18 marzo 2011

Yo estaba allí...

Era invierno en Madrid, pero parecía primavera en Sevilla; era Carabanchel, pero parecía Jerez o El Puerto; era Morante de la Puebla, pero parecía Currito de la Cruz...

09 marzo 2011

La esencia perdida


Ultimo en estos días la lectura de un libro para capillitas excepcional: Las Cofradías de Sevilla en la II República (Abec editores), de Juan Pedro Recio. La falta de tiempo y de la calma necesaria no me han permitido devorarlo con la prontitud que acostumbro en esos casos en que lo que tengo entre manos me apasiona sobremanera, pero quizá estas circunstancias han hecho que lo paladee más aún. Desde que la mañana de Reyes apareció, cariñosamente envuelto, sobre la mesa del salón, hasta la tarde de mitad de febrero en que redacto este artículo, he sentido, en no pocas ocasiones, la sensación de que me reencontraba con el disfrute y el aprendizaje sobre ciertos aspectos de la fiesta amada. Hasta aquí nada extraño, dirá alguno, pero es que la descrita, les confieso que era una sensación tristemente perdida desde hace largo tiempo.
Desde muy niño sentí una enorme inquietud hacia todo aquello que rodeaba a nuestras hermandades y cofradías. Las primeras lecciones llegaron de la mano de mis padres y de mi abuela Amalia, si bien en cuanto tuve ocasión –y siempre en la medida de mis infantiles posibilidades, claro está- me fui acercando a todo tipo de publicaciones de diverso carácter. Me convertí a la par en un ferviente oyente de programas de radio cofradieros: el viejo Saeta, de Cope, este año felizmente recuperado; el inconfundible Cruz de Guía, de Radio Sevilla, al que posteriormente estaría un largo tiempo vinculado, primero como participante de su concurso para grupos jóvenes y más tarde como contertulio habitual; El Llamador, de Canal Sur, por aquellos años un magnífico programa de cofradías, ejemplo de radio joven y fresca, personal, pero siempre respetuosa, la antítesis de aquello que es ahora... Junto a estos, otros que pasaron a la historia: programas vespertinos como el Siempre es Víspera, de Antena Médica, mantenido de forma admirable de lunes a viernes durante todo el año; aquellos de la incipiente Onda Cero, o de la desaparecida Radio Voz... Cercana la Cuaresma, el retorno de estas emisiones; de las páginas especiales en los periódicos; de publicaciones diversas que, como hoy pero en menor medida, veían la luz en aquellos días suponían el mejor heraldo anunciador de las tardes templadas de luz más duradera; de las noches de ensayo y montaje de pasos; de los nervios en el estómago, cercana la semana grande...
Poco tiempo después, en plena adolescencia, conocí cómo se vive este tiempo en el seno de una hermandad. Colaboré entonces, durante algunos años, en la puesta a punto de la cofradía. Aprendí, disfruté enormemente, pero siempre extrañé en cierto modo aquellas sensaciones de la niñez. A la par, mi universo cofrade se transformaba. Llegaba Internet, aportando lo bueno y lo menos bueno. Aquello que tanto disfrutaba en el pasado parecía malearse y, lo que es peor, eternizarse hasta perder su encanto. Comprendí entonces que solo es posible reverdecer viejas glorias en algunos rincones, muchos menos que ayer, en los que se halla la Semana Santa con mayúsculas. A veces, un rayo de esperanza, como esta bien documentada, seria y apasionante publicación de Juan Pedro Recio, nos devuelve la ilusión de que algún día, aunque sea solo en parte, el dulce tiempo de la espera recuperará esa esencia perdida.