04 diciembre 2006

Con el sol de Diciembre...

Una de esas coplas de Carlos Cano que tengo grabadas en mi mente, tras mucho escucharlas durante mi infancia en aquel viejo disco que anda por casa, es la que, con letra del maestro Antonio Burgos, rezaba: «Con el sol de Diciembre,/alta en la torre, una bandera./Se levanta en el cielo/la voz de un seise/como una estrella/de pluma y terciopelo,/blanca y celeste,/y al aire queda».
Quizás no exista definición más bella que estos versos, ni símbolo más encantador y secreto que esta bandera que, sobre el campanario de nuestra torre madre, ondea (si los señores canónigos catedralicios no lo olvidan, como algún que otro año) llegadas estas fechas sevillanísimas de la Inmaculada.
El día de la Purísima es el recuerdo de una víspera de tunos en la plaza del Triunfo y el Postigo, de bufanda anudada al cuello y moscatel de Chipiona comprado en Alvarito Peregil en Mateos Gago. Es el repique incesante de campanas en la media noche, como banda sonora en la memoria de una de aquellas noches en las que, siendo más niños, todo nuestro afán era disfrutar de unas horas de la madrugada no tan familiares para nosotros como pueden serlo hoy.
El 8 de Diciembre, en su mañana de dorados reflejos invernales, es uno de esos días en que la plaza de la Virgen de los Reyes, o lo que es lo mismo, el antiguo solar del Corral de los Olmos, viaja hacia el pasado al ser atravesada por sesudos calonges de enrevesadas capas que les protegen del frío de Matacanónigos, cuando cruzan hacia Palacio a recoger al ordinario del lugar, que será quien oficie la solemne función pontifical en honor de María sin mancha concebida.
Pero sobre todo en Sevilla, el de la Inmaculada es el día de los besamanos de la Virgen en múltiples hermandades. Una de esas tardes en que la ciudad nos muestra gran parte de sus encantos casi por sorpresa.
Numerosas son las citas, pero una de ellas es ineludible. En San Antonio Abad, entre banderolas celestes, cirio encendido y espada votiva, la Concepción de blancos azahares nos espera para recordarnos que, así en el sol de Diciembre como en la Luna de Parasceve, no existe pureza comparable a la suya.

8 comentarios:

Reyes dijo...

¡Que recuerdos me traes con el moscatel y las tunas...!
Con la escusa de ir a verlas cantar en la Plaza del Triunfo, quedábamos en "Las Columnas" y de ahí no nos movíamos porque nadie de mi grupo soporta la tuna (salvo una) y además casi todos los años suele llover a mares.
Por otro lado, es un día tan sevillano como el 15 de Agosto, otro día de la Virgen.

Anónimo dijo...

Don Enrique, tiernos recuerdos de esas vísperas son, como usted dice, los tunos y sus coplas, pero dentro de esas Festividad, sevillana por antonomasia, hay unos ecos que, personalmente, son protagonistas de dicha celebración. Aún resuenan por las naves catedralicias, por Parroquias, Capillas o Conventos, por calles de adoquines o por plazas de hojas muertas, desde que la pluma de Miguel Cid y el organillo del Padre Bernardo de Toro, allá por "la guerra mariana" (como algunos historiadores definen la pugna entre franciscanos y dominicos allá por el s.XVII), pusieran sonido de fondo a lo que nuestra ciudad vivía y que la Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Sevilla ejemplificó publicamente con la Defensa de aquel Misterio, por entonces. Escúchenselas a nuestros seises en la Catedral, por San Antonio Abad en la renovación anual de esta Defensa, o en Vísperas del día 8 a los hermanos de la Real Hermandad Sacramental de la Magdalena cuando Su Divina Majestad es portado bajo palio para la adoración de todo fiel.
"TODO EL MUNDO EN GENERAL..."

Enrique Henares dijo...

Sin lugar a dudas esa voz grave y elevada cantando los versos de Miguel Cid en el incomparable ambiente cultual de San Antonio Abad es una auténtica delicia para los sentidos.

del porvenir dijo...

De chico, mis padres me llevaban el día 8 a rezar, aunque fuera desde el coche, el "Bendita sea tu pureza..."
Los años, ¡ay! los años

Anónimo dijo...

Día de la Inmaculada, ¡día grande para mi Sevilla!, cuyo insigne pintor Francisco Pacheco fijó los principios de cómo debía pintarse esa Virgen tan divina: de unos trece años más o menos, con túnica blanca y manto azul, llevando una corona sobre la cabeza con doce estrellas, y una media luna a sus pies mirando hacia abajo. Y así la han representado hasta entonces pintores y escultores. Y que podemos admirar en la sacristía de los Cálices con Miguel Cid a sus pies como autor de esos versos que todo el mundo ha oído alguna vez en su vida.

Anónimo dijo...

Es sin duda una de las fechas claves, tradicionales, hermosas de esta ciudad...todo en las puertas de la Navidad, y con el mejor remate posible, Nuestra Señora con distintas advocaciones en besamanos. Es la época del año que más cariño le tengo, después de cuaresma y Semana Santa...

Enrique Henares dijo...

Un año más he tenido ocasión de disfrutar una magnífica tarde de los besamanos inmaculistas.
De los que vi (los más céntricos) los mejores los de siempre: Cena, Amor y Silencio.
Muy agradable el ambiente de la tarde, la típica en que no das tres pasos seguidos sin encontrarte buenos amigos.

Enrique Henares dijo...

Incluso cuentan por ahí que parte de la saga de los Franco formaba parte del equipo de capataces del paso (para dar mayor sabor a la estampa descrita:P).