28 mayo 2007

Para mayor vergüenza

Por si no fuera ya bastante vergonzoso pasear por la Avenida y ver la Catedral rodeada de palos y de cables.
Por si no fuera bastante vergonzoso asistir a una falsa peatonalización del centro, capaz de terminar con gran parte del comercio tradicional que siempre caracterizó a Sevilla.
Por si no fuera bastante vergonzoso ver como una ciudad se paraliza todo un año por las obras de un trenecito absurdo, de poco más de un kilómetro de recorrido.
Por si no fuera bastante vergonzoso ver que en plena Encarnación aparece algo raro que muchos llaman seta, pero que no tiene más calificativo que el de mamarrachada que cuesta un dineral.
Por si no fuera bastante vergonzoso ver las plazas del Pan y la Pescadería, con sus bancos de Ikea y sus farolas ducha, la nueva moda sevillana frente a las fernandinas que se nos fueron...
Por si no fueran ya bastante vergonzosos los escándalos de las facturas falsas, los Bermejales, la mezquita... Por si todas estas realidades no bastaran, este señor sin ninguna presencia (norma de la casa) e irrisoria preparación y curriculum para ser alcalde de Sevilla, perdió ayer, por segunda vez de las tres en que ha comparecido, las elecciones municipales. Que nadie lo olvide.
Seguirá gobernando, pese a todo, por obra y gracia, entre otros, del hombre de la pipa, comunista residente en el barrio de Santa Cruz, y de un niñato, que pasó de tener pinta de acólito de la Quinta Angustia a disfrazarse de progre y viajar a Cuba con nuestro dinero.
Seguirá gobernando en contra de la voluntad de la muy socialista ciudad de Sevilla (para mayor vergüenza), intentando que nuestra capitalidad desaparezca y que su construcción de un sueño sea nuestra pesadilla. Tengan por seguro que no lo logrará, son ya muchas vergüenzas juntas para resistirlas.

21 mayo 2007

Impresiones rocieras

Pocos son mis recuerdos en torno al Rocío, pero he de reconocer que, al contrario que la Feria, es algo que me llama la atención y que me gustaría vivir de cerca en un futuro no demasiado lejano.
Hasta hace unos diez años ni siquiera conocía la Aldea. Nunca había visto la Virgen en directo y para mí el Rocío eran unos cohetes, un jueves por la mañana muy temprano, que parecían metérseme en la cama antes de levantarme para el colegio.
Años más tarde, tras un breve camino desde Hinojos, visité la ermita por vez primera; descubrí las carretas el día de su salida, escapándome de clase en el instituto o, poco después, abandonando los apuntes sobre la mesa de la biblioteca. También conocí el regreso de los rocieros de Sevilla, los más cercanos a mi casa, de los de Triana en alguna que otra ocasión e incluso de los de Sevilla Sur, que nunca olvidaré como me sorprendieron una tarde corriendo por el Parque.
Pero, quizá porque es la de mis tíos y la de mucha gente que conozco, es la Macarena la hermandad que siempre me ha atraído más. La corporación de San Gil tiene algo que admiro en muchas hermandades de nuestra Semana Santa, sin ser antigua tiene tanto sabor que lo parece.
Poco más puedo añadir de algo que sólo conozco a través de breves paradas camino de la playa o de dos días puntuales: un lejano Lunes de Pentecostés y un Domingo de regreso de la Virgen desde Almonte envuelta en su guardapolvo.
He mamado y vivido muy poco Rocío, pero como os decía tengo pendiente conocerlo y a buen seguro disfrutarlo. Cada año me siento más seguro de ello cuando, en la misa televisada del Domingo de Pentecostés, me vuelven a emocionar aquellas sevillanas de Muñoz y Pabón a esa Virgen que "no es obra humana/ qué bajó de los cielos una mañana..."

09 mayo 2007

Salud de la Costanilla

Mis primeros recuerdos en torno a Ella se remontan a un lejano sábado de Mayo de mi niñez. Regresaba a la Anunciación por la calle Lineros y yo la descubría junto a mis padres, que me llamaba la atención como saludaban a muchos de los integrantes de la procesión. Gran parte de los mismos también formaban parte de mi paisaje habitual y cercano.
Después comencé a visitarla en la sede provisional de San Isidoro y, cuando la parroquia se reabrió al culto, en una original capilla a donde nuestra madre siempre nos acercaba cuando terminaba la misa. Era curioso ver como gran parte de los asistentes hacían lo mismo.
Recuerdo muchas salves tras las misas de ocho de los sábados; muchas adoraciones del Niño, tras la misa de Nochebuena. Un Niño que, tras haber dejado huérfanos los brazos de su Madre por unos días, regresaba hasta ellos con la misma sonrisa picarona de siempre.
Mi vinculación a la hermandad de las Penas, allí radicada por las obras de San Vicente, hicieron que poco a poco la parroquia me fuese resultando cada vez más familiar. Me gustaba oírla nombrar cuando se fundía el palio: "altar, Tres Caídas, Salud..." y también por mi asiduidad fui conociendo a quienes cuidaban de Ella todo el año. Sin apenas darme cuenta, aquella Virgen de mi barrio y su "Chato" me habían robado el corazón.
Fue entonces cuando mi hermano, mi madre y yo ingresamos en su nómina; fue entonces cuando, durante dos años, el "tito" Miguel me convenció para salir de acólito en la procesión, algo que le agradezco porque, pese al calor sufrido, nunca lo olvidaré. Como aún menos olvidaré que fue bajo su paso donde descubrí que aquello que siempre había vivido en casa también me cautivaba. Fueron tres años, con sus ratos buenos y malos, aprendiendo el oficio junto a muchos buenos amigos.
Sale el Domingo por la tarde; recorrerá la Costanilla y su barrio, nuestro barrio, de la Alfalfa. Para mí siempre será especial por estas y otras muchas cosas. Lo compruebo cuando algunas tardes entro en una desierta iglesia de San Isidoro; saludo en la lejanía a Manolito, a punto de cerrar; me acerco hasta su nuevo altar y contarle mis cosas, como si de alguien terrenal se tratase, me sigue reconfortando plenamente.
(A mi amigo Paco; no olvides en estos días que Ella siempre vela porque el rico tesoro de su nombre se esparza en los hogares de quienes la hemos paseado por Sevilla).