15 agosto 2012

Seis años después


Ha llegado la hora del adiós. Justamente hoy, el día en el que se cumplen seis años exactos de la publicación de la primera entrada, dedicada –no podía ser de otra forma- a la Reina de Reyes. Desde hace tiempo, tengo el convencimiento de que la vida de las personas se sustenta en ciclos y el mío como bloguero está más que cumplido.
Nació este personal altavoz con la exclusiva intención de refrescar mi por entonces aparcada afición a la escritura. Aires sevillanos, tan propios de mis textos ya en la infancia, lo envolvieron desde primera hora. Busqué y hallé en aquella primera etapa lo que quizá nunca debí dejar escapar: una fórmula para reflejar, sin grandes pretensiones y con la mayor brevedad posible, aquello que rondaba mi cabeza. Tiempos felices en la blogosfera –nada que ver con los actuales-, fueron llegando cada vez más amigos y desconocidos que, en varios casos, se sumarían a los anteriores fruto de varios encuentros personales. Poco a poco, sin razón aparente, aquellas breves reflexiones iniciales fueron tornándose en artículos de corte costumbrista, los que siempre soñé publicar. El por entonces Blog de Pregonero se convertía para mi asombro en una bitácora muy seguida. Jamás tuvo contador de visitas, pero muchas fueron las personas que me felicitaban por su contenido, no faltando entre estas algunas a las que admiro profundamente por su excelente labor periodística o escritora, profesional en definitiva. Hasta un alcalde de Sevilla, no muy de mi cuerda, me confesó leerme casi desde los orígenes...
Por todo esto, creció mi autoexigencia a la par que decreció la frecuencia de las actualizaciones. El blog, o quizá mi renovada ilusión por escribir, me habían abierto por vez primera las puertas de un medio de comunicación, al que dediqué casi por entera mi creatividad. Pese a todo, mi rincón cibernético se seguía sustentando de algún que otro fogonazo de inspiración y de artículos previamente publicados en el periódico o en alguna revista o boletín que, amablemente, requería mi colaboración. Muchos fieles, de manera estoica, continuaban ahí; pero serían el nombramiento de mi padre como pregonero y aquel artículo dictado por el corazón los que me devolvieron, efímeramente, a la primera línea bloguera. Tras aquello, vino la segunda gran etapa: un intento, jamás logrado, por regresar a los orígenes; una serie de pequeños cambios y mejoras, de ideas curiosas y de nuevas reflexiones, la mayoría de las veces ajenas a la hasta entonces habitual temática sevillana; e incluso algún que otro artículo en la línea de los de la etapa dorada, mucho mejor escrito que aquellos, gracias a la experiencia, la formación y la influencia siempre positiva de Ana, pero sin el eco que tuvieron los pioneros. Lógico. Por no faltar, no faltó ni un rebautizo, protagonizado por mi nombre y mi primer apellido. Todo fue en balde.
Harto de no tener tiempo ni ganas de satisfacer las peticiones de actualización que varias personas, increíblemente, me siguen haciendo; harto de no lograr sentarme a dar forma escrita a aquello que pienso o que disfruto; y consciente, en definitiva, como apuntaba en el inicio, de que mi etapa como bloguero está cumplida, hoy entornamos las puertas de este blog. Y digo “entornamos” porque queda en la red para que quien, casualidades del destino, se tope con él mientras navega pueda leer lo que en su día contamos y comentamos. Además, todos sus textos se guardan en mi ordenador, algunos con especial cariño y hasta cierta ilusión en que un día pudieran ser impresos en compañía de otros que fueron y serán. Tengan por seguro que seguiré escribiendo, quién sabe dónde y cuándo, pero lo haré. De momento, como mi torero en esta fotografía de Ernesto Naranjo, arrastrando el capote, me voy al burladero.

Gracias de corazón.