
Estoy totalmente de acuerdo con el maestro Burgos en su reflexión, sensible y a la vez profunda, como todas las suyas, sobre el Otoño sevillano. Don Antonio señala que la que ahora recibimos es la verdadera estación de Sevilla, el tiempo en que nuestra ciudad se muestra como es. Lejos de una primavera que, aún amada por todos, no deja de reflejarnos como algo bien distinto a lo que supone el día a día de esta gran urbe hermosamente provinciana; la caída de las hojas nos hace reencontrarnos con la Sevilla de siempre.
En una ciudad donde todo llega de forma sorpresiva, el Otoño también lo hace de esta guisa, a través de una de esas tardes oscuras, como ésta en la que escribo, o quizás de una mañana de sábado, metida en agua que parece bañar de color antiguo cada calle de los viejos barrios sevillanos. Ver llover sobre la Sevilla que se asoma a una nueva estación es como ver hacerlo sobre nuestra memoria, siempre presente, guardiana de los recuerdos infantiles y de aquellos que eternamente se repiten, año tras año.
El Otoño de nuestra niñez eran tardes de compra del material escolar en la desaparecida papelería de Antonio, en la calle Alfalfa y mañanas de descubrimiento paulatino de una nueva vida cotidiana que, aún siendo prácticamente simétrica a la del curso anterior, no dejaba de llamarnos la atención.
Siempre pensé que en Otoño Sevilla se nos vuelve más nuestra, más llena de secretos encantos, tan sólo conocidos por nosotros; tales como el reencuentro con las naves desiertas de la Catedral, en las primeras horas de una mañana que, inesperadamente, ha amanecido mucho más fría que la anterior. De música de fondo los latines de los canónigos que cantan en el Coro y allá fuera Sevilla, aunque no lo parezca desde este punto, inmersa en el ajetreo de una nueva jornada laboral.
El Otoño llega pegando coletazos de calor del membrillo, pero pronto trae lluvias y fríos nuevos que propician estampas y colores antiguos. Trae cofradías de gloria de infinito sabor sevillano, para recordar a muchos que no es necesario echar a la calle pasos impropios de este tiempo, mientras la Virgen del Rosario siga cantando nanas a su Niño dormido por San Gil, Todos los Santos desciendan a la calle Feria, o la Virgen del Amparo se enseñoree por noviembre del corazón de la ciudad más señorial.
El Otoño es olor a tierra mojada, humo de castañas sobrevolando una tarde de compras por el centro, anochecida temprana, primer escalofrío, vuelta a las noches de tapeo por el Arenal, Mateos Gago, Santa Catalina o San Lorenzo...
Así pues, disfrutad o aguantad (según gustos) estas últimas calores del estío, porque apenas pasen unas semanas vamos a asomarnos al inmenso retablo del Otoño de Sevilla, fiel reflejo de lo que fuimos, somos e, indudablemente, seguiremos siendo por siempre.