08 septiembre 2010

Carta abierta a una ciudad de ensueño


Han pasado ya unos años, pero no he olvidado el color de esa tarde templada de finales de septiembre en que te conocí. Salimos de Sevilla bien temprano, atravesamos en coche la Ruta de la Plata –paradas cerca de Mérida para desayunar, en Plasencia, en Candelario, en un hermoso mirador que sirvió de merendero a la hora del almuerzo- y llegamos a un hotel de tus afueras, tan cercanas a tu ser. Recuerdo la luz exacta en la que se enmarcaba, mientras atravesaba un puente camino de tu casco antiguo, el espectáculo grandioso de tu Catedral, recortando su imponente silueta en la atardecida... En menos de 24 horas conocí algo de ti, lo justo. El hecho de conocer también tu noche limitó que pudiera disfrutarte mucho más; pero cómo es tu noche, qué distinta a otras noches de otros muchos lugares...
Te abandoné soñoliento, casi rebelado por tener que hacerlo, camino de Ávila, la otra ciudad cuya visita teníamos programada en aquella escapada relámpago de fin de semana preotoñal. Aquella extraña nostalgia de lo recién vivido y conocido me hacía sentir la certeza de que habría de regresar a buscarte no muy tarde.
Pasaron casi siete años y con la mejor de las compañías posibles volví a ti. Nos reencontramos un mediodía, también extraordinariamente templado, de mediados de agosto. Nada más llegar supe que aquella vez lograría introducirme en tu alma. Habíamos buscado un hotel en la plenitud de tu corazón, pero a su vez ajeno a tu bullicio. Habíamos buscado la forma de conocerte gastronómicamente, socialmente. Habíamos planeado caminar sin rumbo fijo entre tus muros dorados por el paso del tiempo, visitar tus palacios y conventos, descansar en tus plazas y tus jardines, asombrarnos con tus iglesias y tus catedrales, reverdecer la historia en tus universidades... Y así fue. Érase una tarde de verano, tan cercana aún, y allí seguías tú, tan encantadoramente provinciana bajo las sombras de las altas torres de la Clerecía y la Catedral Nueva. Allí seguías, a las orillas calmas de ese Tormes donde Lázaro se hizo inmortal. Allí seguías, tan recóndita y tan vulnerable, tan turística y tan íntimamente castellana, tan propicia para perderse en el trazado sinuoso de tus viejas calles. Te paseamos en una tarde que podría haber sido perfilada en un sueño, y en tu Plaza Mayor -¡cuánta belleza!-, con el sonido de tus tunas universitarias como banda sonora, vimos morir la luz de un día esperado y, por tan perfecto, inesperado al mismo tiempo.
Seguimos recorriéndote incansables durante una nueva jornada completa, y en la mañana en que teníamos que abandonarte, quisimos retener en nuestra memoria la visión hermosísima de tus tejados desde aquella ventana del hotel; la de los arcos y balcones en perfecta armonía de tu rincón más universal; la de tu Plaza de Anaya, donde como en nuestra Plaza del Triunfo cabe cuestionarse cómo pudo darse cita tanta belleza en tan corto espacio terrenal... Ahora que por fin conocíamos tus entrañas, quisimos retenerte, sí, pero fuiste tú quien de nuevo lo hiciste, llenando de nostalgia nuestro viaje en tren hacia un Madrid, no por querido, menos bullicioso e impersonal frente a ti. Por eso, definitivamente, he comprobado que no se puede escapar a tus encantos, que quien te pisa y te disfruta con gozo siempre sentirá lo que Cervantes dejó escrito en El licenciado Vidriera: “Salamanca que enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado”.
No tengas dudas, si Dios me da salud volveremos a vernos. Mientras tanto, querida amiga, no me olvides. A ti y a tus atardeceres de ensueño ya sabes que es imposible hacerlo.

6 comentarios:

Romani dijo...

Amén, Pregonero, amén.
Preciosa y emocionante entrada. Inolvidable Salamanca siempre...

Unknown dijo...

Preciosa ciudad, siempre que puedo hago una escapadita, si no me atrapa por el camino Hervás, también muy recomendable.

Saludos.

No cogé ventaja, ¡miarma! dijo...

Es muy raro el verano que no recalo por sus calles.
Hace muchos años mi veraneo es en Hervás y por lo tanto toda la zona la tengo bien trillada.
Tan encantadora tu entrada como la preciosa Salamanca.
Un abrazo

La gata Roma dijo...

Es curioso lo que me pasa con esta ciudad… Incluso durante mucho tiempo he llevado un botón Charro como anillo, ahora tengo que llevarlo a una joyería para que lo reparen… Lo curioso es que no he pisado esta ciudad, y lo peor no es eso. Es que cada vez que he intentado ir, cada vez que se ha planeado el viaje, algo ha salido mal, se ha gafado, y me he quedado sin pisarla…
Hace muy pocos días, volviendo por esa ruta de la Plata que comentas, la ví recortada en un atardecer de esos que cuentas … Teníamos que volver a Sevilla, no había parada posible… y me dio pena pensar que el gafe no se va, y me dio un pellizco ese atardecer que tú si pudiste disfrutar… pero algún día será, espero que si.
Kisses

Antonio dijo...

Y si hay tiempo para tranquilarmente entrar en la provincia por la Peña de Francia y La Alberca... dejando atrás la mágica Hurdes....

Salamanca creo, que vivirla de joven marca mucho, dicen...

saludos, feliz otoño (sin duda la mejor época para esta nuestra ciudad)

Antonio

porveni dijo...

Muy bonito, aunque he ido un par de veces espero volver a una de las ciudades más bellas de España, por ella no pasa el tiempo.