26 septiembre 2007

Desde mi azotea (a Glauca)






Atardece un miércoles de principio de otoño en la azotea de mi casa, en la calle Águilas, muy cerca de la Alfalfa. La temperatura es perfecta y la vista mucho mejor de lo que recordaba. Qué poco aprovechados están estos espacios, al menos por mí y pienso que por todos los que vivimos en un bloque de pisos junto a muchos otros vecinos.
Pese a que en la collación de San Nicolás se han restaurado y elevado muchas viejas casas -como la que frente a mi balcón, en Almirante Hoyos, me privó de la visión diaria del Giraldillo- he logrado encontrar un lugar desde donde retratar, sin apenas trabas, nuestra torre madre y algo de Catedral. La recién restaurada cúpula del Salvador, la de San Alberto junto a su torre, la espadaña de Santa Cruz o la torre de San Bartolomé, perdida entre azoteas, rodean esta visión central.
Hacia la fachada principal, la torre de San Pedro parece juguetear con el Alamillo. En su entorno se observa la de los Descalzos y más cercanas que ninguna las de San Ildefonso, con ese aire colonial que las caracteriza. Águilas abajo se adivina la pequeña torre de San Esteban; más al fondo Nervión y sus altos edificios sobre los que se eleva la luna llena.
Sólo falta que un día aprenda a hacer fotos. Mientras os cuelgo algunas. Ni que decir tiene que quedáis invitados a contemplarlo en vivo.

12 septiembre 2007

100 años 100


Hoy, 12 de septiembre de 2007, el Real Betis Balompié cumple 100 años de historia. Camino de los 27, siempre le recuerdo ligado a mi existencia, vistiendo su camiseta verdiblanca desde mis fotografías más remotas, sufriendo con sus sinsabores y estallando de júbilo con sus alegrías y sus celebraciones incomparables.
Felicidades Betis y gracias por ser siempre distinto al resto, gracias por estas casi tres décadas que he vivido a tu lado. No cambies nunca, si lo hicieras nada sería lo mismo para tus seguidores.

29 enero 2007

Maravillosamente distintos
Puede parecer oportunista hacerlo hoy, después del mejor partido de la hasta ahora flojita temporada, pero también debéis tener en cuenta que es, sin duda, una semana importante para el fútbol sevillano que el jueves vivirá la primera de sus tres fiestas en un sólo mes y qué mejor manera de sumarme a ella que hablando del que siempre ha sido, es y será mi equipo. Soy bético desde que nací, quizás porque así lo quiso mi padre, pese a que mi abuelo, oriundo de Granada, era sevillista como también lo son mis tíos. Sé que en mis primeros años de vida el Betis realizó unas cuantas buenas campañas, pero mis recuerdos más remotos se ligan a un equipo ascensor que en ciertos momentos invitaba a la desesperación de un niño tan pequeño. Hoy, mucho tiempo después, me alegro de no haber sucumbido a ella. Eran los años de Pumpido, cuya equipación tuve no sé para qué ya que nunca me gustó jugar de portero; los años de aquel delantero centro ídolo de mi infancia: "No diga gol diga Mel"; los años en los que no era fácil ser del Betis rodeado de amigos sevillistas, pero en los que un llavero, que todavía conservo y que reza rodeando al escudo: "Aún en los peores momentos que grande es ser bético", me convenció de que indudablemente no hay equipo que sepa sufrir como el nuestro, capaz de sobreponerse a lo que pocos lograrían hacerlo. Gracias al sentimiento resumido en esa frase, tan grabada en aquel llavero como a partir de entonces en mi corazón, pude vivir gozoso aquel rescate de los infiernos por obra y gracia de un señor con bigote ligado a mi mejor memoria en verdiblanco; aquellas primeras goleadas en casa tras el retorno a la cumbre; aquellos derbys en los que fuimos intratables; aquel tercer puesto en la liga, logrado en el mismísimo Bernabéu; y aquella final copera in situ, en ese mismo lugar, que perdimos pero merecimos ganar. Después vinieron etapas mejores y peores; otro ascenso de inolvidable celebración y una temporada de ensueño que nos permitiría, meses más tarde, escuchar en nuestro estadio el himno de la Champions, no sin antes traernos para Sevilla un título, varios años después de que nosotros mismos nos trajésemos el último desde ese mismo campo en el que, tras un día inolvidable inundando Madrid con nuestros colores y nuestros cánticos, muchos descubrimos que también se llora de alegría. Esto es sólo el resumen, más sentimental que preciso, de veintiseis años entre cien posibles; cien años de beticismo en los que, desde el Porvenir a Heliópolis pasando por el resto del mundo, fuimos como siempre seremos: maravillosamente distintos.

07 septiembre 2007

Corrales de vecinos


Tendría unos 11 ó 12 años cuando cayó en mis manos un libro del Profesor Morales Padrón sobre los corrales de vecinos de Sevilla. En aquellos momentos me encontraba sumido en una etapa en la que devoraba toda obra relativa a Sevilla, sus costumbres, sus personajes..., pero sin duda, aquella del escritor canario llamaría particularmente mi atención, tanto que no sólo me limité a leerlo, sino que me propuse investigar cuántos de esos patios vecinales quedaban en pie, ya que los textos y las imágenes que los ilustraban constituían una reedición de lo publicado por el mismo autor en la década de los setenta.
Bien pronto me di cuenta de que las cosas habían cambiado, y mucho, en los poco más de quince años transcurridos.
Los patios que aparecían medioderruidos en las fotografías habían sido demolidos y en su lugar se hallaban nuevos bloques de pisos, algunos de ellos buscando respetar la estética de lo que allí se levantó, bien remodelando lo que había o simplemente disponiendo las nuevas construcciones en torno a una agradable estancia central.
En otras ocasiones, aquella vida, quizás indigna de la España de finales del franquismo, pero alegre en su cotidianidad, había dado paso al más triste silencio sepulcral. Puertas entornadas, patios de verdina y jaramagos crecidos, gatos melancólicos sobre las barandillas y otros elementos propios del abandono, componían la estampa de aquellos ámbitos en los que, en contra de la voluntad de mi madre, me colaba para cotejarlos con los recuerdos de mis lecturas y mi visión de los testimonios gráficos.
Fue mucha Sevilla la que pateé e hice patear a los míos en sus ratos libres, tanta que terminé descubriendo muchos más corrales de los estudiados por Morales Padrón. Certifiqué que era en la zona de la Macarena y en Triana donde subsistía en mayor medida esta forma de vida, mientras en el centro y sus alrededores prácticamente había desaparecido.
En ocasiones, de forma sorpresiva, encontraba un corral que mantenía su existencia y gran parte de su estética. Muchas veces, ante mi curiosidad fácilmente apreciable, algún vecino me preguntaba si buscaba a alguien; era entonces cuando le contaba mi inquietud respecto a aquellos incomparables ejemplos de la arquitectura local, que en ocasiones habían pasado de conventos o casas palaciegas a encantadores patios de vecindad, en los que transcurrió la vida de buena parte de la sociedad sevillana del XX y que ahora parecían vivir sus últimas horas de vida. Os aseguro que tan sólo cinco minutos de conversación con aquellas gentes suponen una de las mejores lecciones posibles sobre ese ayer de la ciudad del que muchos somos auténticos enamorados.