Compruebo en vuestros blogs que no soy el único que en estos días no tiene tiempo ni ganas de escribir, pero el cariño con que honráis este rincón hace que al menos os deje mis últimas impresiones, antes de que amanezca el Domingo más hermoso de la primavera.
Todo parece comenzar y empezar a acabar en la mañana dorada y expectante de la mudá de la Amargura. Plaza repleta, botellines fresquitos, vieja parihuela, canasto cubierto de maderas y figuras enfundadas en sábanas. Son las primeras sensaciones, la primera vez que sentimos ganas de detener el tiempo en un Domingo en que Valle y Estrella, cita con la belleza, tienden sus manos para que las besemos.
Todo continua cuando acaba el pregón, alturas del teatro de la Maestranza, ovación cerrada a un hombre con hechuras de estar tocando el cielo, repeluco recorriendo los cuerpos de un grupo de amigos impecablemente vestidos. Todo se sucede, hay otras risas, más bromas que nunca, más alegría durante el almuerzo compartido, durante la tarde hermosa y tibia en que recorremos la ciudad y sus templos.
Llega la semana previa, se pasará volando entre tertulias, nervios, incertidumbres meteorológicas, traslados y preparativos anualmente repetidos. Se cumplen los ritos, pero uno sobre todos. No se lo pierdan, está en la Basílica, en su palio y sin candelería...
Pd: a todos mis lectores la mejor Semana Santa de sus vidas (esa que siempre está por llegar). Cuando la nostalgia nos invada, espero no dejar de contar con vuestra compañía para juntos seguir soñando y pregonando Sevilla.
28 marzo 2007
15 marzo 2007
De azul y plata
No sé por qué cada noche víspera de Domingo de Ramos, cuando entro en San Julián por la puerta de la casa de hermandad y me reencuentro con el paso personalísimo del crucificado de la Buena Muerte con la Magdalena a sus pies, siento ese cosquilleo en el estómago. No sé por qué ese instante, en que el ajetreo desbordado de los preparativos florales llena de vida el templo, es para mí quizás el más feliz del año, aquel en que se toca con las manos lo soñado, pero a la vez aún no se vive como para poder sentir la nostalgia primera de perderlo.
No sé por qué desde muy niño aquellos nazarenos azules despiertan en mí sentimientos muy especiales. Quizá sea el colorido de la cofradía, quizás esa composición perfecta del Señor en la Cruz contemplado por una mujer guapa y rota de dolor, quizá los sonidos eternos de Arahal, quizá la belleza castiza de la Virgen de la Hiniesta... No lo sé, pero me sigue llamando la atención que siempre sentí como mía propia esta hermandad de la que hasta hace poco apenas conocía algún hermano, que no se vincula al corte de las que siempre frecuenté, que no está especialmente cercana a mi casa...
Puede que el encanto de la Hiniesta radique en su sevillanía. La Hiniesta de salida por el Pumarejo, por la calle Feria o enmarcada entre las columnas de la Alameda es Domingo de Ramos en estado puro. Su paso de Cristo de regreso por Doña María Coronel, acariciado por el azahar de los naranjos y por la primera brisa de la noche primaveral, es estampa usual de la Semana Santa de nuestros días y cita ineludible para buenos cofrades en las postrimerías de la jornada de los sueños cumplidos.
Sí, hay mucha Sevilla en esta cofradía, como la hay en su barrio de espadañas y huertos conventuales, de cal en las fachadas, de casas derruidas, de modernos bloques de pisos viveros de sus niños nazarenos, de tabernas y pequeños talleres artesanos.
Nunca he sido hermano y quizá nunca lo seré porque no se rompa esa magia que siempre tuvimos entre nosotros. La Hiniesta es para mí ese amor imposible que disfrutas sólo con mirarlo, esa debilidad de todos conocida y muchos compartida, esa imagen grabada de un día o de una fecha concreta, ese símbolo de lo anhelado durante todo un año...
La Hiniesta es como un novillero que allá donde toree, por muy lejos que esté, se anuncia como "de Sevilla" y a Sevilla siempre regresa. Cuentan las crónicas que tiene una costumbre de siglos; cada Domingo de Ramos vuelve a debutar hecho Semana Santa, en la Puerta de Córdoba y vistiendo un traje azul y plata. Mientras siga teniendo salud jamás faltaré entre su público.
No sé por qué desde muy niño aquellos nazarenos azules despiertan en mí sentimientos muy especiales. Quizá sea el colorido de la cofradía, quizás esa composición perfecta del Señor en la Cruz contemplado por una mujer guapa y rota de dolor, quizá los sonidos eternos de Arahal, quizá la belleza castiza de la Virgen de la Hiniesta... No lo sé, pero me sigue llamando la atención que siempre sentí como mía propia esta hermandad de la que hasta hace poco apenas conocía algún hermano, que no se vincula al corte de las que siempre frecuenté, que no está especialmente cercana a mi casa...
Puede que el encanto de la Hiniesta radique en su sevillanía. La Hiniesta de salida por el Pumarejo, por la calle Feria o enmarcada entre las columnas de la Alameda es Domingo de Ramos en estado puro. Su paso de Cristo de regreso por Doña María Coronel, acariciado por el azahar de los naranjos y por la primera brisa de la noche primaveral, es estampa usual de la Semana Santa de nuestros días y cita ineludible para buenos cofrades en las postrimerías de la jornada de los sueños cumplidos.
Sí, hay mucha Sevilla en esta cofradía, como la hay en su barrio de espadañas y huertos conventuales, de cal en las fachadas, de casas derruidas, de modernos bloques de pisos viveros de sus niños nazarenos, de tabernas y pequeños talleres artesanos.
Nunca he sido hermano y quizá nunca lo seré porque no se rompa esa magia que siempre tuvimos entre nosotros. La Hiniesta es para mí ese amor imposible que disfrutas sólo con mirarlo, esa debilidad de todos conocida y muchos compartida, esa imagen grabada de un día o de una fecha concreta, ese símbolo de lo anhelado durante todo un año...
La Hiniesta es como un novillero que allá donde toree, por muy lejos que esté, se anuncia como "de Sevilla" y a Sevilla siempre regresa. Cuentan las crónicas que tiene una costumbre de siglos; cada Domingo de Ramos vuelve a debutar hecho Semana Santa, en la Puerta de Córdoba y vistiendo un traje azul y plata. Mientras siga teniendo salud jamás faltaré entre su público.
07 marzo 2007
La Dolorosa que enamoró a un Rey
¿Qué importa dónde esté? A buen seguro que su lugar no es una capilla revestida por oscuros ladrillos y enclavada en un barrio tan poco sevillano como impersonal (que nadie se me enfade). Pero, eso qué más da... La Victoria es infinitamente hermosa porque así la hizo Dios, o Juan de Mesa, atribución fundada en que tanta belleza no pudo estar al alcance de cualquiera. Qué más da quién la hizo...
Amargura, Valle, Estrella, Esperanza Macarena y entre ellas, en mis predilecciones, siempre la dulce Victoria de las Cigarreras. Victoria Cigarrera llegando a la Campana en mi niñez, con la Banda de Tejera tras su paso; Victoria Cigarrera en aquella calurosa madrugada de 1992, regresando desde el Salvador a los Remedios y cruzando el Puente de San Telmo con el telón de fondo de la Velá de Santa Ana; Victoria Cigarrera de mis primeras Semanas Santas con los amigos, recorriendo Triana de salida, tocada por el sol inconfundible del Jueves reluciente...
A buen seguro no os descubro nada. Llevaréis muchos años viéndola llorar por Sevilla, en su regio y majestuoso paso de palio, ejemplo de buen gusto y de delicada y cuidada armonía. Faltan palabras en el mundo y en el vocabulario de servidor de ustedes para describir esa mirada suya de ojos bajos, vencidos pese a su incuestionable Victoria; faltan palabras para calificar con precisión en qué instante de la tarde del Jueves Santo se desborda su dolor sereno.
Faltan palabras para poder contaros lo que se siente bajo su paso, donde el destino me llevó a conocer la más auténtica Semana Santa, la del sudor y el compañerismo, hermanados en el esfuerzo por lograr culminar de manera exitosa el trabajo bien hecho. No sabría deciros con palabras qué se siente al mirarla, entre la cera consumida, cuando todo concluye; todo menos su llanto, liberado a cuenta gotas mientras pequeños sollozos parecen escapar de entre sus finos labios de niña sevillana.
Es difícil encontrar palabras para expresar todo lo que Ella encierra, quizá por eso nunca fue tan cantada como otras. Quizá por eso el mejor de los versos que se le podría escribir a la Virgen de la Victoria es el de contemplarla, contemplarla y dejar que te vaya enamorando, como enamoró a un Rey..., y a un costalero.
Amargura, Valle, Estrella, Esperanza Macarena y entre ellas, en mis predilecciones, siempre la dulce Victoria de las Cigarreras. Victoria Cigarrera llegando a la Campana en mi niñez, con la Banda de Tejera tras su paso; Victoria Cigarrera en aquella calurosa madrugada de 1992, regresando desde el Salvador a los Remedios y cruzando el Puente de San Telmo con el telón de fondo de la Velá de Santa Ana; Victoria Cigarrera de mis primeras Semanas Santas con los amigos, recorriendo Triana de salida, tocada por el sol inconfundible del Jueves reluciente...
A buen seguro no os descubro nada. Llevaréis muchos años viéndola llorar por Sevilla, en su regio y majestuoso paso de palio, ejemplo de buen gusto y de delicada y cuidada armonía. Faltan palabras en el mundo y en el vocabulario de servidor de ustedes para describir esa mirada suya de ojos bajos, vencidos pese a su incuestionable Victoria; faltan palabras para calificar con precisión en qué instante de la tarde del Jueves Santo se desborda su dolor sereno.
Faltan palabras para poder contaros lo que se siente bajo su paso, donde el destino me llevó a conocer la más auténtica Semana Santa, la del sudor y el compañerismo, hermanados en el esfuerzo por lograr culminar de manera exitosa el trabajo bien hecho. No sabría deciros con palabras qué se siente al mirarla, entre la cera consumida, cuando todo concluye; todo menos su llanto, liberado a cuenta gotas mientras pequeños sollozos parecen escapar de entre sus finos labios de niña sevillana.
Es difícil encontrar palabras para expresar todo lo que Ella encierra, quizá por eso nunca fue tan cantada como otras. Quizá por eso el mejor de los versos que se le podría escribir a la Virgen de la Victoria es el de contemplarla, contemplarla y dejar que te vaya enamorando, como enamoró a un Rey..., y a un costalero.
03 marzo 2007
Viernes de Marzo en el Cautivo
Este primer viernes de Marzo que vivimos ayer sigue teniendo un sabor muy especial. El tiempo parece detenerse entre tanta polémica y debate cuaresmal y regresar a lo que siempre fueron y serán estas horas.
Esta jornada, como estos viernes cuaresmales en general, es quizás uno de esos tesoros mantenidos por las viejas costumbres y usos sevillanos. Primer viernes de Marzo y sábado siguiente en los que visitar al Dulcísimo Nazareno de San Antonio Abad; primavera presentida en el atrio, incienso y lirios, pie adelantado... Primer viernes de Marzo en la Casa de Pilatos; atardecida tenue, galerías de un hermoso patio, faroles encendidos, apunte de cuaresmas lejanas camino de la Cruz del Campo... Primer viernes de Marzo en el Tiro de Línea, en San Lorenzo, en la Puerta de Carmona...
Los viernes de Cuaresma retornan a mi mente los recuerdos de las largas colas del besapiés de Jesús Cautivo; ya no son tan largas, pero allí sigue el Cautivo, atemporal, recibiendo el peso de la devoción de una ciudad. Recuerdo regresar del colegio o del instituto y ver aquellos auténticos regueros humanos por Descalzos, por la Pila del Pato... San Ildefonso se hace la plaza principal de un pueblo; ajetreo, vendedores de recuerdos, pedigüeños que animan un paisaje diariamente tranquilo y secreto; rincón de paz donde la belleza de lo desconocido se da cita en hermosas casas de patio, en las gemelas torres de aire colonial de la parroquia, en el torno de las yemas, en el balconcito siempre cerrado, clavado en las cales del convento, desde donde el alma de Rodríguez Buzón despide a Gracia y Esperanza cada noche de Domingo de Ramos, porque Caballerizas ya no es lo que era...
El Cautivo en su templo, junto a la Virgen de los Sastres y a esa dolorosa de Astorga tan parecida a la Presentación, sigue significando mucho para estos viernes cercanos a los días soñados. Él no sabe de Semana Santa, pero sabe mucho de la verdad de la Cuaresma y también de Sevilla.
Esta jornada, como estos viernes cuaresmales en general, es quizás uno de esos tesoros mantenidos por las viejas costumbres y usos sevillanos. Primer viernes de Marzo y sábado siguiente en los que visitar al Dulcísimo Nazareno de San Antonio Abad; primavera presentida en el atrio, incienso y lirios, pie adelantado... Primer viernes de Marzo en la Casa de Pilatos; atardecida tenue, galerías de un hermoso patio, faroles encendidos, apunte de cuaresmas lejanas camino de la Cruz del Campo... Primer viernes de Marzo en el Tiro de Línea, en San Lorenzo, en la Puerta de Carmona...
Los viernes de Cuaresma retornan a mi mente los recuerdos de las largas colas del besapiés de Jesús Cautivo; ya no son tan largas, pero allí sigue el Cautivo, atemporal, recibiendo el peso de la devoción de una ciudad. Recuerdo regresar del colegio o del instituto y ver aquellos auténticos regueros humanos por Descalzos, por la Pila del Pato... San Ildefonso se hace la plaza principal de un pueblo; ajetreo, vendedores de recuerdos, pedigüeños que animan un paisaje diariamente tranquilo y secreto; rincón de paz donde la belleza de lo desconocido se da cita en hermosas casas de patio, en las gemelas torres de aire colonial de la parroquia, en el torno de las yemas, en el balconcito siempre cerrado, clavado en las cales del convento, desde donde el alma de Rodríguez Buzón despide a Gracia y Esperanza cada noche de Domingo de Ramos, porque Caballerizas ya no es lo que era...
El Cautivo en su templo, junto a la Virgen de los Sastres y a esa dolorosa de Astorga tan parecida a la Presentación, sigue significando mucho para estos viernes cercanos a los días soñados. Él no sabe de Semana Santa, pero sabe mucho de la verdad de la Cuaresma y también de Sevilla.
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