18 febrero 2008

Reencontrando los ritos


Con la reapertura del Salvador vuelven dos de las cofradías más señeras de Sevilla al lugar en el que siempre las conocimos. Vuelven las tardes clásicas de la Cuaresma agonizante, en las que la antigua colegial se nos antoja el más maravilloso de los paraísos posibles, con cinco pasos montándose en su interior, con un ajetreo inusual en sus naves; una sensación incomparable, a la vez que indefinida, que nos hace comenzar a presentir que todo está dispuesto.
Con la reapertura del Salvador vuelven las mañanas doradas del Domingo de Ramos a contar con uno de sus epicentros principales. Vuelven las largas colas en la plaza, junto a las palmas que el vendedor apoya en el monumento a Montañés; vuelven los padres que enseñan a los niños la Borriquita; vuelve el primer escalofrío ante el palio lleno de personalidad del Socorro, que en la noche será presagio del sueño que se escapa...
Con la reapertura del Salvador vuelven las mantillas y los trajes oscuros la mañana del Jueves Santo. Vuelve el silencio sepulcral a la plaza repleta; dentro el órgano, fuera las golondrinas de la atardecida y la saeta de siempre “.... Nazareno de Pasión...”, mientras Dios hecho hombre se asoma a la ciudad.
Vuelven todos los ritos que hacen del Salvador un universo fundamental para que la Semana Santa sea lo que siempre fue. Pero, sobre todos aquellos descritos, uno menos prosaico, que sin embargo hace posible a los demás; con la reapertura del Salvador vuelve la rampa, la “rampla”, como siempre se le llamó en Sevilla. Nos llega restaurada como el propio templo, pero con el mismo encanto de siempre. No dejen de acudir a saludarla, ante sus tablas no sólo se reencontrarán un clásico, también con aquel niño que la correteó en estas mismas tardes de la hermosa espera.

05 febrero 2008

La iglesia, la taberna y la calle


"La puerta de la iglesia de San Benito tiene una taberna enfrente. Están al hilo el mostrador de la taberna y la nave de la iglesia. Son casi iguales las puertas; y la calle que atraviesa, de tan estrecha, apenas es linde y frontera entre los dos lugares". Así describía el genial Núñez de Herrera el entorno. Hoy ya no existe esa taberna, ni la calle es tan estrecha, más bien todo lo contrario. Hoy ya Pilatos no se asoma por sorpresa, temprana la tarde, a aquel viejo mostrador de barrio. Pero, pese a todo, sigue existiendo una Semana Santa diferente en la Calzá.
Siempre lo vislumbré como un espacio único, cercano a casa, algo más allá de San Esteban, de la frontera de la Puerta Carmona, pero a la vez lejano tras ese viejo puente bajo el que pasábamos en coche, las tardes de verano, al volver de la piscina.
Recuerdo aquella mañana de Martes Santo en la que acudí con mi padre a visitar los pasos; era una iglesia desconocida para mí, curiosa con esa empinada rampa que cubre por unos días los escalones con los que habitualmente te recibe. Sorprendía imaginar que aquel barco dorado salía por esa puerta tan pequeña y hacia una calle tan estrecha, una calle tan estrecha junto a una de las principales arterias de la ciudad, parecía raro, pero a la vez hermoso.
Recuerdo que los Martes Santos eran especiales. Tras pasar Santa Cruz por la sillas, me llevaban mis tíos siempre al mismo lugar, aquella frontera de la Puerta Carmona, donde San Benito ya no era el estallido de alegría de la atardecida en la Campana. La noche la convertía en una larga hilera de luz entre el bullicio de la calle San Esteban; largas filas, morados antifaces, jacaranda en la jarra de sus escudos y pequeños nazarenitos agachados, buscando combatir su cansancio y su aburrimiento jugando con la cera. Detalles y recuerdos como estos me hicieron comenzar a ver San Benito, desde muy temprana edad, como una de esas cofradías que siempre tienes ganas de volver a reencontrar.
Recuerdo como en esas noches de mi infancia, de pronto, aparecían esos ciriales, sencillos y personalísimos, anunciando la llegada del paso de la Presentación al Pueblo a los sones inolvidables de Arahal. Recuerdo verlo perderse en la lejanía, subiendo por última vez un puente que los mayores me habían contado que iba a desaparecer...
Hoy la Calzada ya no es lo que era, pero a pesar de todo sigue manteniendo mucho de su esencia. Sigue teniendo alguna vieja tasca como la referida por Núñez de Herrera, no tiene calle estrecha para que Pilatos se asome, temprana la tarde, pero sigue teniendo una cofradía de un sabor especial, a la que todos esperamos con ilusión cuando se va acercando el día grande de su barrio.