30 mayo 2008

Dos calles para un Patrón


En toda localidad que se precie una de las calles principales dentro del entramado de las mismas debe ser la dedicada al santo patrón del lugar. En Sevilla, la Patrona de la Archidiócesis: la Virgen de los Reyes, tiene su plaza ante la misma Catedral, rotulada con esta denominación en sustitución de la de plaza del Cardenal Lluch, que llevó hasta el siglo pasado. Se trata de uno de los principales enclaves turísticos de la ciudad y de un espacio cargado de historia, ya que en él se levantó el famoso Corral de los Olmos, que fue sede de los Cabildos secular y eclesiástico de la ciudad. En su conocida obra “Las calles de Sevilla”, que vio la luz en noviembre de 1940, señala don Santiago Montoto que “el 15 de agosto de 1928 se dio a la calle de Jerez el nombre de plaza de la Virgen de los Reyes, de tanta devoción en Sevilla”. Años más tarde se elimina la denominación de esta vía cercana a la puerta del mismo nombre y se rebautiza en honor de la Patrona su actual plaza a los pies de la Giralda.
Pero a lo que vamos; también San Fernando, conquistador y Patrón de Sevilla, cuya festividad celebramos en estos días, tiene su lugar de privilegio en el callejero de nuestra ciudad y no con una, sino con dos calles, en concreto una calle y una plaza, ambas muy conocidas y transitadas por los sevillanos. Señala don Luis Germán y Ribón, en su “Anales de Sevilla”, que en la segunda mitad del siglo XVIII comienza a utilizarse una nueva puerta que da acceso a la zona en que acaba de concluir su construcción el edificio de la Fábrica de Tabacos. La misma se denomina de San Fernando y es origen de una calle denominada Real de San Carlos (en honor de Carlos III) que tiene su final en otra puerta principal, la de Jerez. González de León señala su estreno en 1757 y su denominación en honor del Santo Rey, sin hacer referencia a la denominación de Real de San Carlos señalada por don Luis Germán. Apunta Montoto que en 1877 se acuerda que esta vía “se llame de Alfonso XII, por estar dedicada al Santo Rey la plaza principal”. El acuerdo nunca fue realidad. De este modo, la calle San Fernando, prácticamente desde sus orígenes recibió tal denominación y fue evolucionando junto a la propia ciudad, siendo un alegre escaparate de las graciosas cigarreras durante largo tiempo y aún hoy de bulliciosos estudiantes de la Universidad de Sevilla, con sede central en el bello edificio dieciochesco. La calle sufrió un ensanche en los años veinte y muy recientemente ha sido peatonalizada y adaptada al paso del famoso metrocentro.
Lo que quizá pocos conozcan es que el verdadero nombre de la plaza Nueva es el de plaza de San Fernando, en honor de quien la preside sobre su caballo. La plaza nace en el siglo XIX, tras la destrucción del inmenso Convento Casa Grande de San Francisco, recibiendo en su inauguración el nombre de la Infanta Isabel, primogénita de la Duquesa de Montpensier. En septiembre de 1868 se acordó que llevase el título de plaza de la Libertad. Más tarde, el triunfo republicano la denominó plaza de la República y de la República Federal. Por último, recurriendo nuevamente a don Santiago Montoto, podemos verificar que, desde el 30 de enero de 1875, recibe el nombre de plaza de San Fernando. Pese a tantas nomenclaturas distintas la plaza siempre se llamó en Sevilla plaza Nueva y de este modo se le seguirá conociendo de por vida. Menos mal que el Patrón ya contaba con su calle...

19 mayo 2008

Hora de reflexionar


Sabéis que muy de vez en cuando gusto de intercalar, entre los artículos vivenciales y costumbristas que caracterizan mi blog, alguno de opinión. Habitualmente son reflexiones de carácter crítico y cierto tono polemista, adecuadas a la actualidad de un instante concreto. En este caso, más que de hechos pasados o presentes, se trata de reflexionar sobre el futuro: futuro en verdiblanco color. Me consta que sois muchos los béticos habituales de este "atril", por ello estoy seguro de que no os sentiréis ajenos a mis palabras, originadas de una más que infundada preocupación por lo que se adivina en el horizonte.
Con el trámite de ayer en Getafe se cierra una temporada que el máximo sinvergüenza, en una muestra más de la misma, ha calificado con una nota de 8 sobre 10. Una temporada en la que por tercer año consecutivo sufrimos la cercanía de la tragedia deportiva que constituye un descenso a la categoría de plata. Puede que ese sufrimiento no haya acontecido de forma tan dramática como el pasado año en Santander, ni tan inesperada como en el de la Champions, pero en un punto determinado de la liga (justo antes de que Paco Chaparro cogiera el equipo) la gran mayoría asumíamos que la debacle se produciría, que a fin de cuentas es algo mucho peor que en los dos casos anteriores, aunque el final haya sido menos agónico.
No nos debe extrañar que el Betis pase este calvario cuando en su plantilla sólo hay un futbolista de Primera División, entendiendo por tal un profesional que combina la calidad con la ambición, las ganas, la vergüenza y si me apuran hasta el sentimiento, si es que eso existe hoy en el fútbol. No nos debe extrañar porque dejamos pasar la oportunidad de crecer, un hecho factible para un equipo respaldado por una masa social de tales dimensiones; ahí está el ejemplo del eterno rival para hacer más sangre, al que todos recordamos arruinado económica y deportivamente hace no mucho y levantando cinco títulos hace aún menos. A fin de cuentas, para bien poco sirve mirar atrás...
Nuestra situación es otra historia, una historia que va a peor y que no hay que ser muy listos para darse cuenta de que no tendrá un final feliz si no se modernizan ciertos aspectos. Ya no es cuestión de que se nos conceda lo que sería lógico: por historia, por afición, por número de socios... Sabemos cuáles son las circunstancias ajenas aunque ligadas al actual Betis, pero qué menos que dejar trabajar a un grupo de hombres de la casa para que armen un conjunto de profesionales humildes, con ansias de triunfo. Ahí están el Getafe de los últimos tiempos, el Almería, o el mismísimo Betis que quedó tercero recién ascendido por Serra.
Puede que todos seamos culpables, porque gritar Lopera vete ya no debe ir de la mano del mal juego o de un mal resultado. Nacimos y crecimos como una afición que se contenta con lo mínimo, pero quizás haya llegado la hora de cambiar. No se pueden consentir hechos como el de que al adiós de un bético de pro no acuda nadie representativo del club y que se le organice una misa, deprisa y corriendo, para tapar la trascendencia pública de algo tan lamentable. Y como esto, tantos otros aspectos que están poniendo en peligro esa identidad señorial, a la vez que simpática en medio mundo, que siempre fue nuestro gran bastión, en los buenos tiempos y en los no tan buenos.
Las cosas pueden salir bien o mal, pero al menos hay que pretenderlas. Llega la hora de reflexionar y ya que sabemos que hay quien no tiene dignidad suficiente para hacerlo, nos tocará a nosotros para tras ello actuar en consecuencia.
(Nueva dedicatoria: al profesor de Gimnasia que nunca me suspendió, pese a mi poca agilidad deportiva, y que esta temporada obró el milagro inexplicable de que el Zaragoza bajara antes que mi Betis).

02 mayo 2008

El Señor de las Capuchinas


Cuando leí en la prensa hace unos meses que el Señor del Gran Poder pasaría un tiempo en Santa Rosalía me pareció un hermoso sueño sevillano que quien hubiese disfrutado jamás imaginaría ver cumplido. Hoy, día 2 de mayo de 2008, es realidad y ayer por la tarde lo pude comprobar con mis propios ojos.
Bien sabéis, quienes compartís conmigo desde hace tiempo mis vivencias y mis impresiones, que todo lo que toca al barrio de San Lorenzo tiene para mí una significación muy especial. Pese a todo, el Gran Poder es algo más, Vecino ilustre de la plaza donde siempre es otoño y a la vez Señor de toda una ciudad que besa cada viernes "el talón de Su Santo Pie derecho". El Gran Poder, como casi todo en ese barrio, es algo bien ligado a mis recuerdos infantiles. Imborrables aquellas primeras visitas a la basílica, sobrecogido en mi pequeñez física ante el rostro renegrido de Dios. Lejano en la memoria aquel vía crucis del 87, sólo la imagen difuminada de una multitud y el Señor por la zona de la Gavidia. Seriedad sobrecogedora de sus negros nazarenos -aquellos que aún no vería horas más tarde con el cirio tiniebla- camino de la calle Pescadores, cuando regresaba tras pasar el palio de Pasión por la Campana...
Recuerdo como en aquella casa de la calle que lleva su nombre, donde el Gran Poder presidía el salón, donde era guardián de cada mesilla de noche, donde la cúpula de su basílica se vislumbraba desde el balcón en cada atardecida de vencejos, me enseñaron a quererlo como lo que es, como le querían allí y como le quisieron quienes ya habían marchado. Me contaron que al llegar a la silla paraba los pulsos, acallaba el bullicio de el Pinto y arrancaba las mejores saetas que podían escucharse en toda la Semana Santa... Cuando por vez primera sentí el frío de la Madrugada en mi rostro infantil pude comprobar que era así. Ya no había Pinto, ni luces apagadas, ni tampoco había tantas saetas, pero su llegada por el Duque, valiente y poderosa la zancada, paralizaba ese universo en que vivíamos por toda una semana.
Ya mayor comprobé que también era así por Molviedro, por el Museo, o por Pedro del Toro, aquella fatídica Madrugada en que sus nazarenos, que siempre me parecieron sacados de la noche de los tiempos, se hicieron humanos ante mí, fruto del temor que todos padecimos en aquella estrechez y que Él pronto calmó con su llegada.
Salió el Domingo al sol de la mañana, junto a su Madre, camino de uno de esos conventos femeninos que salpican su barrio. Ayer por la tarde lo pude ver más cercano que nunca; más aún que en aquel besamanos de San Lorenzo; más que este año sobre su paso, cuando lo vistieron con la túnica de cardos. Señor de una ciudad ante el bello retablo mayor de una iglesia sorprendida por el ajetreo que nunca tuvo. Señor de todos y para todos, pero ahora más que nunca de doce capuchinas que, pese a su cercanía, apenas habían podido verlo más que por estampas y que durante meses rezarán solas ante Él mientras amanece en los claustros.
(A mi amigo El Aguaó, nazareno del Señor de Sevilla).