28 abril 2010

Apuntes maestrantes 2010 (y II)


El viernes me pegué el traguito de tener que escuchar por la radio –magníficas un año más las retransmisiones de Paquito García y Dávila- como El Juli le formaba sendos tacos a sus dos toros de El Ventorrillo, alcanzando su primera Puerta del Príncipe, por si a alguien le cabía aún la duda de que es el que manda en esto. Me hubiese cambiado por cualquiera de los que se empapaban en los tendidos. El domingo, tres cuartos de lo mismo con Manzanares. Para colmo, en esta ocasión andaba dando un paseo con Ana por la orilla del río, lo cual al menos nos permitió apresurar el paso y colarnos en la plaza para ver al alicantino dar la vuelta al ruedo con la oreja cortada al último de El Pilar.
Al día siguiente, gracias a mi compadre y a los amigos almerienses de la asociación Puerta Grande, con quienes espero compartir tarde de toros y merienda por agosto, en la Feria de la Virgen del Mar, sí que pude asistir a la mansada de Gavira. Quedaba feo que pasara la Feria sin acudir a una de las citas de uno de mis toreros. Mucha gente querida en el bar de Ventura –el alguacilillo- antes de entrar, la Maestranza llena a rebosar y el sol acariciando, sin llegar a castigar, los tendidos de la plaza más hermosa del mundo, pero ahí quedó la cosa. Lotes imposibles los de Morante y Luque, de los que hablaré más tarde, y algo más colaborador –con uno en noblote y otro en manso- el de Alejandro Talavante, que cumplió y de no haber fallado con los aceros habría cortado una oreja a cada toro.
El lunes vi la corrida pero por la tele, rodeado de parroquianos autóctonos del Gran Tino de la Alfalfa. Impresentable lo de Jandilla, como cabía esperar en el debut como matador de toros en Sevilla de Cayetano. Para colmo, sólo sirvió un toro, el primero, al que Aparicio –fíjense cómo sería el animalito- incluso le pegó un par de verónicas de buena factura y una media apaulada con mucho sabor. La mala suerte para Julito fue que Morante le replicó, dejándose desabrochar el chalequillo de un pitonazo a mitad del quite. Lo del quinto de la tarde, un sobrero de Javier Molina que sabía latín, fue como lo del año pasado con el toro cabrón de Juan Pedro; habrá quien lo quiera ver y quien no, pero supuso la reivindicación, una vez más, de que Morante de la Puebla es el torero artista con más valor y técnica que han conocido las generaciones actuales. Cayetanito pegó dos buenas estocadas a sus novilletes y se marchó tan impoluto como llegó a la plaza –tarde por cierto- con su traje blanco y plata, para qué vamos a hablar más...
Lo del martes, a priori uno de los carteles más rematados del abono, fue toda una delicia para los sentidos. Qué manera de torear la de El Juli al excelente cuarto de Torrealta, qué manera de arrastrar la muleta, de improvisar, de saber siempre lo que es más conveniente ante la cara del toro... ¿De verdad este torero es el mismo que me aburría año tras año en Sevilla y en El Puerto? Faena maciza, dos orejas inapelables. Yo no sé cómo sería lo del viernes, pero lo que yo vi cuatro días después difícilmente lograré olvidarlo. Y Manzanares... ¡qué pedazo de torero! Sólo recuerdo haber visto torear dos veces así de despacio y así de bonito: la primera a Morante en la pasada Feria de Málaga, cuando acudimos a verle reaparecer tras la cornada de El Puerto; la segunda el otro día al Manzana en su primer toro. La cosa no quedó ahí: en el quinto, que tenía toda la guasa del mundo, Josemari sacó la casta y el valor sin aspavientos para cuajar a un toro que parecía imposible. Con todos mis respetos y mis mejores deseos para ese buen torero que se recupera en México de un cornalón de caballo, esto y lo del día anterior también es jugársela sin contemplaciones y en mi opinión de una forma mucho más cercana a los principios básicos del toreo, los cuales nunca fueron parejos a la locura y el sufrimiento del espectador, más bien todo lo contrario. El pobre Luque anduvo por allí frente a los dos colosos. Tanto él como los que le encumbraron el pasado año –la empresa entre otros muchos- deberían tomarse las cosas con más calma. Las prisas, como habrá podido comprobar el chaval de Gerena, difícilmente traen buenos resultados.
El domingo, recién regresado de mi retiro granadino, cumplí con el rito de la siempre apasionante miurada, flojita de remos pero con un par de toros interesantes. Al bueno del Fundi lo vi más reservón que nunca, lo cual tiene su lógica con lo que pasó el pasado año. Tardó mucho en acoplarse con el cuarto, que ni por asomo parecía de Miura en su comportamiento. Finalmente lo hizo, logrando incluso muletazos limpios y de buena factura (cosa harto complicada de ver en esta anual cita). Pinchó, lo que le privó de cortar una merecida oreja. Lo mismo le ocurrió a Rafaelillo, que estuvo hecho un auténtico tío con el sexto, al que por poco ve irse al corral. Padilla, con el peor lote –sobrero del Conde de la Maza incluido- y con menos predisposición que otros años, quedó prácticamente inédito, excepción hecha del recibo de capa al segundo, en el que sorprendió con unas verónicas y una media muy estéticas.
Para terminar, y aunque no los vi, un apunte sobre tres toreros: Castella, Perera y El Cid. Del primero, pese a no ser una de mis grandes pasiones, me esperaba mucho más. Al toro de la Feria le cortó sólo una oreja, eso tratándose de una figura lo dice todo. Lo de Perera no me sorprende, era más que evidente –menos para la empresa y sus mentores- que no era el año para venir tres tardes. Algo parecido ocurre con El Cid, si bien, porque nos duele mucho más, cabe una reflexión más profunda: el torero no está, como no estuvo en todo el pasado año. Por su parte toca reconocerlo y aceptarlo de una vez por todas para buscar las soluciones pertinentes; por la nuestra respetarlo. Quien pita a El Cid en Sevilla es un impresentable. Que nadie olvide lo que nos dio este hombre, cuando quienes ahora nos vuelven locos ni estaban ni se les esperaba.

26 abril 2010

Apuntes maestrantes 2010 (I)


Como cada año, desde hace unos cuantos, me dispongo ante la blanca pantalla del ordenador a reflexionar sobre aquello que he tenido la oportunidad de ver –y no siempre de disfrutar- en mis tardes de toros en la Real Maestranza, que este año han sido hasta seis. Sigo soñando pues con el día en que logre abonarme, por mi propio bolsillo, a mi querida grada 4, ahora tras la reforma rebautizada como sol alto del 8. Ahí va una primera entrega.
Me estrené en la del sábado posterior a Resurrección, corrida seria y astifina de Pereda-La Dehesilla, que por su lejanía comienza a perdérseme en la memoria. Me gustaron contados apuntes de Miguel Ángel Delgado, que ojalá funcione algo más este año con sus nuevos apoderados, y fundamentalmente lo bien que lo hizo todo el albaceteño Miguel Tendero, que malogró con los aceros lo mucho interesante que mostró ante sus dos oponentes. Salvador Vega simplemente pasó por aquí, demostrando un año más lo que pudo ser y no fue.
Dos días después tuve la suerte de asistir a la corrida del Conde de la Maza, de las más interesantes de la Feria, con un Oliva Soto que tuvo al alcance de su mano la Puerta del Príncipe y tras ella un buen número de contratos que, ojalá me equivoque, se esfumaron tal y como pudieron llegar tras su fallo a espadas. Apuntó varios detalles en su primero, al que cortó una generosa oreja, la cual reafirmó con su actuación, llena de muletazos hondos, sobre todo por el pitón derecho, y bellísimos adornos ante el quinto, un toro extraordinario, pero que como buen condeso tuvo mucho que torear y más para un chaval con sólo dos corridas –ambas en Sevilla- a sus espaldas en sus casi dos años de alternativa. Torero, si se presenta otra como ésta, que ojalá, hay que matar después de estar hecho un tío. Al margen, Diego Urdiales dejó buena muestra de su oficio a lo largo de toda la tarde, principalmente ante el cuarto, y Antonio Nazaré, con el lote menos colaborador, quedó prácticamente inédito.
Dos días después me tragué al tostonazo de la de El Torreón, una tarde que no tuvo más emotividad que la de la presencia, digna de alabar y premiada por la plaza con una cerrada ovación antes de la salida del primero, de Antonio Barrera (de negro y oro), cuyo padre se encontraba por aquellas horas de cuerpo presente. El buen torero sevillano topó con un lote infumable, caso contrario al de Bolívar, al que se le fue con las orejas puestas el repetidor segundo, y de Salvador Cortés, un torero que por muchas vueltas que le doy no logro entender cómo ha podido abrir la puerta grande de Sevilla, por dos veces además, sin saber colocarse, cruzarse con los toros ni adelantar jamás la pierna contraria.

14 abril 2010

Mis momentos mágicos


-La cofradía de San Roque –en especial su Virgen de Gracia y Esperanza- recién salida, envuelta en el ambiente popular de las primeras horas de la tarde del Domingo de Ramos. Inolvidables los momentos vividos en la delantera del palio, disfrutando y alentando a través de los respiraderos la forma de andar de su cuadrilla, elegante pero con gracia, como corresponde a un paso de ese corte. Que tomen nota algunos. Las vías para los trenes.
-El regreso a casa de las Penas, a través de un recorrido inusual, en la accidentada noche del Lunes Santo. Tras tres años consecutivos viéndola desde fuera disfruté más que nunca de mi hermandad en la calle. Entre los naranjos de Cardenal Cisneros, caminando junto a la Virgen de los Dolores (tan ligada a mis recuerdos y mis devociones), volví a sentir, tras mucho tiempo sin hacerlo, ese pellizco que hace casi tres lustros me llevó a San Vicente. Para colmo, lo viví junto a mi hermano, con quien tan pocos pasos suelo ver a lo largo de la Semana pese a nuestra común afición por los mismos.
-Una vez más, el regreso por la antigua calle Oriente de la cofradía de San Benito. Sin duda no ha sido el año en que más he disfrutado del primero de sus pasos; pero allí, sin avisarnos previamente, volvimos a reencontrarnos numerosos amigos que sólo coincidimos durante la Semana Santa en esas últimas horas de la noche del Martes Santo y en ese punto exacto.
-El contraste entre mis dos cofradías favoritas del Miércoles Santo, jornada que disfruté más que otros años. San Bernardo a la ida, en esta ocasión –gracias a mi pereza por salir a buscarla, como siempre, en la bajada del puente- por la Alfalfa, con su crucificado abrazando el sol de la tarde meridiana de la Semana Santa. Horas más tarde, el Cristo de Burgos de regreso por su plaza, algo que pese a haberlo contemplado mil veces no me perdería salvo causa de fuerza mayor: silencio, recogimiento, las marchas fúnebres de siempre y una dolorosa que mientras más la miro más me cautiva.
-La Virgen de la Victoria de las Cigarreras, que me hizo vivir los instantes más inolvidables de esta Semana Santa tras cinco años bajo su palio. La busqué por donde más la disfruté como costalero: Miguel de Mañara, Contratación, San Gregorio... No soy propenso a exteriorizar este tipo de emociones, pero durante el largo rato en que la estuve contemplando se me humedecieron los ojos y un nudo en la garganta me impedía hablar y acercarme a saludar a mis capataces y mis compañeros. La mano que agarraba fuerte la mía lo sabe mejor que nadie...
-La cofradía de la Exaltación –vulgo los Caballos- con cuyo reencuentro soñé durante toda la Cuaresma. Aún más completa de lo que la recordaba en mis últimos Jueves Santos como espectador. Impresionante su popular misterio y con un paso palio –tristemente desconocido por muchos cofrades- cuya sevillanía atrapa y hace olvidar el reloj y los planes horarios.
-La Esperanza, saludada por el sol a su llegada al Espíritu Santo; sonriendo por segundos en alguno de sus mil perfiles; venciendo mi cansancio y mis malos humores del Viernes por la mañana; permitiéndome que la persiguiera por San Juan de la Palma, como un niño lo hace con su madre, hasta sentir la primera gran nostalgia, perdida la trasera de su palio en la embocadura de Feria...
-El Viernes Santo al completo, con permiso del Domingo y el Jueves, el día más hermoso de la Semana Santa. Desde la anochecida azul de la Carretería por Temprado, a la luz y el verdor de la Soledad por la Plaza Nueva; desde la Triana elegante y atemporal del Cachorro y la O, al espectáculo sobrecogedor de la cofradía de las Tres Caídas de San Isidoro regresando por Francos, con nazarenos que te miran misteriosos tras el antifaz e incluso reverencian ante el buen amigo que contempla el paso del cortejo; desde la Semana Santa más auténtica en el retorno de Montserrat por Castelar-Molviedro a los sones bellísimos de Margot, al transitar fantasmagórico de la Mortaja por la noche oscura de Doña María Coronel...
-El mejor final posible bajo el paso de la Piedad de los Servitas, que una vez más hizo superar todas mis dudas y volvió a hacerme sentir costalero. Me consta que no paso de peón cumplidor y no me disloca este mundo del costal hasta el punto en que lo hace con tantos buenos amigos, pero sé a ciencia cierta que recoger los relevos y hacerse la ropa, cada mediodía de Sábado Santo, en el patio del colegio de Santa Isabel rodeado de los mejores es un privilegio que tengo la suerte de vivir. Nunca me cansaré de agradecérselo a quienes me dieron esa oportunidad.