25 septiembre 2006

La tarde en la que el Cid doró el albero

Fue una de esas mañanas en las que la lluvia nos hacía imaginar una Maestranza triste y oscurecida, cubierta de lonas en la soledad del mediodía. Una de esas mañanas en las que valoramos aún más lo que debe de ser descansar en la cama de un hotel, mientras el traje de luces espera en una silla la hora de citarse de cerca con la muerte y una vez más burlarla. Fue una de esas mañanas que no hacían presagiar una buena tarde de toros porque el agua primera del Otoño así parecía querer dictarlo de antemano.
Pero dieron las seis y media y allí estaba el Cid, de corinto y oro, recibido por el sol, la luminosidad, el ambiente de los días más grandes en este hermoso patio de sentimientos que es la plaza en la que, como él, vimos los toros desde niños.
Roto el paseíllo quedó la ovación cerrada y cariñosa, recogida en el tercio. Quedó también un ruedo que, aunque en buenas condiciones, aún mostraba en ciertas zonas el recuerdo de la mañana de negros augurios.
No sé lo que pasó, pero salió el tercero para que el Cid comenzará a fraguar esa historia de amor que parece tener con el toro de Victorino. Llegado el momento cogió la mano izquierda, calló la muchedumbre, comenzó a tocarlo, a meterlo en la muleta, a cuajarlo quebrada la figura, arrastrando la bamba de su muleta por el albero húmedo en el que reposaba la espada caída en los primeros compases de la faena. Viendo aquella estampa de torero roto parecía haber regresado el Emilio Muñoz de las mejores tardes, pero aquel que hacía rugir a la Maestranza era el Cid de Salteras, componiendo uno de esos recuerdos imborrables que guardan para siempre los buenos aficionados de esta tierra.
En la tibia tarde otoñal el Cid doró el albero y por eso, cerrada la noche, cruzó la Puerta del Príncipe para mirar el Río desde lo alto.

De bares por Sevilla (y III)

Junto a estos reseñados en las dos anteriores entregas, el centro tiene otros lugares para tapear que me encantan. Sería imperdonable no hacer referencia al Bar Santa Marta, donde tomar unas papas alioli o una punta de solomillo es un placer difícilmente superable; también lo es copear un mediodía de Feria en la barra del Donald, en calle Canalejas, rebosante de ambiente taurino por su cercanía con el Hotel Colón; y no menos recomendable, aunque sí dificultoso por las grandes esperas, es pasarse una noche por el Coloniales de San Pedro esquina con Dormitorio.
Como veréis mi zona de copas es el casco antiguo, lo cual no quita que me encante tomarme una cervecita extramuros, sobre todo en las calurosas noches del verano.
El entorno de la Puerta Osario (Arroyo, José Laguillo y calles adyacentes) se encuentra repleto de alegres veladores que gusto visitar en estos meses estivales. También soy gran aficionado a la zona de la Huerta del Hierro, allá al final de la Cruz Roja. El Fogón del Aragonés, Blanco Cerrillo (bueno, pero sin el arte del que impregna de olor a adobo Tetuán), el llamado Tremendo de Pío XII y sobre todo la cervecería Edu, con sus excelentes sandwiches variados, son mis recomendaciones por si alguna vez os dejáis caer por aquellos lares. No muy lejos de allí, en San Julián, queda la taberna Azahar, pasaros a probar sus montaítos "de autentica categoría" y después me contáis.
Y Triana... No podía faltar Triana en este recorrido por mis bares favoritos. El bar Santa Ana, la Plazuela, la Oliva, la taberna Miami en San Jacinto, Casa Cuesta..., como veis no faltan lugares de culto en el viejo arrabal, pero mi recomendación se centra en dos por los que siento debilidad absoluta, quizás por mi vinculación a ellos a través de maravillosos recuerdos. Uno es Casa Manolo, en la calle San Jorge, otro templo cofrade de los históricos, su huevo bechamel me vuelve loco y sentarse a comer en él es sinónimo de hacerlo en condiciones y a buen precio. No se asusten si está lleno, tiene unos camareros y un equipo de cocina que ni Odonkor subiendo la banda. Mi otro rincón allende el río es la freiduría de Rodrigo de Triana, la mejor de Sevilla. Recibir en ella, ante unos cuantos papelones de pescao, la llegada del Domingo de Ramos, es una de esas tradiciones que quienes la vivimos anualmente firmaríamos seguir cumplimentando de por vida.
Que lo disfruten...
Pd: señores más allegados, no teman, Los Azahares tendrá su mención especial y exclusiva llegadas las fechas propias.

20 septiembre 2006

De bares por Sevilla (II)

Un buen sitio para iniciar nuestra segunda ruta puede ser mi barrio.
Perdida la atalaya del Donaire (no había un lugar mejor desde donde pulsar la Alfalfa que la cristalera de este bar a la hora del desayuno), nos quedan el Horno San Buenaventura y los mejores calentitos de Sevilla. Para cervecear, siempre estarán la Mina (con sabor a mediodía de Corpus) o el cercano Salvador; y para tomar tapas, lugares tan celebrados como el Trastienda o la Antigua Manzanilla, con su cartel de toros en la puerta. Los mantecaos y serranitos de la Espero te esquina tampoco quedan lejos y nos devolverán a la más tierna adolescencia.
La calle Mateos Gago también la tengo más que dominada. Bares en ella hay muchos e interesantes, pero con permiso de la Fresquita y sus tambores de la Centuria, ninguno como el del amigo Álvaro Peregil, señor del botellín y el montaíto, sabio conocedor de las hermandades de todos los parroquianos (las cuales predica a voz en grito) y recurso laboral para jóvenes tiesos. Esta Goleta de Alvarito es un sitio con arte, eso está claro.
Por último, lugares tan perfectos como el Arenal y San Lorenzo también tenían que estar regados de Valdepeña y de Cruzcampo.
Del primero me quedo con el Virgen de los Reyes, en la calle Arfe, una de esas tascas ante las que hay que santiguarse. Las tres Bodeguitas de Antonio Romero y el Pepe Hillo de Adriano son un buen lugar para tomar tapitas más elaboradas.
En el barrio del Señor no hay otra barra como la de la Bodega, sus tapas frías y su vermú con sifón merecen hace años todos mis respetos. Rodríguez en San Antonio, con su muslo de pollo empanao, y el Eslava (a ver si así me escribes algo, Gordo) completan esta entrega.
Pd: lo de Ovidio es un invento de El Llamador, he probado mil croquetas mejores que esas.
Continuará...

15 septiembre 2006

De bares por Sevilla (I)

Arranquemos este recorrido por las barras que más venero de la ciudad en Santa Catalina, en las mismas puertas del Tremendo. Veo complicado que alguien que lea este blog no lo conozca, pero por si se diera el caso les diré que es ese bar ante el cual, haga frío o calor, verá un grupo de gente variopinta y diversa que conviven amigablemente al amparo dichoso de la que quizás sea la mejor cerveza de Sevilla. Si no tienen plan para una noche en la que les apetece salir, pásense por allí, tómense un par de ellas y las ideas se les refrescarán (nunca mejor dicho).
Muy cerca del Tremendo está el Rinconcillo, templo del coronel y la pavía. Debe ser que lo llevo en la sangre, que el tinto y el buen comer son dos de mis grandes debilidades y que las paredes de esta santa casa, fundada en 1670, atraen a los cofrades de tal forma que pocos que se precien de serlo no han tertuliado entre ellas, el caso es que cada vez que entro en él lo hago a empujones para terminar saliendo cuando las persianas están bajadas, el suelo barrido y Fernandito se ha quitado la tiza de la oreja. Por si acaso nunca vayan con prisa.
Otros bares de estos contornos que merece la pena visitar esporádicamente son: los Claveles, la Giganta, la taberna de Pepe Peregil y, algo más alejados, el Rincón del Tito y la antigua Bañera de Alcázares esquina con Santa Ángela. Tampoco dejen escapar el placer de beberse un botellín fresquito de la tienda de Joaquín, en San Juan de la Palma y si es en la mañana de la mudá del Herodes, o en la del mismísimo Domingo de Ramos, aún mejor.
Continuará...

06 septiembre 2006

¿Qué será de la Alfalfa?

A algunas mentalidades, quizás no tan "rancias" como la mía, les puede parecer una exageración plantear esta pregunta por unas simples obras, pero es que verdaderamente, observados los proyectos y los primeros resultados, creo que es digno de valoración, y por mi parte al menos también de crítica, lo que se está haciendo con el centro de Sevilla.
Ver las farolas de la Plaza del Pan tras observar bajo su desagradable luz el transitar solitario (por aquello de lo chocante supongo) de los nazarenos del Cristo de Burgos el pasado Miércoles Santo, asusta a cualquier sevillano de bien y a este que suscribe aún más, pensando en lo que en sólo meses nos pueden convertir la Alfalfa.
Mi Alfalfa querida, la de las copas altas de los árboles centenarios capaces de enmarcar mejor que el propio Puente de su barrio al crucificado de San Bernardo, la de la atardecida de Mayo al paso de la Virgen de la Salud, la de las largas estancias en sus veladores allá en las calurosas noches del verano..., esa Alfalfa que desde niño conocí y que se liga a mis recuerdos más remotos y queridos, puede quedar de aquí a muy poco alejada por completo de esa realidad tan suya que la hace encantadora.
Quizás con lo que se avecina en la Avenida o en la Encarnación, este proyecto Piel Sensible (¿sensible de qué?), ocupe escasas páginas en la prensa local más reacia al gobierno municipal, pero no debemos olvidar que las más bellas ciudades se componen de pequeños encantos como el de este rincón sevillano, un encanto fácilmente evadible a poco que se toque aquello que, como la rosa del poeta de Moguer, no debe ser tocado, al menos por quienes no tienen sensibilidad (paradojas de la vida) para ello.