Hace unos días que le daba vueltas a lo que hoy, fecha inicial del tiempo cuaresmal, escribiría en este nuestro rincón común. Pero ha sido esta misma mañana, leyendo el blog de mi amigo Migue y tras revivir a través de su fantástica y desconocida prosa uno de esos instantes mágicos que nos lega la Semana Santa, cuando he tomado la decisión de hablaros acerca de cómo veo el camino que nos lleva desde estas horas a aquellas otras tan distintas.
El de hoy es el día de los recuerdos imborrables de esos Miércoles de Ceniza nerviosos de nuestros años de colegio e instituto; años en los que el Domingo de Ramos, en este punto y hora, nos parecía mucho más cercano de lo que aún está. Y es verdaderamente hermoso que no esté tan cerca, porque de este modo y no de otro, podremos y sabremos disfrutar de cada uno de los pequeños detalles que conforman este trayecto hacia los gozos de cada primavera.
Podremos y sabremos disfrutar de ese cosquilleo mirando el calendario, contando los Domingos que faltan, hacedlo, ¿habéis visto qué poquitos parecen?; podremos y sabremos disfrutar de esa primera torrija que sabe tan distinta a la que nos deja nuestra madre para cuando volvemos de ver cofradías; podremos y sabremos disfrutar de esas atardecidas, cada vez más largas, más luminosas y más tibias y que nos parecen, año tras año, el más bello pregón posible de la Semana Santa . Pese a todo, nos resultará paradójico como a pesar de lo que estamos disfrutando, sólo querremos que el tiempo pase, raudo y veloz, hacía una fecha única y marcada.
Llegarán los pasos a las iglesias; llegarán ese Viernes y ese Sábado de ritos anuales e ineludibles, para sentirnos plenamente felices y predispuestos; y por fin, amanecerá el más hermoso día que Dios nos pudo regalar.
En él nos desbordarán tantas emociones vividas, tantos momentos ..., pero llegarán las horas finales y será entonces cuando, como bien dices Migue, querremos detener el tiempo en esa última vuelta del Herodes en la oscuridad de San Juan de la Palma. Hasta entonces no nos habremos dado cuenta, pero en aquel instante sabremos que, cuando llegue el paso de palio y como si fuera un sueño pase ante nosotros, revire para dar cara al pueblo y entre en su templo, habrán concluido de nuevo los días en los que más gozamos de nuestra existencia. Queda mucha Semana Santa sí, pero si lo vivido hasta ese punto no es distinto, ¿por qué nos queda ese vacío en el alma cuando entra la Amargura?
21 febrero 2007
15 febrero 2007
Sobre Montoto y una esquina sevillana
Además de por los libros de José María de Mena, un autor que ha aficionado a leer sobre Sevilla a un gran número de gente, seguro que muchos de vosotros comenzasteis como yo a curiosear sobre estos temas, a través de las obras imprescindibles de don Santiago Montoto, el llamado patriarca de las letras sevillanas.
Don Santiago publicó muchos libros sobre Sevilla, algunos directamente como tales y otros recopilatorios, de artículos y opiniones en prensa, llevados a cabo por sus muchos discípulos. El que nos ocupa pertenece a este segundo tipo y es un ejemplar gastado, por el mucho uso que le di durante algún tiempo, que permanece en la biblioteca de mi casa bajo el título muy sugerente de "Esquinas y Conventos de Sevilla".
Hace unos días lo rescaté y, echando un vistazo al índice, llamó mi atención la primera de las esquinas (algunas no son ni siquiera tales) a la que se refiere el escritor nacido en la calle Levíes. Ésta no es otra que la de la Cabeza del Rey Don Pedro.
Se trata de un lugar que desde pequeño llamó mucho mi atención. Me resultaba atractivo conocer que aquella famosa leyenda de La Vieja del Candilejo se había supuestamente desarrollado tan cercana al balcón de mi propia casa, que asoma a la calle Almirante Hoyos, aquella que desemboca frente a la cabeza del rey, para unos Cruel, para otros Justiciero.
Mi curiosidad infantil hacía que imaginara aquella escena, e incluso intentaba averiguar qué lugar ocuparía en la encrucijada aquella casa a la que se asomó una señora con un candil en la mano, dejándolo caer asustada al contemplar como uno de los dos combatientes caía herido de muerte en la madrugada.
Don Santiago publicó muchos libros sobre Sevilla, algunos directamente como tales y otros recopilatorios, de artículos y opiniones en prensa, llevados a cabo por sus muchos discípulos. El que nos ocupa pertenece a este segundo tipo y es un ejemplar gastado, por el mucho uso que le di durante algún tiempo, que permanece en la biblioteca de mi casa bajo el título muy sugerente de "Esquinas y Conventos de Sevilla".
Hace unos días lo rescaté y, echando un vistazo al índice, llamó mi atención la primera de las esquinas (algunas no son ni siquiera tales) a la que se refiere el escritor nacido en la calle Levíes. Ésta no es otra que la de la Cabeza del Rey Don Pedro.
Se trata de un lugar que desde pequeño llamó mucho mi atención. Me resultaba atractivo conocer que aquella famosa leyenda de La Vieja del Candilejo se había supuestamente desarrollado tan cercana al balcón de mi propia casa, que asoma a la calle Almirante Hoyos, aquella que desemboca frente a la cabeza del rey, para unos Cruel, para otros Justiciero.
Mi curiosidad infantil hacía que imaginara aquella escena, e incluso intentaba averiguar qué lugar ocuparía en la encrucijada aquella casa a la que se asomó una señora con un candil en la mano, dejándolo caer asustada al contemplar como uno de los dos combatientes caía herido de muerte en la madrugada.
08 febrero 2007
Un trozo imprescindible de Viernes Santo
Decir que la celebración del Viernes Santo tiene una importancia fundamental para todo cristiano me parece una obviedad, pero nunca es mal asunto recordar este tipo de cosas. Sin embargo, decir que en nuestra ciudad es una de las jornadas procesionales más completas en todos los aspectos, quizás sorprenda a muchos sevillanos, e incluso a otros tantos "nuevos cofrades" faltos de cierta sensibilidad.
Para aquellos que vuestro amor y respeto por nuestras tradiciones más íntimas os permiten apreciar esos pequeños detalles, no será un descubrimiento que os hable de esa luz peculiar de la tarde del Viernes Santo. No sé si habéis acertado a comprobar como las cinco de la tarde de este día, cuando el barco romántico de la Carretería avanza majestuoso por el entorno de la Plaza Nueva, no tienen absolutamente nada que ver en su luz con las del ilusionante Domingo de Ramos, o con las del aún más cercano Jueves Santo. Hasta ese aspecto, para muchos intrascendente e inapreciable, es partícipe de la fina elegancia de este día que parece hecho a medida de sus maravillosas siete hermandades.
El Viernes Santo, por esa luz descrita, por su público tan distinto al del resto de la semana, por sus cofradías..., tiene para quien os habla un encanto exclusivo. Debo confesaros que no es ajeno a ello una hermandad, la de las Tres Caídas de San Isidoro, casi tan mía como las propias, e incluso alguna vez he confesado que hasta un poquito más.
Sus dos imágenes forman parte de mis recuerdos infantiles, cuando acudía cada Domingo a Misa a la sede provisional de la Parroquia en sus años de cierre, a causa de las obras. Reabierta la misma, el paso de palio de la Virgen de Loreto constituía en mis inquietas tardes cuaresmales ese monumento a la ilusión que cada cofrade ve crecer, casi mágicamente, muy cerca de su casa; quién me iba a decir a mí, por aquellos entonces, que un buen día y gracias al inolvidable privilegio brindado por un excelente prioste y mejor amigo, iba a poder disfrutar con mis propios ojos de la ceremonia íntima y hermosísima de la subida de la Virgen de Loreto a su paso...
Muchos han sido los buenos ratos vividos en su casa, muchas las buenas gentes conocidas en ella; pero por encima de todo, mi cercanía física y sentimental con esta hermandad me ha servido para valorarla como tal, tanto por su activa labor y vida diaria como por su presencia en nuestras calles, tras tres años más imprescindible que nunca, llenando de sabor añejo e infinito buen gusto ese aire personal y envolvente de una de las tardes más bellas de la Semana Santa.
Para aquellos que vuestro amor y respeto por nuestras tradiciones más íntimas os permiten apreciar esos pequeños detalles, no será un descubrimiento que os hable de esa luz peculiar de la tarde del Viernes Santo. No sé si habéis acertado a comprobar como las cinco de la tarde de este día, cuando el barco romántico de la Carretería avanza majestuoso por el entorno de la Plaza Nueva, no tienen absolutamente nada que ver en su luz con las del ilusionante Domingo de Ramos, o con las del aún más cercano Jueves Santo. Hasta ese aspecto, para muchos intrascendente e inapreciable, es partícipe de la fina elegancia de este día que parece hecho a medida de sus maravillosas siete hermandades.
El Viernes Santo, por esa luz descrita, por su público tan distinto al del resto de la semana, por sus cofradías..., tiene para quien os habla un encanto exclusivo. Debo confesaros que no es ajeno a ello una hermandad, la de las Tres Caídas de San Isidoro, casi tan mía como las propias, e incluso alguna vez he confesado que hasta un poquito más.
Sus dos imágenes forman parte de mis recuerdos infantiles, cuando acudía cada Domingo a Misa a la sede provisional de la Parroquia en sus años de cierre, a causa de las obras. Reabierta la misma, el paso de palio de la Virgen de Loreto constituía en mis inquietas tardes cuaresmales ese monumento a la ilusión que cada cofrade ve crecer, casi mágicamente, muy cerca de su casa; quién me iba a decir a mí, por aquellos entonces, que un buen día y gracias al inolvidable privilegio brindado por un excelente prioste y mejor amigo, iba a poder disfrutar con mis propios ojos de la ceremonia íntima y hermosísima de la subida de la Virgen de Loreto a su paso...
Muchos han sido los buenos ratos vividos en su casa, muchas las buenas gentes conocidas en ella; pero por encima de todo, mi cercanía física y sentimental con esta hermandad me ha servido para valorarla como tal, tanto por su activa labor y vida diaria como por su presencia en nuestras calles, tras tres años más imprescindible que nunca, llenando de sabor añejo e infinito buen gusto ese aire personal y envolvente de una de las tardes más bellas de la Semana Santa.
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