese disfrutado jamás imaginaría ver cumplido. Hoy, día 2 de mayo de 2008, es realidad y ayer por la tarde lo pude comprobar con mis propios ojos.
Bien sabéis, quienes compartís conmigo desde hace tiempo mis vivencias y mis impresiones, que todo lo que toca al barrio de San Lorenzo tiene para mí una significación muy especial. Pese a todo, el Gran Poder es algo más, Vecino ilustre de la plaza donde siempre es otoño y a la vez Señor de toda una ciudad que besa cada viernes "el talón de Su Santo Pie derecho". El Gran Poder, como casi todo en ese barrio, es algo bien ligado a mis recuerdos infantiles. Imborrables aquellas primeras visitas a la basílica, sobrecogido en mi pequeñez física ante el rostro renegrido de Dios. Lejano en la memoria aquel vía crucis del 87, sólo la imagen difuminada de una multitud y el Señor por la zona de la Gavidia. Seriedad sobrecogedora de sus negros nazarenos -aquellos que aún no vería horas más tarde con el cirio tiniebla- camino de la calle Pescadores, cuando regresaba tras pasar el palio de Pasión por la Campana...
Recuerdo como en aquella casa de la calle que lleva su nombre, donde el Gran Poder presidía el salón, donde era guardián de cada mesilla de noche, donde la cúpula de su basílica se vislumbraba desde el balcón en cada atardecida de vencejos, me enseñaron a quererlo como lo que es, como le querían allí y como le quisieron quienes ya habían marchado. Me contaron que al llegar a la silla paraba los pulsos, acallaba el bullicio de el Pinto y arrancaba las mejores saetas que podían escucharse en toda la Semana Santa... Cuando por vez primera sentí el frío de la Madrugada en mi rostro infantil pude comprobar que era así. Ya no había Pinto, ni luces apagadas, ni tampoco había tantas saetas, pero su llegada por el Duque, valiente y poderosa la zancada, paralizaba ese universo en que vivíamos por toda una semana.
Ya mayor comprobé que también era así por Molviedro, por el Museo, o por Pedro del Toro, aquella fatídica Madrugada en que sus nazarenos, que siempre me parecieron sacados de la noche de los tiempos, se hicieron humanos ante mí, fruto del temor que todos padecimos en aquella estrechez y que Él pronto calmó con su llegada.
Salió el Domingo al sol de la mañana, junto a su Madre, camino de uno de esos conventos femeninos que salpican su barrio. Ayer por la tarde lo pude ver más cercano que nunca; más aún que en aquel besamanos de San Lorenzo; más que este año sobre su paso, cuando lo vistieron con la túnica de cardos. Señor de una ciudad ante el bello retablo mayor de una iglesia sorprendida por el ajetreo que nunca tuvo. Señor de todos y para todos, pero ahora más que nunca de doce capuchinas que, pese a su cercanía, apenas habían podido verlo más que por estampas y que durante meses rezarán solas ante Él mientras amanece en los claustros.
(A mi amigo El Aguaó, nazareno del Señor de Sevilla).

14 abril 2008

Breve crónica de una Feria pésima


Quienes me conocen, bien personalmente o a través de la exposición de mis vivencias en este y otros foros de opinión, ya saben que lo mío no es la Feria. Así que sobreentiendan desde primera hora que al hablar de la misma lo hago de la taurina, aquella que sí intento vivir a tope en la medida de mis posibilidades, ya que ha sido la que desde mi primera presencia en la Maestranza con seis años para siete, en una nocturna veraniega, he mamado y disfrutado, a veces como auténtico privilegiado. Queden por ello aquí unas breves impresiones, a modo de crónica, del ciclo abrileño 2008, uno de los más tristes que se recuerdan; si bien tampoco debe sorprendernos mucho lo ocurrido...
Arrancó el serial con un Cid cumplidor y responsabilizado, cada día mejor torero; un Ponce tan insulso como casi siempre, excepción hecha de su faena de hace un par de años; y un Alejandro Talavante al que es más que evidente que le viene grande todo lo que va a encontrarse esta temporada. ¿Dónde está la cabeza y el conocimiento de los terrenos de este extraño torero?
A continuación la semana de preferia; con la espectacularidad de Ventura (que algo debe tener para que en 21 años de afición, por vez primera, fuese capaz de soportar una corrida entera de rejones) y tres corridas de toros de las denominadas toristas: Palha, Cuadri y Cebada, donde hubo pocos toros y aún menos toreros. Se echan en falta los viejos especialistas que siempre tuvieron estas tardes del miedo, caso del Fundi, que demostró su magistral oficio y pegó la estocada de la Feria a su segundo toro portugués, al cual cortó una oreja con sabor antiguo. Llegaron después extraños como Javier Conde o El Capea para dejar de manifiesto lo innecesario de su presencia en la Maestranza. También llegó Castella, con pinta de creerse en demasía lo que ya hace tiempo que no demuestra y entremedio de esto ..., llegó Victorino.
Y con él llegó la emoción, el toro que galopa, que transmite, que hace vibrar y tres toreros entregados y colmados de casta. Desde un Liria dispuesto a morir en el ruedo si hiciera falta, a un Cid en maestro (éste sí que puede recibir tal calificativo), pasando por un Ferrera importantísimo con ese quinto toro, pese a que la señora presidenta se encargara de devaluar su actuación dando una inapropiada vuelta al ruedo a su oponente. Lo peor de todo es que, al morir el sexto del de Galapagar, todos estábamos convencidos de que no volveríamos a ver un espectáculo conjunto, siquiera semejante, hasta el año que viene.
Tras esto, ya lo saben, la Feria quedo rota: por el agua y por los tres platos de jamón de Juan Pedro (¡qué grandes declaraciones señor empresario!). Tan rota que, por una u otra de las causas señaladas, no pudimos volver a ver más carteles de toros en forma de muletazos de Morante de la Puebla; no pudimos volver a ver al Juli tras su seria actuación en la del Ventorrillo; ni a Perera en circunstancias óptimas, tras sus dos orejas esa misma tarde. Pero sobre todo, tras dos triunfos rotundos, nos quedamos con ganas de ver abrir la Puerta del Príncipe (¿alguien duda que de darse las mínimas condiciones favorables lo hubiera hecho?) a un torero con toda la pinta de mandar en esto muchos años: José María Manzanares. Ojalá que en septiembre...
Tuvimos tiempo hasta de dar un espectaculito a nivel nacional, con la policía en el centro del ruedo desalojando a tres toreros tomados por el pito de un sereno. Ovacionamos e incluso pedimos la oreja para un cabestrero incapaz de dominar a sus bestias, pero que, eso sí, sabe meter en los chiqueros a los toros con su chaquetilla (a los toros-jamón, porque a los de Miura..., eso ya es otra historia). Un ambiente de plaza de tercera más que propicio para culminar recibiendo el sábado de farolillos a los integrantes de "el bombero torero", que harán gira este año por gran parte de las ferias sureñas y observar cómo se les escapaba (no podía ser de otra forma) una interesante corrida de Torrestrella. Para colmo se cayó hasta la miurada del Domingo, la cual duró tres horas....
En fin, la que viene será.

24 marzo 2008

Desde la nostalgia


Parece mentira mirando el calendario, pero ha vuelto a concluir. Miramos atrás y esas tardes eternas, templadas, luminosas y milagrosamente primaverales en el invierno se nos antojan imposiblemente lejanas. Un año más pasaron y llegaron las vísperas más inmediatas; los pasos en los barrios, los primeros nazarenos, las flores de la noche antesala del Domingo soñado, los nervios repartidos por el estómago...
Pasó el Domingo de Ramos con su gozo inigualable y reestreno de "rampla". Pasó el Polígono por la Alfalfa con hechuras de tener mucho que decir a la Semana Santa del siglo XXI. Pasó el paso de la Presentación al Pueblo por mis recuerdos infantiles en su regreso a casa, junto a los caños y el puente que no está, calentando la fría noche a marcha por chicotá...
Pasó un Miércoles Santo para olvidar, donde no hubo sol para unos altos candelabros y un crucificado dormido. Pasó un Jueves en el que un año más no pudimos pasear a la Victoria más hermosa que jamás se pueda imaginar. Pasó una Madrugada donde a Dios lo vistieron más de Dios que nunca. Pasó un Viernes espléndido y antiguo, donde Cristo volvió a expirar al aire de Sevilla. Pasó un Sábado donde la Piedad Servita nos siguió enseñando a disfrutar bajo su manto, haciéndonos vivir la primera experiencia corriendo con un paso...
Pasaron mil detalles, mil instantes, mil aspectos que fueron noticia, mil reencuentros con el rito y la regla montesinos...
Hoy, desde la nostalgia, sabemos que todo volverá; pero como el niño que fuimos seguimos envueltos en la triste melancolía, esa de la que sólo despertaremos cuando la primavera nos regalé su luz por vez primera en ese patio, hermoso como ningún otro, que es nuestra Maestranza una tarde de toros.

11 marzo 2008

"No la toquéis más, que así es la rosa"


Suele ser a esa hora en que, una inexplicable sensación, una luz exclusiva y personalísima, un indeterminado aire de melancolía y una brisa serena y tibiamente fresca, nos invaden el alma y los recuerdos, copados por tantas emociones vividas en tan escaso espacio temporal.
Suele ser a esa hora en que por vez primera, sentimos verdadera conciencia de que lo que tanto anhelábamos se nos empieza a ir muy lentamente, tan lentamente como habrá amanecido este Viernes entre negros capirotes por el viejo Compás de la Laguna, por la estrechez de la antigua calle Capuchinas, cortada de manera sorpresiva por la larga zancada del Señor que todo lo puede, o por un Arenal de blancas capas, humo de calentitos y serrín de tabernas.
Suele ser a esa hora en que la calle que sabe a la ciudad de siempre, la eterna calle Feria, recibe los primeros nazarenos de antifaces morados que anteceden el paso de la Sentencia de Cristo. Suena toda la trompetería de la Centuria por la estrechez cercana a Montesión, mientras San Juan de la Palma se inunda de verdes capirotes de Esperanza...
Es ese mágico instante y ningún otro, aquel que constituye el punto de inflexión. Tras seis jornadas continuadas de pasos en la calle, se está fraguando en las hogueras de la milagrosa primavera sevillana el nacimiento de la más auténtica tarde de Semana Santa que tiene la ciudad, la tarde del Viernes Santo, tocada por un halo de fina sensibilidad que la hace diferente al resto, tan diferente como para que el tiempo no haya incrementado sus cofradías, sino todo lo contrario. Hoy son siete las que integran su nómina y todas ellas se conjugan en perfecta armonía para dotar al día de ese encanto especial que tan sólo los buenos cofrades saben paladear.
En mi opinión dos son los elementos principales que hacen del Viernes Santo una jornada única. El primero es su luz; obviando las adversas circunstancias meteorológicas que siempre le caracterizaron, ¿no se han fijado nunca en lo distinta que es la luz del Viernes Santo? Desde niños nos llama la atención y ya hoy, adultos y con bastantes Semanas Santas encima, nos sigue sorprendiendo. ¿Cómo es posible que sea tan diferente, no sólo a la que conformaron los mil rayos de sol ilusionados del aún cercano Domingo de Ramos, sino a la que sólo horas antes bañó al palio de la Virgen de la Victoria cuando, por la calle Temprado, buscaba su camino catedralicio? La luz, como decíamos, arrancó lentamente, buscando sorprender al Gran Poder, de vuelta a San Lorenzo; la mañana de barrio la fue perfilando y en los primeros compases de la tarde se adornará de nubes cenicientas allá por los confines de Triana. Será entonces la hora en que el Cachorro la busque entre las azoteas de la calle Castilla y en que la cofradía de la Carretería la atrape con las garras de bronce de su paso de misterio por capricho de un azul Arenal que hoy es de terciopelo. Luz de la tarde joven y fresca, jugando a fotografiar a la Soledad de San Buenaventura por entre la arboleda de la Plaza Nueva, recién salida de su convento franciscano. Luz ocre, casi de primavera que se escapa, escondiéndose tras la espadaña de la Magdalena, pero aún pretendiendo robar protagonismo al palio de la Virgen de la O, cuando se adentra por la calle Rioja, camino de la Campana.
La luz, o mejor dicho, las luces del Viernes Santo, como aspecto fundamental de nuestra forma de apreciar la tarde en que murió el Señor, pero sin duda, no el único que nos hace sentirla en plenitud. Y es que hay un segundo elemento, indisoluble a este público medido y exquisito de las postrimerías de la Semana Santa, que no es otro que su común estado físico y anímico. Cuerpos cansados de la larga noche o el temprano despertar para buscar a las cofradías de la Madrugada en el retorno a sus barrios, vuelta a la más tierna infancia en que la tarde del Viernes Santo comenzábamos a barruntar la tristeza que en la noche del Sábado incluso desbordábamos en lágrimas sueltas a escondidas... Todo un cúmulo de circunstancias que hacen que, en la noche cerrada, nos guste disfrutar a pie parado de los cortejos de San Isidoro o la Mortaja, cuando regresan a sus templos, reflejando sus nazarenos en los escaparates apagados de los comercios de Francos, mientras los ojos de los mismos, encantadoramente misteriosos, parecen no querer perder detalle de lo que los rodea. Silencio antiguo y hermosísimo el de esta calle Francos en la noche del Viernes, tan sólo roto por el sonido de la levantá rotunda del palio de Loreto, por la campana del muñidor que se aleja, buscando recuperar la fragancia de los naranjos de Doña María Coronel, o por el crujido de siglos del canasto del paso del Señor Descendido.
Como verán, motivos y vivencias nos sobran a todos los cofrades para entender el Viernes Santo como ese día distinto a los demás. Recién incorporadas dos nuevas hermandades al conjunto de las que realizan su Estación de Penitencia a la Santa Iglesia Catedral y presumiendo que serán varias más las que deseen sumarse, pienso que, pese a parecer un día propicio por su más tardío arranque, la posible adaptación horaria de los Oficios y su menor número de cofradías respecto a otras jornadas, en el caso del Viernes Santo podemos y debemos parafrasear a Juan Ramón con aquello de “no la toquéis más, que así es la rosa”. De lo contrario puede que estemos alterando el último vestigio que nos queda de la Semana Santa más romántica, esa que en esta noche cabe en instantes tan atemporales y hermosos como la vuelta Doña Guiomar-Zaragoza del paso de palio de Montserrat a los sones incomparables de Soleá dame la mano.

18 febrero 2008

Reencontrando los ritos


Con la reapertura del Salvador vuelven dos de las cofradías más señeras de Sevilla al lugar en el que siempre las conocimos. Vuelven las tardes clásicas de la Cuaresma agonizante, en las que la antigua colegial se nos antoja el más maravilloso de los paraísos posibles, con cinco pasos montándose en su interior, con un ajetreo inusual en sus naves; una sensación incomparable, a la vez que indefinida, que nos hace comenzar a presentir que todo está dispuesto.
Con la reapertura del Salvador vuelven las mañanas doradas del Domingo de Ramos a contar con uno de sus epicentros principales. Vuelven las largas colas en la plaza, junto a las palmas que el vendedor apoya en el monumento a Montañés; vuelven los padres que enseñan a los niños la Borriquita; vuelve el primer escalofrío ante el palio lleno de personalidad del Socorro, que en la noche será presagio del sueño que se escapa...
Con la reapertura del Salvador vuelven las mantillas y los trajes oscuros la mañana del Jueves Santo. Vuelve el silencio sepulcral a la plaza repleta; dentro el órgano, fuera las golondrinas de la atardecida y la saeta de siempre “.... Nazareno de Pasión...”, mientras Dios hecho hombre se asoma a la ciudad.
Vuelven todos los ritos que hacen del Salvador un universo fundamental para que la Semana Santa sea lo que siempre fue. Pero, sobre todos aquellos descritos, uno menos prosaico, que sin embargo hace posible a los demás; con la reapertura del Salvador vuelve la rampa, la “rampla”, como siempre se le llamó en Sevilla. Nos llega restaurada como el propio templo, pero con el mismo encanto de siempre. No dejen de acudir a saludarla, ante sus tablas no sólo se reencontrarán un clásico, también con aquel niño que la correteó en estas mismas tardes de la hermosa espera.

05 febrero 2008

La iglesia, la taberna y la calle


"La puerta de la iglesia de San Benito tiene una taberna enfrente. Están al hilo el mostrador de la taberna y la nave de la iglesia. Son casi iguales las puertas; y la calle que atraviesa, de tan estrecha, apenas es linde y frontera entre los dos lugares". Así describía el genial Núñez de Herrera el entorno. Hoy ya no existe esa taberna, ni la calle es tan estrecha, más bien todo lo contrario. Hoy ya Pilatos no se asoma por sorpresa, temprana la tarde, a aquel viejo mostrador de barrio. Pero, pese a todo, sigue existiendo una Semana Santa diferente en la Calzá.
Siempre lo vislumbré como un espacio único, cercano a casa, algo más allá de San Esteban, de la frontera de la Puerta Carmona, pero a la vez lejano tras ese viejo puente bajo el que pasábamos en coche, las tardes de verano, al volver de la piscina.
Recuerdo aquella mañana de Martes Santo en la que acudí con mi padre a visitar los pasos; era una iglesia desconocida para mí, curiosa con esa empinada rampa que cubre por unos días los escalones con los que habitualmente te recibe. Sorprendía imaginar que aquel barco dorado salía por esa puerta tan pequeña y hacia una calle tan estrecha, una calle tan estrecha junto a una de las principales arterias de la ciudad, parecía raro, pero a la vez hermoso.
Recuerdo que los Martes Santos eran especiales. Tras pasar Santa Cruz por la sillas, me llevaban mis tíos siempre al mismo lugar, aquella frontera de la Puerta Carmona, donde San Benito ya no era el estallido de alegría de la atardecida en la Campana. La noche la convertía en una larga hilera de luz entre el bullicio de la calle San Esteban; largas filas, morados antifaces, jacaranda en la jarra de sus escudos y pequeños nazarenitos agachados, buscando combatir su cansancio y su aburrimiento jugando con la cera. Detalles y recuerdos como estos me hicieron comenzar a ver San Benito, desde muy temprana edad, como una de esas cofradías que siempre tienes ganas de volver a reencontrar.
Recuerdo como en esas noches de mi infancia, de pronto, aparecían esos ciriales, sencillos y personalísimos, anunciando la llegada del paso de la Presentación al Pueblo a los sones inolvidables de Arahal. Recuerdo verlo perderse en la lejanía, subiendo por última vez un puente que los mayores me habían contado que iba a desaparecer...
Hoy la Calzada ya no es lo que era, pero a pesar de todo sigue manteniendo mucho de su esencia. Sigue teniendo alguna vieja tasca como la referida por Núñez de Herrera, no tiene calle estrecha para que Pilatos se asome, temprana la tarde, pero sigue teniendo una cofradía de un sabor especial, a la que todos esperamos con ilusión cuando se va acercando el día grande de su barrio.

20 enero 2008

Cuando viene de vuelta


Noche cerrada, cúmulo de emociones vividas, cuerpos cansados, primeros atisbos de melancolía... Ya viene cerca, se presiente en el andar pausado de sus nazarenos, en las miradas adultas y serenas que se adivinan tras los antifaces, en el sonido lejano de una marcha que no acertamos a identificar aún.
Un año más hemos vuelto a acudir a la cita. Vencido el sol de las primeras horas de la tarde, entregada la luz a los confines aljarafeños que perfilan el sueño de la ciudad en sus días grandes, ha nacido la luna de la Semana Santa, aquella que preside el retorno a su templo de estos tramos de cera que se observan como trazos infantiles desde un cielo que hoy creemos tener en nuestras manos.
Un año más volvemos a este mismo lugar, tan distinto al que transitamos cada día, tan diferente al de la fría tarde navideña, al de los rigores veraniegos de agosto y algo más semejante, fruto de la ilusión de lo cercano, al de las vísperas gozosas que nos trajeron hasta aquí. La luz de la primavera, todo un año escondida, reapareció una tarde templada, casi sin darnos cuenta nos tomó de la mano y guiados por ella alcanzamos este instante sublime en que no existe más luz que la de la candelería vencida de este paso de palio que tenemos ante nuestros ojos.
Ahora sí que identificamos la marcha, puro clasicismo y elegancia exquisita. Viene asentado pero con fuerza, suenan sus bambalinas, nos impresiona el cimbreo de sus varales, el chisporreteo de la cera que arde, el desorden medido de las flores que lo adornan. Amargura, Aguas, Dulce Nombre, Regla, Valle, Montserrat..., qué más da...
Tal y como la vimos llegar se nos escapa. Su manto y la trasera son un epílogo de ensueño que retendremos doce meses en nuestro pensamiento; hasta que si Ella quiere, una tarde templada, la luz primaveral vuelva a traernos de su mano hasta este mismo espacio en el que su presencia nos sigue cautivando, año tras año, cuando viene de vuelta.

08 enero 2008

Entrevista a don José María de Mena

El escritor y colaborador de Casco Antiguo, José María de Mena, lleva décadas al servicio de la historia de la ciudad.

“MI LABOR ME HA HECHO SENTIR EL CARIÑO DE LA GENTE DE SEVILLA”

Años de dedicación a la ciudad que ama por encima de todas las demás, han llevado a José María de Mena a convertirse en el culpable de que muchos sevillanos compartan su pasión.

Enrique Henares

Por mucho que me hubiera esforzado, jamás hubiera logrado imaginar que un buen día ejercería mi eterna vocación periodística y menos aún que uno de mis entrevistados sería José María de Mena, aquel señor que aparecía en la contraportada de un libro rojo, con la fotografía de la Giralda vista desde la plaza de la Alianza, que en mi niñez me regaló mi padre con la sana intención de que me aficionase a todo lo maravilloso que encierra nuestra tierra.

La tarde es bien temprana. Don José María nos ha citado en su domicilio de la calle Vascongadas, justo a la espalda de la capilla del Carmen de Calatrava; allá por los confines de la Alameda y muy cerca del portalón trasero del convento de San Clemente. Sin lugar a dudas un lugar cargado de historia y un perfecto rincón para soñar y contar Sevilla. Rodeados de libros propios y ajenos nos situamos en el despacho del escritor... “Bueno amigo, ¿de qué quieres que hablemos?”; rápidamente replico a don José María que de su obra, de su envidiable trayectoria como historiador de la ciudad.

Toma la palabra Mena y comenzamos a asistir al relato de esa historia de amor con Sevilla: “cuando terminé la carrera, doña Amantina Cobos de Villalobos, una ilustre señora; maestra, poetisa, historiadora y académica, me planteó una cuestión que llegó a sorprenderme, la de qué pensaba hacer a partir de ahora”. El joven José María acababa de concluir sus estudios y de alcanzar su plaza como profesor por oposición, pero doña Amantina había puesto sus ojos en él para que llevase a cabo una labor a su juicio necesaria en esos momentos, la de recoger la historia, los testimonios, los hechos más o menos verosímiles y todos los aspectos particulares que conformaban la crónica de la ciudad a lo largo de los siglos. Eran años en que, muertos los viejos eruditos en materia sevillana, sólo quedaba en ejercicio don Santiago Montoto, el llamado Patriarca de las Letras Hispalenses, quien ya era muy mayor y que por su gran labor y su esfuerzo constante debía contar con un digno sustituto que ocupase su lugar algún día. Preguntar a don José María por Montoto es hacerle revivir la Sevilla de su juventud, aquella que gustaba pasear con el venerable anciano residente en la calle Mateos Gago. Con don Santiago compartió Mena las ondas de Radio Sevilla, emisora de la que fue redactor jefe y en la que el viejo historiador mantenía su programa “Sevilla en la tradición y la leyenda”.

DE UNA OBRA A OTRA

Alentado por su buena amiga y por el propio Montoto, comienza José María de Mena su labor literaria. Lo primero que idea es una obra en la que recoger todos aquellos testimonios históricos que conforman la biografía global de la ciudad, nace así su “Historia de Sevilla”. Pero pronto se da cuenta Mena de que la suya no sería una labor fácil. “La historia la hacen personajes, por tanto a los mismos habría que dedicarles otro libro. Estos viven en calles, plazas y barrios que también habría que recoger en una obra y como no, en la historia también hay hechos curiosos que ya de por si merecen ser recogidos en un solo volumen. Hay además entre estas curiosidades algunas sin resolver, es decir enigmas y hasta a esos dediqué una obra: “Enigmas históricos de Sevilla”. Mención aparte merece su obra “Tradiciones y leyendas sevillanas”, quizá una de las más leídas y demandadas y de la que pronto verá la luz una nueva edición.

Llegamos entonces al punto en que, cubierto el objetivo inicial, don José María comienza a escribir libros de temática más personal, es el caso de “La Sevilla que se nos fue”, por la que el entrevistador confiesa sentir auténtica debilidad y que en palabras de su autor: “constituye un homenaje a la generación de las madres y las abuelas de los entonces jóvenes lectores de la obra, realizando para ello un recorrido por distintos aspectos de la vida cotidiana de la Sevilla de aquellos años”. Tiene tiempo Mena para aportar su granito de arena al mundo de las cofradías (“Cristo andando por Sevilla”), para elaborar guías como las del Alcázar y el Cementerio, e incluso para ampliar horizontes con un libro, “Así fue el Imperio Español”, hablando del cual apreciamos su pasión por la historia general, señalándonos a Sevilla como “parte fundamental del mismo, puerto único y referente, controlado siempre por la Casa de Contratación”.

IMPRESIONES SEVILLANAS

Era obligado cuestionar a quien tanto conoce la ciudad a través de sus distintas épocas por su visión actual de la misma. Lejos de lo que muchos pudieran imaginar, don José María hace gala de su exquisita educación adobada por su fina ironía y declara que: “todo depende de los gustos, lo que a unos gusta para otros es horrible. El feísmo existe desde que lo inventó un tal Bretón y por ello, aunque nos cueste asumirlo, hay distintos conceptos de crear belleza. Bien es verdad que están llegando a verse cosas difícilmente explicables”.

A través de sus palabras sueña Mena con la Sevilla que conoció, la Sevilla de los paseos sin prisas, la de la muralla tristemente escondida, la que tuvo una calle San Vicente cuyos más de cien números se contaban por bellísimas casas, entre ellas la que albergó el taller de su buen amigo, el escultor Antonio Castillo Lastrucci, al que se sigue emocionando al recordar. “De entre las muchas personas conocidas que he tratado a lo largo de estos años, siempre sentí especial predilección por Antonio Castillo, un hombre humilde y trabajador; gran artífice de la reconstrucción de la Semana Santa tras la quema de iglesias de los años treinta y al que Sevilla no supo valorar, hasta el punto de morir arruinado y solo, instantes después de mi por entonces diaria visita a su casa”.

MÁS ALLÁ DE LOS LIBROS

Pero la gran labor de José María de Mena no se ha limitado a su obra escrita, a esos libros que todo sevillano prototípico tiene en su haber. Muy seguido era su comentario del día en Radio Sevilla y también sus numerosos artículos en diferentes rotativos, como el nuestro, con el que colabora prácticamente desde sus orígenes y del que sólo habla maravillas: “me gusta Casco Antiguo porque se trata de un periódico modesto, sin color político, estrictamente local y por tanto cercano al lector en todo lo que cuenta”.

Lógicamente esta larga trayectoria en el mundo de las letras locales no hubiera sido posible sin el refrendo de los sevillanos, sus lectores. “Estoy bien encajado en Sevilla, mi labor me ha hecho sentir el cariño de gente de toda clase social. No tanto el de las instituciones...”.
Continúa la conversación, don José María nos desgrana sus proyectos más inmediatos, en los que trabaja ilusionado como si fueran los primeros. Las horas pasan volando escuchando sus mil anécdotas. Antes de despedirnos saco de mi mochila el viejo libro de la portada roja presidida por la Giralda, “Sevilla explicada a los jóvenes”. Desde aquella tarde de comienzos de noviembre reposará por siempre en mi biblioteca cariñosamente dedicado por su autor.

Nota a posteriori: esta entrevista a don José María de Mena, ese señor que a muchos nos aficionó a los temas sevillanos, fue realizada el pasado mes de noviembre para el especial de Navidad del periódico Casco Antiguo, donde fue publicada a fecha de 23 de diciembre de 2007.