22 julio 2009

Carmen de San Gil


Por aquello de que sale un Domingo de julio: día de playa, toros en El Puerto o en su defecto de aire acondicionado en Villa Alfalfa, nunca la incluí entre esa colección de Vírgenes de Gloria con las que tengo una cita ineludible año tras año. Pese a todo, siempre que acudí a verla, me cautivó por su humilde belleza y sencillez.
Este año, la novedad de la ráfaga -que en mi opinión le resta personalidad- y "la autoridad" del barrio de la Feria (a la que cualquiera deja sin ver un paso de intramuros), me hicieron buscarla a la caída de la tarde. La encontré en una de esas revueltas macarenas cuyas calles nunca llegas a recordar como se llaman, y pude disfrutarla plenamente en Relator y en la anchura y el sabor a barrio del Pumarejo. Había sido larga la ausencia, pero sólo divisar a lo lejos la sevillanía y el sabor a viejas Madrugadas de su altos candelabros me hizo revivir glorias pasadas.
La tarde suele ser asfixiante, ya se sabe que de Virgen a Virgen las calores son más calores, pero si pueden no se la pierdan de aquí a que pase un año y vuelva recorrer su universo cercano. Pocas procesiones de Gloria más auténticas y atemporales que la suya podrán encontrar ya.

08 julio 2009

San Fermín 2001


Desde niño, por estos días, tengo una sana costumbre compartida con varios amigos y que a otros les cuesta asimilar. Aún sin tener por qué madrugar entresemana -no es el caso de este año ni de otros muchos- mi despertador suena bien temprano, sábado o domingo inclusive, para disfrutar de los encierros de San Fermín.
La retransmisión de Televisión Española -desde el pasado año me he pasado a la de Cuatro- me hizo familiarizarme durante toda una década, no sólo con los anuncios publicitarios navarros o sanfermineros, sino también con el conjunto de viejas calles de una ciudad norteña -Pamplona- que, aunque sólo fuese por servir de marco a esos encierros con los que, año tras año, arrancaba para mí la temporada veraniega, deseaba conocer.
A veces los sueños se cumplen. Pasada la Feria de 2001, un amigo y compañero en el grupo joven de las Penas nos sorprende diciendo que contamos con alojamiento gratuito para San Fermín en un piso de chicas estudiantes situado en la mejor zona de la ciudad, muy cerca de la Universidad de Navarra. Recién terminados los exámenes de primero de carrera, allá que nos fuimos el 6 de julio (día del chupinazo), con los sacos de dormir, lo justo de ropa en la mochila y un bocata para el tren a cuestas, en un Talgo camino de Zaragoza. Tras un breve paseo por la capital maña, llegamos a Pamplona, a bordo de otro tren lleno de cafres, en la anochecida del primer día de las fiestas. Apenas sobrepasamos las 48 horas allí (el dinero no daba para más), malcomimos y de dormir ni hablamos. Pero, casi sin esperarlo, tuvimos el honor de disfrutar del ambientillo que rodea al encierro y sus preliminares y de las tardes de charanga por el centro, mientras en la plaza se celebran las corridas de toros. La noche, todo sea dicho, se vivió también, pero no me resultó especialmente recomendable. Parecía increíble, pero estábamos formando parte de lo que tantos años llevábamos viendo por la tele, mañana tras mañana de primeros de julio.
Hace poco, por tuenti, vimos algunas fotos de aquellos días inolvidables. Casi irreconocibles, con menos kilos, más pelo y lo que es peor, con sólo veinte añitos, nuestras caras en la calle Estafeta con el pañuelico rojo al cuello reflejaban la felicidad de estar viviendo algo histórico. Es difícil volver, y más aún hacerlo en las condiciones -mucho más cómodas y pretenciosas- en que uno desearía hacerlo ahora. Nunca se sabe... Al menos, mis cinco amigos y yo, siempre podremos decir que estuvimos en Pamplona durante los Sanfermines de 2001.
Nota a posteriori: a Daniel Jimeno, que se dejó la vida en el encierro del 10 de julio de 2009, tras ser corneado en el cuello por el toro 'Capuchino', de Jandilla.

04 julio 2009

No soporto el verano


Desde que tuve uso de razón nunca fuimos muy amigos. Mis recuerdos veraniegos se vinculan a las clases particulares, el estudio matinal de las asignaturas pendientes y a las tardes largas y soporíferas, a Dios gracias, desde lejanos tiempos, refrescadas por uno de los mejores inventos del mundo: el aire acondicionado.
El Club Náutico, y alguna que otra noche de tapitas por zonas de Sevilla que durante el resto del año no frecuentaba, me hacían esperar con ilusión determinados días del tiempo del aburrimiento y "la caló". La Antilla, Rota, El Puerto, Cádiz o la Costa del Sol solían poner el contrapunto, nunca excesivos días, a aquellas jornadas tan distintas a las acostumbradas durante el curso. Hoy de la playa me gustan pocas cosas más que los paseos por la orilla del mar y los baños en la atardecida; los mediodías de sol sobre la arena constituyen para mí uno de los peores tormentos cotidianos y hace algún tiempo que los evito.
Actualmente los veranos me sirven para reflexionar, ordenar ideas y soñar buenos propósitos, que a veces cumplo y otras veces no. Ni que decir tiene que, más últimamente en que mis cursos contienen otras ocupaciones además de la carrera, también me sirven para estudiar; eso sí, espero que no por muchos más que éste y acaso el que viene. Las tardes ya no me aburren tanto como en los viejos tiempos: leo, escribo, navego por internet buscando alguna escapada taurina agosteña, organizo sobre organizado mis archivos -que es la forma que tengo de llamar a mis papeles, recortes, recuerdos y asuntos sevillanos y no sevillanos-, y casi a diario, a la caída de la noche, suelo salir con Ana a tomar algo, o simplemente a pasear. Al contrario que me ocurre en las tardes de Feria o en las mañanas tempranas de los domingos, la soledad de las calles los fines de semana veraniegos me deprime. Me choca ver esquinas, barrios, bares que en invierno son un hervidero humano tan vacíos.
En definitiva, no soporto el verano. Por mucho que me insistan sigo sin encontrarle ningún encanto a vivir chorreando en sudor o encerrado en un aire acondicionado. Menos mal que, cuando el sol se esconde, ella -recién salida del tirador añejo de cualquier "templo" de obligada visita- cura todos mis males.