22 octubre 2008

Salidas innecesarias


No cabe duda que voy para mayor. La siguiente opinión -que, dicho sea de paso, lanzo desde el respeto que me merece toda hermandad y la soberana decisión de su cabildo de hermanos- es fruto de la reflexión realizada en la tarde-noche del pasado sábado, mientras me afeitaba escuchando el derby madrileño en la radio.
Desde el mediodía, ya anduve al tanto de las noticias llegadas desde la iglesia de Santiago, de donde a primera hora de la mañana debía haber salido el Señor de la Redención camino de la Misericordia, el templo donde fue bendecido y desde el cual realizó su primera Estación de Penitencia. La lluvia frustraba una vez más una salida procesional (vaya añito cofrade-taurino), pero la junta de gobierno del Beso de Judas no se resistía a poner el paso (de la Sed) en la calle si la tarde abría. Así fue, aunque bastante más tarde de lo que tenía previsto haberlo hecho desde la Misericordia. Serían las nueve y media cuando, desde el cuarto de baño, escuché los tambores de la Agrupación Musical de la Hermandad. Fue entonces cuando, reflexionando, me pregunté a mí mismo cuál era la necesidad de sacar una procesión, sin tratarse ya de un traslado de vuelta a casa tras una misa conmemorativa.
No os imagináis, al menos quienes no me conocéis personalmente, lo "fatiga" de cofradías que he llegado a ser desde los 16-17 años hasta hace bien poco. He visto todas las procesiones de gloria imaginables, por lejanos que fueran sus barrios y en el extraño caso de que hubiese una salida de carácter extraordinario, allí estaba el primero para disfrutar de la misma. Mientras, quienes me enseñaron a amar nuestra Gran Fiesta, me recordaban que las cofradías salen en Semana Santa, hecho en el que radica gran parte de su encanto y que para matar el gusanillo hay durante una época del año buenos pasos de gloria de esos que gustan ver los sevillanos profundos, como el que sale el próximo Domingo de la Macarena. Ni que decir tiene que no comprendía como alguien que se autodenomina cofrade podía pensar así...
Ha pasado el tiempo y el abuso de pasos en la calle me ha hecho empezar a ver las cosas de ese modo. Lo respeto, pero no entiendo porque hay que sacar una imagen en procesión porque cumpla cincuenta años y mucho menos dos dolorosas por un simple hermanamiento.
Al salir de casa, un inmenso tapón se deshacía desde la plaza de Pilatos hasta la zona de la Alfalfa. Mientras, los bares del entorno se encontraban repletos de cofrades variopintos (recordemos que la de Santiago es la Hermandad de moda según algunos). No pude ver al Señor porque se había marchado Águilas arriba y, como siempre, iba con prisas; pero el caso -por eso os decía que me estoy haciendo viejo- es que tampoco me importó en demasía.
El Beso de Judas sale de verdad el Lunes Santo, cuando al afeitarme tengo de fondo el Llamador de Canal Sur en vez del fútbol; y porque sale ese día y no otro, siento los nervios en el estómago al escuchar que su paso de Cristo va ya por San Pedro y veo que, con mi habitual lentitud al arreglarme, no me va a dar tiempo de cogerlo pronto con idea de disfrutarlo un rato antes de la vuelta de Orfila, que es donde lo dejamos antes de buscar Santa Genoveva. Eso, amigos, sólo se siente si es Semana Santa.

04 octubre 2008

La otra maravilla


Ya sabéis que me encanta, en cuanto tengo ocasión, pegar una escapada de dos o tres días, cinco a lo sumo y descubrir en ellos nuevos lugares o regresar a aquellos por los que siento especial afinidad. Os hablaba este verano de El Puerto, mi espacio ideal para cargar las pilas; meditar, pasear por sus calles, recorrer sus tabernas y excelentes barras de tapas, pasar la noche en uno de sus encantadores hoteles... Pero ando descubriendo otro rincón de nuestra Andalucía que me está cautivando, a pasos agigantados, en cada una de mis, últimamente, muy frecuentes visitas: Granada.
Pese a tener mis orígenes en ella -mi abuelo paterno era nacido allí, en Maracena, que es casi un barrio de la capital- me llevé muchos años escuchando hablar de su belleza, hasta que a los 22 la pisé por vez primera. Fue un fin de semana algo lluvioso y en el que -no podía ser de otra forma- descubrí la Granada prototípica: Alhambra, Catedral, Capilla Real, plaza de las Flores... Me marché de allí consciente de la belleza del lugar, pero totalmente ajeno al verdadero encanto de esta ciudad de ensueño.
Una tarde de junio, tras una parada en ella para almorzar a deshoras, comencé a sentir verdadera atracción por el entramado callejero de su casco antiguo. Tanto a mí como a quienes me acompañaban nos costó regresar a Sevilla... Tardé algo más de un año en volver, acompañando a mi hermano a buscar piso. Su decisión de estudiar allí su segundo Magisterio y su instalación en pleno corazón de Granada, en plaza Nueva, son en gran parte los culpables de que me esté enamorando de una ciudad de la que, por otra parte, pocos no se han enamorado alguna vez.
Este año ya, a finales de agosto, regresé y he vuelto a hacerlo nuevamente hace unos días. En estos dos últimos acercamientos atendí a un consejo que alguien me había dado: "piérdete por Granada". Así lo hice. Fue entonces cuando terminé de rendirme a sus encantos de los que, imagino, aún me queda tanto por conocer. Que nadie dude que Granada es mucho más que la Alhambra, que por otra parte es una maravilla... Es un cúmulo de retazos y como nuestra Sevilla, de pequeñas dualidades.
Granada es una mañana de paseo por la Gran Vía, donde se va asomando la Catedral, casi por sorpresa o un atardecer tibio en el Mirador de San Nicolás. Granada es un colacao calentito con un pionono en una de esas elegantes cafeterías que no se supieron conservar en Sevilla. Granada es un mediodía de tapas por la plaza de toros o una noche fría de invierno en las tabernas de la calle Navas. Granada es un paseo reposado desde la fuente de la Reina Católica hasta las Angustias. Granada es la bandera de España al viento ante los jardines del Triunfo, muy cerca de donde duerme eternamente Fray Leopoldo. Granada es el bullicio de sus estudiantes, alegres como un par de banderillas del Fandi. Es la elegancia de las fachadas de su centro urbano y las casas ocupas del Albaicín. Es Darro y es Genil. Agua y nieve. Noche y día...
Ando plenamente convencido de que Granada es mucho más, por ello, y aunque éste casi por norma es un blog de acento sevillano, os invito a que me la sigáis descubriendo por unos días. Yo, por mi parte, intentaré seguir haciéndolo durante este próximo invierno en particular y durante el resto de mi vida en general. A fin de cuentas, esto último, es lo que hacemos de manera inconsciente con todo aquel lugar que nos cautiva.