El niño que, en brazos de su abuelo, posa en esta fotografía de viejo sabor cofradiero ante el Nazareno de la calle Castilla, un día creció y se hizo su capataz.
Hoy lloran su marcha muchos buenos amigos suyos, entre ellos mi padre y varios que también lo son míos. Ellos le trataron con frecuencia y al menos en alguna ocasión trabajaron a sus órdenes. Yo apenas estreché su mano en un par de ocasiones, pero estas, unidas a varias coincidencias recientes a las plantas de nuestra Patrona, bastaron para darme cuenta de su bonhomía y extraordinario señorío.
Hasta siempre, Rafael, descansa en paz. Cuida de este mundillo que tanto amaste desde los altos cielos de Triana.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)