05 octubre 2009

Qué mejor homenaje...


Hace unos cuantos meses recibí a través de Facebook la noticia de que se estaban recogiendo firmas para dedicar una calle a nuestro querido Antonio Garmendia. Ni que decir tiene que rápidamente me uní a la propuesta. Pocos días después cancelé mi participación en dicha red social, donde -dicho sea desde el respeto y el reconocimiento a la labor de los ideólogos de la iniciativa- mi presencia encajaba casi tan poco como aquella del maestro en Nueva York, de la mano de su amigo Carlos Herrera. Mi granito de arena estaba puesto.
Para los que amamos las cosas de Sevilla, Garmendia siempre ha sido un referente. No sólo por el hecho de que pronto le observamos como cronista y fedatario de aquellos asuntos de nuestro interés, sino por dar a conocer los mismos a través de un estilo único y personal, cargado de gracia e ironía, y barnizado de una fina elegancia que le hacen precursor de las formas que, en ciertos textos y circunstancias que se prestan a ello, utilizan hoy algunos de los mejores periodistas locales.
Aunque cualquiera que le viera pudiera pensar lo contrario, don Antonio era Sevilla pura. Su ciudad soñada se encerraba en aquellas misteriosas libretas que, acompañadas de bolígrafos multicolores, paseaba por las más clásicas tabernas del centro, de cuyo paisaje urbano llegó a convertirse en figura imprescindible. Ajeno a toda oficialidad, Garmendia fue un cofrade excepcional. Su peculiar forma de escribir de cofradías quedó ampliamente reflejada en las páginas de nuestro periódico, principalmente en las de los especiales de Semana Santa, con los que colaboró activamente hasta pocos días antes de su muerte, el miércoles de Feria de 2007.
Lo fácil, porque además es cierto, sería decir que Garmendia se merece una calle en la ciudad que amaba por su prolífica labor como escritor y colaborador de periódicos y revistas locales; e incluso por esa habilidad admirable que le hacía capaz de escribir romances lo mismo a un pavía que a su cofradía de Santa Cruz. Pero, más allá de todo esto, me uno a la reciente apreciación del también colaborador de Casco Antiguo Paco Correal: la calle de Garmendia es “una calle para quien calle era”. Pues eso, qué mejor homenaje...

Sirva este artículo, que hace sólo unos días vio la luz en las páginas de Casco Antiguo, como homenaje al amigo Lacava, alumno aventajado de esa escuela creada por don Antonio donde la gracia, la guasa y la elegancia se dan la mano, algo bien complicado. No tardes en volver, porque de que lo harás estoy seguro.

6 comentarios:

Moe de Triana dijo...

A veces me cuesta entender a aquellos que se erigen portavoces de personas que ya no están con nosotros para pedir cosas que ellos nuuuuuuuunca solicitarían para consigo.

Garmendia no solo merece una calle, merece mucho más, se merece que nunca le olvidemos, y que permanezca con Sevilla el recuerdo de su voz, sus dibujos, y su imagen paseando por la Alfalfa o el Arenal.

Ademas, para que le concedan la calle en el quinto pino casi mejor que nada...¿O acaso merece Rodríguez Buzón un callejón entre el Tiro y el Porvenir?


Un saludaso.

siempre de frente dijo...

grande el maestro garmendia,nos ha dejado un discipulo,don paco robles que bebio de su verbo y su gracia.acertado articulo compañero,te invito a que te pases por mi blog si lo tienes a bien,un saludo cordial

Anónimo dijo...

Quique me ha encantado esta entrada tuya. Enhorabuena.

Enrique Henares dijo...

Muchas gracias, y si me dices quien eres aún más te lo agradezco.

Saludos.

La gata Roma dijo...

Bueno, me invitaste a ese grupo, y hace poco he tenido noticias de que la petición circula por Sevilla, figura mi nombre, y como te diste de baja, el tuyo no… paradójico.
Una vez me hiciste una comparación con Garmendia que tengo guardada por si criticas lo que escribo, jajajaja
Tal vez es eso, la calle era él… Como dice Moe, vete tú a saber donde lo ponen… De hecho tengo un par de amigos, cuyos ilustres abuelos tienen una calle y ya te diré donde, por no herir sensibilidades, pero vamos, el entorno es poco artístico por decirlo de alguna manera…
Kisses para ti y Lacava

Diego Romero dijo...

Muchas gracias ante todo por la parte que me corresponde.
Y en cuanto al asunto ¿qué quieres que te diga, amigo? Que don Antonio no es que meresca una calle; sino que además la merece a su estilo: llena de buenas tabernas y mujeres gordas con bolsas del "cortingés" y niños dando por c...
Esperemos que por una vez, éste ayuntamiento de nuestras culpas acierte.

Recuerdo que me despedí de él intentando de imitarlo. Seguro que sin conseguirlo:

UNA DE MEMORIA

Cada vez que al romancero
acudo, cuando hace falta
darle a los ripios que escribo
una mijita de guasa,
me acuerdo de usted, Maestro;
de usted y de “to” sus castas:
dicho siempre con respeto
que si no; si no se aclara,
sabe usted que más de uno
echa al vuelo las campanas.
Y no tengo más remedio
que acordarme de su gracia,
porque es la que me gusta
de las muchas que recalan
en esta tierra bendita
debajo de una Giralda.
La gracia culta y serena,
la que a las gordas pelmazas
con niños impertinentes
alguna vez dedicaba;
la de Cipriano Telera;
la de una Pasión de Gracia;
y la de esa Facultad
de la Taberna del Traga.
Mucho he tardado, Maestro,
en dedicarle una entrada,
pero usted sabe de sobra
que no soy de esquelas falsas,
pero escribiendo el romance
de las Cruces Mayeadas
la proposición de enmienda
a mi conciencia asaltaba,
y ya me dije: de esta;
de esta si que ya no pasa.
Arriba del blog lo pone
a quien está dedicada
toda esta ristra de rimas
más o menos engarzadas,
y por lo tanto, Maestro
perdone usted la tardanza
pues los encantos de Híspalis
llevaba usted en sus entrañas.
Aunque para describirlo
lo mejor son sus palabras;
aquellas que muchos días
por las ondas, de mañana
me hacían parar el coche
para que no me multaran.

«Nací en Sevilla; mi apellido es vasco.
Vasca mi sangre, vasca mi figura.
Temo a la gente, la cordial me apura.
La palmada en la espalda me da asco.
La hembra me enerva; le doy bien al frasco.
Soy tímido a la vez que caradura.
De cuanto di, jamás pasé factura.
Cuando me pica la ilusión me arrasco.
Creo en Dios. Uso barba, como Cristo.
Como Judas también, como el demonio.
Me gusta el mundo y me horroriza el mundo.
Soy uno más. Me canso, luego existo.
Adoro a mi mujer, me llamo Antonio,
y me muero segundo tras segundo.»
Un abrazo, Maestro. Desde la gloria a La Gloria.